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La fiesta en paz

Jeroni Alomar y el obispo Miralles

El sacerdote de Llubí fue fusilado en 1937 por ayudar a los perseguidos. Pocas semanas después, el prelado firmó una carta que defendía la violencia de los sublevados

El obispo Miralles bendice aviones de guerra italianos. Arxiu Miquel Font

Con apenas tres semanas de diferencia se cumplirán 80 años de dos hechos relevantes relacionados con la Iglesia y la Guerra Civil en Mallorca.

El 7 de junio de 1937 fue fusilado el sacerdote llubiner Jeroni Alomar Poquet. Tenía solo 43 años, fue juzgado por un tribunal militar y condenado a la pena capital pese a que el franquismo, que no el falangismo, ya levantaba la bandera del catolicismo.

¿Cuál fue el delito de Alomar? Algo tan cristiano como socorrer al desvalido. Según la acusación, había facilitado la huida hacia Menorca de republicanos buscados por los tenebrosos comandos de asesinos falangistas.

Su biógrafo Nicolau Pons contó en un articulo publicado en Diario de Mallorca que el capellà Poquet, como era conocido, se quitó la sotana porque no quería que fuera manchada con su sangre y gritó "¡Viva Cristo Rey". Con su muerte se amedrentó a la pequeña porción del clero que se mostraba horrorizado por los crímenes que cada noche se cometían en la isla.

Jeroni Alomar no es santo ni beato, al contrario que los mártires de la Cruzada que estuvieron en el bando adecuado y que fueron elevados a los altares por la obsesión de Juan Pablo II de glorificar a las víctimas de todo cuanto oliera a comunismo. Hubo que esperar a 1995 para que el obispo Úbeda le dedicara una cálida homilía en la iglesia de los Caputxins. El próximo miércoles será homenajeado en Llubí por sus familiares.

El otro hecho destacado fue la publicación de la carta colectiva del episcopado español apostando por el "triunfo del Movimiento Nacional". El 1 de julio se cumplen 80 años de su divulgación. Entre los firmantes del documento se encontraba el arzobispo-obispo de Mallorca, Josep Miralles i Sbert.

Miralles, que se había forjado a la vera de su predecesor Pere Joan Campins, se mostró tibio en la defensa de Jeroni Alomar y de los represaliados republicanos. Se lo echó en cara un católico de derechas, con simpatías y un hijo falangista, como era el escritor francés Georges Bernanos. Lo hizo en Les grans cimètiers sous la lune, un planfleto contra la represión publicado en 1938.

Miralles se sumó a un documento en el que, entre otras perlas indignas de un cristiano, se afirma que la guerra "es a veces el remedio heroico, único, para centrar las cosas en el quicio de la justicia", o que aceptaba los crímenes de los sublevados con el argumento de que "nadie se defiende con total serenidad de las locas arremetidas de un enemigo sin entrañas".

La carta de los obispos fue más importante para el franquismo incipiente "que la conquista de Santander o Bilbao", en palabras de uno de los prebostes del régimen. Su difusión logró que buena parte de la opinión pública católica de Europa, que veía con preocupación un movimiento de inspiración fascista, virara hacia la neutralidad o el apoyo a los rebeldes.

Miralles y los otros coautores obviaron que militares y falangistas habían asesinado, además de a Jeroni Alomar, a un puñado de católicos vascos, entre ellos 16 sacerdotes. También evitaron la opción de una salida democrática para la sociedad española. La situaron en la disyuntiva entre dos totalitarismos y optaron por el de derechas.

Dos acontecimientos de hace ocho décadas, que deben impartir lecciones para el futuro. La primera es que el franquismo protegió a la Iglesia por interés político. Si la institución se hubiera mantenido fiel a su fundador, defendido a los oprimidos y apostado por la paz, los sublevados hubieran girado sus cañones, al menos los verbales, contra ella. El franquismo, como cualquier otro régimen, la utiliza o beneficia solo si sirve a sus intereses.

En 1936, en 1937 y en los años del nacionalcatolicismo, la Iglesia se equivocó. Si su actitud se hubiera correspondido con su mensaje evangélico, probablemente el trauma hubiese sido más llevadero, pero dio fum enlloc de donar llum. Ochenta años después sigue habiendo demasiada gente, y ya no hablamos de la institución católica, que mantiene una actitud incendiaria: políticos, líderes sociales, periodistas... y hasta presidentes de clubes de fútbol.

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