Més había sorprendido por la ligereza de los seis contratos o más a su jefe de campaña. El estudio sobre el público de la Orquesta Sinfónica merecería incorporarse a la lata de Cola Cao, a la escobilla del retrete de Jaume Matas y al correo electrónico firmado por el "Duque Em...Palma...do" en el museo de hitos de la Mallorca reciente.

Menos de una semana después de desvelarse la contratación masiva del jefe de campaña que ambas partes habían descartado de antemano, Més vuelve a asombrar con un harakiri sin precedentes en la política mallorquina contemporánea. Los manifiestos que se sucedieron ayer con vitola ecosoberanista no introducen ni una oración adversativa. Autocrítica, autoexigencia y autodecapitación, por mucho que Francina Armengol hubiera rechazado cualquier solución intermedia. A la presidenta se le escapó el "hemos decidido" que significa destitución inapelable, pero Ruth Mateu le desnudó su cuello al verdugo sin rechistar. Y en contra de su voluntad, según es habitual en estos casos.

La cruenta jornada de este viernes se entiende peor concentrándose en la ejecución de Ruth Mateu, al fin y al cabo una actriz secundaria, que enfocando la expulsión de Més del todopoderoso jefe de campaña. La primera reacción ante el destierro matutino fue calibrar si el partido sobreviviría a Jaume Garau, porque cabía la posibilidad de que el inquieto y ahora inquietante empresario hubiera registrado los derechos de la marca Més.

Sobre todo, volvía a plantearse la imposible escisión del vicepresidente y su gurú. Biel Barceló y Jaume Garau son inseparables. Se definen mutuamente como "hermanos", carne de mi carne. Uno de ellos se jacta de haber fabricado al otro, y el otro se enorgullece de ser un producto de su Gepetto. ¿Puede Garau amontonar contratos en el seno de Més sin enterar a su alter ego?, ¿Charlot no sabe nada de Chaplin? En cuanto un cargo intermedio de Més contrata al omnipotente, su primer impulso es correr a contárselo al vicepresidente. En la hipótesis cada vez más borrosa de que la iniciativa de las contrataciones correspondiera al Govern.

Para camuflar estas obviedades, Barceló se ha fabricado una guardaespaldas. La destituida consellera de Cultura se interpone con arrojo para detener la bala destinada al vicepresidente, que incluso contrató más dinero que Ruth Mateu con el gurú. La menorquina sacrificada ha funcionado de parachoques frente a los micrófonos, pero la vocación de entrega puede enfriarse en el curso de una investigación judicial.

En una crisis, las decisiones arriesgadas son preferibles a la pasividad. La precariedad de los contratos diseminados durante el último año recomendaba la cirugía. Proceder a la amputación antes de la imputación tiene la ventaja de que, superado el trauma del aterrizaje forzoso, se amortigua la prolongación incluso judicial del escándalo.

Todo ello en el supuesto de que la explosión no arrase con los diques de contención. Més, a traducir por Barceló, otorgó tal latitud a su jefe de campaña que ahora se ve incapaz de evaluar el estropicio causado. El partido ecosoberanista ha sido acusado de comportarse igual que el PP, en la manipulación de contratos a dedo. Como mínimo, se distancia abismalmente de los populares en la reacción tras verse desenmascarado.

Contemplar a Biel Company exigiendo el libro de reclamaciones, porque el menú de expulsiones le parece insuficiente, bordea lo estrambótico. Més se ha deshecho de ideólogos y consellers al confirmarse un comportamiento inadecuado, sin necesidad de intromisiones judiciales. Por contra, el PP renovado ha estado a punto de retrasar la asunción de responsabilidades políticas al momento de ingreso en prisión. O de salida del centro penitenciario.

La sensibilidad sobrevenida de Company respecto a la pureza democrática ganaría crédito, si el imputado Álvaro Gijón no continuara simultaneando su estatus penal con sendos escaños en Cort y en el Parlament. El compañero de bancada del presidente renovador del PP figura como actor destacado, en un auto judicial que contempla delitos de sangre. Según el exconseller de Bauzá, Gijón cumple con los códigos éticos. Sin olvidar que los populares ni se enteraron de los contratos sospechosos, a pesar de que han plagado de informadores una Administración autonómica concebida a imagen y semejanza de los conservadores.

Més per Menorca ha aprovechado los contratos a dedo otorgados por su consellera para engordar el memorial de agravios menorquín. Las tropas de Nel Martí se revuelven contra Mallorca en general, contra el PSOE y contra la variante mallorquina de Més. En algún momento deberían detallar si aplauden los contactos fraccionados al jefe de campaña con la aquiescencia de sus cargos intermedios y nunca interceptados por Ruth Mateu, una experta en contrataciones administrativas.

Curiosamente, Més per Menorca introduce la variante melodramática a desterrar, en una jornada transcurrida bajo el signo de la frialdad quirúrgica. Mateu se marcha encomendándose a la transparencia, porque sus subordinados también se olvidaron de indexar los contratos a Garau. ¿Molesta este rigor a los ecosoberanistas? Sin disminuir el impacto de una dimisión en tropel de cargos intermedios o intermediocres de Cultura antes de ser destituidos, nadie va a añorarlos.

La transparencia tiene un precio. Pactos anteriores se embarraron por la honorable ecotasa o la crisis inevitable. Esta vez ha sido por dinero, al igual que en los escándalos de PP y UM. El zarpazo golpea a la formación que se creía más inmune. Precisamente por eso.