Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Opinión

Vuelos basura

Vuelos basura

Se llaman low cost en el anglicismo que ha terminado por imponerse, pero significan lo que dice el título de esta columna: pura basura. Leer el reportaje que aparece hoy en las páginas de este diario hace que, quienes tienen mi edad, añoren lo que era el viajar en avión cuando no se había convertido aún en un desperdicio. Ahora, ya sea por la competencia a la baja de los precios, por la rapiña de las compañías que ansían llevar aún más gente a una isla en la que apenas cabe ya nadie o por el motivo que quepa encontrar —que buscando, aparece—, los aeropuertos y los aviones se asemejan cada vez más al zoco aquel de las estaciones de la Renfe y los trenes de cercanías de la postguerra, cuando se viajaba también como en una lata de sardinas y la gente llevaba tortillas de patatas entre dos platos atados con un pañuelo y gallinas vivas. Aves de corral, de momento, no veo que transporte nadie en los aeroplanos, y la tortilla, por desgracia, ha sido desterrada por los frankfurts y las hamburguesas de dudosa procedencia. Pero el resto, queda calcado: colas, prisas, empujones, agobios, nervios, cansancio, mucho cansancio... A cambio, eso sí, de que el precio del billete haya caído hasta alcanzar cifras de récord. Ida y vuelta a Madrid por 62 euros es un chollo, se mire como se mire, y 55 a Barcelona, también. O al menos lo parece antes de que aparezca la letanía de los extras: tarjeta de embarque, maletas facturadas, elección de asiento y un zumo de naranja para pasar el tiempo son detalles que antes iban incluidos en el precio del vuelo y ahora suman y suman luego de que la tarifa destinada a atrapar incautos logra hacerse con los viajeros. Algún que otro amigo mío ha podido volar de Barcelona a Milán pagando ¡un euro! (más las tasas aeroportuarias y los seguros obligatorios, eso sí).

Eso no es ya un 15% de rebaja de precios sino la clásica maniobra para hacerse con un mercado cada vez más difícil. Pero, por seguir con las comparaciones de antes, a medida que los aviones y las terminales se vuelven puro agobio el tren ha evolucionado hasta volverse un medio de transporte cómodo y eficaz. Según me contó hace poco un alto directivo de una de esas compañías que mantienen todavía el puente aéreo entre Madrid y Barcelona, desde que comenzó a funcionar el AVE el negocio se ha vuelto ruinoso para las empresas aéreas. Antes de tirar la toalla barajan ofrecer más comodidades —espacio a bordo, tiempo de espera en el aeropuerto, entrega del equipaje facturado— con la intención de recuperar siquiera una tercera parte de los pasajeros que antes tenían en exclusiva para ellos solos. E hicieron lo posible por perderlos.

Ni que decir tiene que la búsqueda del pasajero que viaja entre las dos principales ciudades de España se encuentra en las antípodas de los servicios y los precios mencionados en estas páginas. Pero la tendencia a los vuelos basura se ha trasladado ya incluso a los trayectos trasatlánticos, con riesgos nada despreciables para la salud de quien acepta viajar apretado a cambio de una tarifa deslumbrante. El síndrome de la clase turista es como llaman los médicos a las amenazas que acechan cuando uno está dispuesto a volar durante diez o doce horas encajado en un asiento en el que las piernas apenas caben. Todo sea en nombre de los precios basura para unos viajes que se han convertido en lo mismo. Y a callar.

Compartir el artículo

stats