Ser de Alaró ha sido duro esta semana. No eran necesarias las ironías de los compañeros de trabajo para sentir vergüenza por lo sucedido en el campo de fútbol. Los alaroners necesitamos un manual de supervivencia.

Uno. He tenido que dar muchas explicaciones a lo largo de esta semana. Ante lo indefendible solo he podido recurrir al humor. Las puyas sobre la supuesta violencia de los de mi pueblo han sido replicadas con la historia. He recordado que mientras el resto de Mallorca había doblado la cerviz tras la conquista musulmana de Mallorca del año 902, en el castillo se mantuvo la resistencia durante casi una década. Y que cuando Alfons de Aragó vulneró la voluntad de Jaume I y se apoderó del reino de su tío Jaume II, Cabrit y Bassa se hicieron fuertes en el mismo lugar hasta la muerte a la parrilla. Ante las tonterías, respuestas más tontas aún.

Dos. Comparto plenamente la decisión de la directiva del Alaró de retirar el equipo de la competición. Están metidos en el fregado porque nadie quería asumir la responsabilidad y el equipo podía desaparecer. Ahora bien, si el fútbol infantil ni siquiera es útil para educar a los niños, mejor dejarlo correr. Si es un escenario en el que algunos violentos expresan sus instintos descontrolados, convirtamos los campos deportivos en rings para peleas sin reglas y sin niños.

Tres. Biel Alemany, compañero de trabajo y exárbitro de categoría nacional, me contó una anécdota ocurrida en el campo Miquel Nadal. Un energúmeno insultaba desde la grada al colegiado, a los rivales y hasta al entrenador de su propio equipo. De pronto, un jugador de unos diez años se acercó a la banda, puso los brazos en jarra y se dirigió al furibundo hincha: "Papá, te quieres callar de una vez". Si se decide mantener unas competiciones en las que un par de violentos situados en la grada confunden un juego con la guerra, la única solución es expulsarlos de por vida de los campos de fútbol. Además de las sanciones administrativas o penales que les correspondan, a los implicados en la pelea del pasado domingo debe prohibírseles traspasar las puertas de cualquier estadio en los próximos veinte siglos.

Cuatro. No nos engañemos, las noticias sobre violencia en el fútbol base mallorquín se publican en este mismo periódico media docena de veces cada temporada. El mal está más extendido de lo que algunos pretenden hacernos creer. La diferencia con el resto de casos es que en este existen imágenes, una grabación que ha dado la vuelta al mundo. Igual que la dio en los años 70 la fotografía tomada por Damià Huguet en la que unos aficionados del Campos persiguen, silla en ristre, a un jugador del Murense. El cáncer está extendido y viene de antiguo. La Federación no puede rasgarse ahora las vestiduras. Si hay que poner cámaras en todos los campos, que se haga. El fútbol mueve millones de sobra para afrontar este dispendio.

Cinco. Escuchar al ministro Catalá pontificar sobre lo ocurrido en mi pueblo me produjo estupor. No recuerdo a ningún miembro del Gobierno mostrarse tan duro cuando sus compañeros de equipo se embolsan la pasta de la corrupción.

Seis. Alaró fue el primer lugar de Mallorca con electricidad. Aquí nació la primera televisión local. En los últimos años se han montado exposiciones culturales de alcurnia. Hace apenas unos meses se celebró el décimo aniversario de un acto cultural que se acerca a su quingentésima edición. No hubo ninguna autoridad cultural ni nadie televisó en directo. Tras 40 años de periodismo y ya próxima la jubilación, sé algo de lo qué es noticia. No es una crítica a los medios. Es una descripción de una sociedad que prefiere a la Esteban y unos mamporros antes que educarse.

Y siete. Guillem Balboa tomará posesión de la alcaldía de Alaró en junio. Será el primer negro y nacionalista que asume este cargo en España. En su mayoría de coalición de seis concejales tendrá uno inglés, el de deportes, llamado Roger Andrews. ¿Alguien más se atreve a darnos lecciones?