Dos almendros, un tronco cortado por la mitad y una higuera. Esto es lo que queda en una de las cuatro fincas en las que la conselleria de Agricultura fue a tomar muestras para esclarecer la causa de la desecación de decenas de almendros en Santa Margalida. En 2012, cuando los técnicos se desplazaron al municipio, esa finca era un campo lleno de almendros. Hoy es poco más que un solar.

La finca de enfrente se encuentra en un estado similar. Media docena de ovejas pastan entre almendros secos y troncos talados. La colindante a ésta, completamente abandonada, es la más espeluznante: decenas de almendros se erigen secos y decaídos. La siguiente, lo mismo. Y la continua, perfectamente cuidada, muestra una disposición discontinua de almendros. Es lo que tiene: en las fincas cuidadas los almendros que van muriendo se arrancan, en las abandonadas sus cadáveres siguen ahí como testimonios silenciosos de lo que un día fueron.

En unas como en otras, algo mata al árbol. El proceso siempre es el mismo, de sobras conocido por los payeses de toda la isla: la hoja empieza a volverse amarillenta, al año siguiente el árbol deja de producir y, al siguiente, ya está muerto. En una franja de unos dos kilómetros y medio todas las fincas lucen igual, y en todo el radio, con mayor o menor intensidad, se observan árboles enfermos y en proceso de desecación o directamente muertos.

“En dos años no quedarán”

“Todo esto antes eran almendros. Conozco estos campos desde niño y en cinco años ya no tienen nada que ver”. El exalcalde Santa Margalida, Miquel Cifre, ha seguido de cerca la evolución de los almendros en la zona. Estaba al frente del Ayuntamiento cuando los payeses empezaron a expresarle su preocupación por lo que ocurría y tiene un terreno cercano en el que en los últimos años ha tenido que arrancar numerosos almendros.

Da vueltas por los caminos en su coche señalando todos los campos en los que los almendros se están muriendo: “Mira ese, ya se nota cómo empieza [a morir]. Y mira este otro, y no se puede decir que no esté bien cuidado”, apunta.

“Si algo tengo claro es que esto no lo produce el hongo”, explica el exalcalde margalidà, conocedor también de los efectos del patógeno. “Hoy lo ves así; al ritmo que va esto, en dos años si vuelves no quedará ningún almendro vivo”, alerta. En su finca de sa Teulada, Cifre enseña una montaña de leña extraída de los almendros que se le han ido muriendo. “Cada año tengo que quitar varios. He plantado algunos de jóvenes y espero a ver cómo aguantan, pero si miras estos no creo que me duren mucho”, explica yendo de uno a otro y preguntándose “no sé qué solución habrá a esto”.

Cinco años después de que se alertara de una “problemática” en el área, sus efectos son perfectamente visibles. No está confirmado que detrás esté la Xylella fastidiosa, pero el nombre de la bacteria empieza a repetirse en la zona.