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Opinión

Vivienda digna

No seré yo quien contradiga al presidente del Colegio de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria de Balears cuando sostiene que la situación de precariedad actual para encontrar un sitio donde vivir en Mallorca no tiene precedentes. Pero lo cierto es que viene de lejos. Allá por los años 80 del siglo pasado me comentaban en Deià que los hijos de los payeses no podían seguir en el pueblo por falta de viviendas asequibles; un problema que estaba por supuesto ligado a haberse convertido el lugar en la joya de la intelectualidad isleña. Con el paso del tiempo (poco tiempo) las dificultades se fueron extendiendo de acuerdo siempre con el mismo conflicto derivado del turismo omnipresente. ¿Dónde se meten quienes trabajan en el sector turístico o en cualquier otro, si los precios suben de acuerdo con la mucha demanda?

El reportaje de estas páginas pone de manifiesto de qué conflicto hablamos: como comprarse una vivienda es algo utópico, hay que alquilar. Pero los pisos están por las nubes a causa de la proliferación del alquiler turístico y, si sale algo al mercado por debajo de esa cifra, se trata de poco menos que un desastre. Estamos hablando por consiguiente de tener que pagar cerca de 1.000 euros. Y es de dominio público que ser mileurista, algo considerado hace una década como una desgracia, supone hoy un sueldo por el que muchos suspiran. No hace falta mucho talento para los números para entender que las cuentas no cuadran.

El problema es tan serio en todo el archipiélago que en Eivissa los responsables de la sanidad han tenido que habilitar el hospital antiguo para que puedan vivir en él quienes trabajan en el nuevo de Ca´n Misses. Porque encontrar un piso en la capital de las Pitiusas se ha vuelto imposible, en especial durante el verano, y si se encuentra uno en alquiler hay que dejarlo libre en julio y agosto. La urgencia llega ahora a Mallorca y la necesidad hecha virtud lleva a que se busque un lugar donde vivir echando mano de cualquier apaño.

El más común supone el hacerse con un piso a medias, es decir, ocupar sólo una habitación con derecho a baño y cocina. Esa misma fórmula era corriente en los años 40 del siglo pasado, cuando apareció la figura del realquilado. No es que lo haya leído: el pintor Manuel Viola, vecino de la casa de mis padres en Madrid, tenía una señora mayor en realquiler que dormía en el cuarto de estar al caer la noche. Lo malo es que Viola y sus amigos montaban a menudo una juerga flamenca hasta las tantas.

No estamos ya en el casticismo de la postguerra española pero las miserias vuelven de la mano del boom turístico y la crisis económica. Y aunque se salga de ella no hay visos de que el problema vaya a desaparecer. Es lo que tiene la economía del mercado libre: que los derechos constitucionales se vuelven papel mojado. El que aparece en el artículo 47 de nuestra Carta Magna, el de una vivienda digna, parece un chiste hoy.

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