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Opinión

Adiós, almendros

Dicen los científicos que, si las abejas desapareciesen, la especie humana les seguiría en el proceso de extinción. Quizá tengan razón, quizá no, pero ¿podemos arriesgarnos a que acierten?

No creo yo que la pérdida de los almendros de Mallorca, que apunta como una amenaza nada remota ni exagerada, llevase al final del Homo sapiens. Pero algunas personas, entre las que me cuento, lamentarían ese desastre por muchas razones. En primer lugar, porque los almendros son la imagen misma de la isla cuando, mediado el invierno, florecen. Después, porque fue la plantación de almendros la que sacó a Mallorca de la miseria cuando, a caballo de los siglos XIX y XX, la filoxera había acabado con la prosperidad de los viñedos. Por fin, porque nada hay más triste que comprobar cómo la tierra y sus dones se marchitan.

En febrero pasado este diario se hizo eco de la situación crítica por la que comenzaba a pasar buena parte de nuestros almendros de la comarca de Llevant a causa de la invasión de dos plagas: el hongo de la madera y la bacteria Xilleya fastidiosa. Se creía entonces que era el abandono de los cultivos el responsable del mal estado de los árboles. Pero ahora la amenaza se extiende por toda la isla y alcanza también a los almendros que son cuidados incluso con mimo. Desde Son Carrió y Santa Margalida se suceden los campos muertos, cuya repoblación no sirve para otra cosa que dilapidar dinero y esfuerzos. La bacteria ataca no sólo a los almendros pero un tercio de los árboles afectados son de ese frutal. Y al decir de los investigadores como Eduardo Moralejo, que fue quien dio la voz de alarma, la proliferación de los hongos es una secuela de la infección por la bacteria que, siendo así —y aunque desde el Govern se mantengan aún las dudas—, resultaría la principal causante de la ruina de los cultivos.

Resulta un tanto absurdo discutir acerca de si se trata de galgos o de podencos al hablar de las causas del desastre porque lo importante es dar con un remedio para la extensión de la plaga y éste, al parecer, queda fuera de nuestro alcance. Con lo que aparece el guión peor de futuro: la pérdida de los almendros que aún quedaban. Si desde la época de esplendor del cultivo, con cerca de 60.000 hectáreas, habíamos pasado en los últimos años a una cuarta parte de esa extensión, lo que aparece ahora ante nuestros ojos es la pérdida de los árboles que aún se levantaban. A la postre los almendros pueden quedar reducidos a algunos troncos desecados y al recuerdo de lo que fue la imagen mejor de la isla.

No nos engañemos: por más que la economía mallorquina haya derivado hacia el sector de los servicios, y nos hayamos convertido en meros huéspedes de los millones de turistas que nos visitan, la destrucción de una de las principales fuentes de la agricultura que restan hace que repiquen las campanas llamando a duelo. La recuperación de los viñedos fue una noticia excelente, sí, pero su pujanza no basta para compensar el vacío que nos dejan los almendros en el paisaje más allá de la fórmula vacía del sol y playa. No sé si se estará aún a tiempo pero el Govern queda obligado a reaccionar buscando remedios incluso si pasan por la necesidad de más investigación. Incluso en nuestra cultura, urbanita por excelencia, cualquier cosa es preferible a dar los almendros por liquidados.

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