Maria Antònia Munar popularizó un eslogan robado de este diario, "Mucha gente es de Unió Mallorquina pero no lo sabe". Por ejemplo, Més decide ahora mismo si es UM. Su fábrica de contratos estrafalarios, junto a la apertura de una segunda trama empresarial para captar fondos públicos, apunta a una respuesta afirmativa. Siempre desde el nacionalismo indiscutible. El partido se juega la supervivencia en su momento más dulce, con 68 mil sufragios y nueve diputados. Como dijo un tal Jaume Garau en medio de la euforia postelectoral, "se ha de notar nuestra presencia o perderemos todos los votos". Paradójicamente, obtuvo demasiados escaños. Con los cinco de costumbre, esto no hubiera sucedido.

El comportamiento contractual de Més cuestiona la desaparición de UM. O el espíritu del partido de Munar anida en las conselleries ocupadas por los ecosoberanistas, o los mallorquines son así. En cuanto administran dinero público, encuentran una fórmula para entregarlo a un amigo con cualquier excusa. A propósito, toda UM ha acabado en la cárcel, un desenlace a valorar por parte de Més.

Hablar de Biel Barceló como vicepresidente es un eufemismo. Ahora entra en la sede de su conselleria y pregunta si ya ha llegado la policía. El Govern ha sido intervenido por la fiscalía Anticorrupción. Por si este desahucio fuera poco dramático, el titular de Turismo ha caído, víctima de un golpe de mano interno en su partido. El Més racial ya no confía en su líder, y mucho menos en Fina Santiago y Abril.

Los coroneles del putsch abominan del ecosoberanismo revisionista y desean recuperar la esencias del PSM. Han secuestrado el cadáver político de Barceló, pero exigen su continuidad como vicepresidente. No hay contradicción, el PSOE vuelve a ser el objeto de sus odios, por encima de la derecha autóctona. Nada que no ocurriera en tiempos de Cañellas.

En lo que concierne a los mallorquines, ahora mismo no hay Pacto de Govern. Armengol no tiene los votos, no tiene vicepresidente aunque ya estaba acostumbrada, ha necesitado una semana para imponer una sustitución en Cultura que debió ser automática, no tiene los diez votos iniciales de Podemos, no tiene a los rebeldes de Més per Mallorca, no tiene a un Més per Menorca que ha de tragar con la ibicenca Fanny Tur en medio de la histeria digna de contrato de Nel Martí. La presidenta tampoco tiene demasiadas ganas. Dotada para la reacción antes que para la acción, solo le ha motivado la insolencia de los cuadros de UM y la repulsión más que miedo ante las fauces de los diputados del PP, en el pleno parlamentario del pasado martes.

El Govern de 2015 ha dejado de existir, sin necesidad de una remodelación a fondo. Nadie querría afrontar un negro futuro que sin embargo tiene dueña. Se llama de nuevo Francina Armengol. Puede gobernar en minoría, mendigando votos ocasionales a Jaume Font o tal vez al PP. También puede disolver el Parlament, liquidar la legislatura y convocar elecciones anticipadas, una prerrogativa que no figuraba en el Estatut originario. De momento, le ha funcionado el desafío nuclear de colocar a los exsocios de Més ante el drama de la desaparición de sus prebendas. Los ecosoberanistas no podrían seguir entregando remesas de fondos públicos a sus jefes de campaña. Armengol llegó al Consolat con el ánimo de un kamikaze, que le ha otorgado incluso un papel notable en la vida política nacional. Quien se ha enfrentado a Susana Díaz y sus omnipotentes padrinos, no va a amilanarse ante una revuelta interna.

Fanny Tur encarna el pánico a la renovación, y refuerza el matriarcado que monopoliza el Govern. Dotada de voz y opinión, se suma a la también ibicenca Pilar Costa y a Fina Santiago, a la que Armengol querría de vicepresidenta. Més ha perdido la capacidad de nombrar, ya solo puede aceptar.

Mallorca no tiene Govern, y qué. La ausencia de gobierno es compartida con entidades tan potentes como España o Estados Unidos. Sin embargo, hasta los países más pobres del planeta pueden permitirse una oposición. No es el caso de Balears. Tampoco cuenta con una fuerza opositora en condiciones. El PP fracturado necesitaba una erosión suave del Pacto de Progreso, de la mano por ejemplo del alquiler turístico. A la derecha no le convenía una implosión de la izquierda. Los populares no están preparados. Biel Company no sirve hoy ni como caricatura de un candidato. Su equipo estará a su altura.

Sin Govern ni oposición no se vive tan mal. El alquiler turístico ilegal, las ampliaciones ilegales de los hoteles, los party boats ilegales, los coches de alquiler ilegales, los chiringuitos ilegales, las terrazas ilegales. La economía funcionará a la perfección en el mejor de los mundos. La parálisis por defunción del dueño de la conselleria de Turismo es una bendición para el caos en que se basa la riqueza en b de la comunidad.

Las consecuencias de los contratos están a punto de eclipsar a los enjundiosos apaños, y el público de la Orquesta Sinfónica no se merece este arrinconamiento. Tanto aquí como en los "hábitos culturales" fraccionados, o en los 56 mil euros de Barceló al informe de título más largo jamás subvencionado, hay que recuperar a Marx. La trágica historia de UM se repite como farsa.

Todavía no han transcurrido dos años de la fotografía en que Més huía de su habitual claustrofilia, para presentar a su jefe de campaña. Los partidos suelen ser reacios a este exhibicionismo, pero quién ocultaría la contratación del fulgurante Garau. Repasando la imagen con el pernicioso efecto retrovisor, se aprecia que el gurú imparte doctrina, mientras el supuesto líder Biel Barceló toma nota como un discípulo aplicado. También atiende la concejala Neus Truyol, tal vez un ápice más dubitativa. La escena se ha repetido más de media docena de veces en los despachos del Govern, pero ahora con fondos públicos.