No podemos alquilar un piso en condiciones ni podemos conseguir un local donde poner en marcha un negocio. Siempre había oído que el gran riesgo de la isla turística por excelencia era el de morir de éxito, llegar a acumular tanto visitante que terminara perdiendo su atractivo a base de apreturas y destrozos urbanísticos. Pero parece que muchos de los residentes sufriremos antes las consecuencias de este éxito en carne propia.
La presión inmobiliaria nos aboca a vivir en los pocos reductos que queden fuera del foco turístico, como en una reserva india, y los precios por los alquileres que imponen las grandes firmas dejan fuera de nuestro alcance los mejores locales comerciales. Y esto no hay quien lo regule. Ninguna administración se atreverá a poner trabas a las leyes del mercado, y a imponer a un propietario de un establecimiento una rebaja a un empresario autóctono para que pueda mantener abierto su negocio.
¿Y adónde nos lleva esto? Los más espabilados se adaptarán a las nuevas condiciones del mercado y sobrevivirán. Al resto le quedará la opción de emigrar o trabajar para los inversores foráneos. Y mientras, las zonas comerciales se convierten en una sucesión de grandes firmas y franquicias, iguales en todas las ciudades.
