En la mesita de noche de su dormitorio, Lázaro tiene un libro. Se titula El reverso de la historia y recoge anécdotas de monarcas y demás gente de púrpura. De pie en el salón del piso donde vive, Lázaro, amante de los crucigramas, explica que le está gustando esta obra. Quizá se siente identificado, porque en la historia de su vida también hay un reverso.

Durante años, no tuvo ni mesita de noche ni dormitorio ni salón, porque no tenía ni piso. Vivió una temporada en el aeropuerto de Palma y también en la entrada de un garaje, tras perder lazos familiares, sociales y laborales.

Ese reverso de su vida llegó tras una vida normalizada. Desembarcó en Mallorca procedente de Úbeda (Jaén) en 1978, con 19 años y ya casado. Era futbolista y jugó de mediocentro en el Baleares, el Arenal y el Son Roca. Y trabajó. Trabajó en hoteles, en el área de mantenimiento de Son Dureta y en la construcción. Luego montó un pub.

Era el año 1981.

A partir de ahí, su vida se torció. Se separó. Traspasó su negocio. Se fue a Francia a pasar un periodo sabático y, de ahí, a Almería, de donde regresó a Palma en 2003 para formalizar su divorcio. "Se me echaron las cosas encima", recuerda Lázaro, al hablar del reverso de su vida.

Su situación se empezó a enderezar en 2014, gracias a una prueba piloto impulsada por Cruz Roja en Balears: Housing first. Primero, la casa, sería la traducción.

"El programa empezó en julio de 2014. En otros países, como Estados Unidos, ya se ha aplicado. Después, se introdujo en Europa. Nosotros aprovechamos una cesión de pisos de una fundación anónima para impulsar la iniciativa", explica la coordinadora de los programas de Cruz Roja de atención a personas sin hogar, Marga Plaza.

´Housing first´

La filosofía del Housing First defiende la importancia de garantizar primero un alojamiento digno para el sin techo; una vivienda que sirva como base, con sus cimientos, para trabajar luego en la normalización de otros aspectos de la vida, a nivel sanitario, de competencias sociales e, incluso, en el ámbito familiar.

La prueba piloto se desarrolla en la actualidad en dos pisos pequeños situados en el mismo edificio de Palma. En uno vive Lázaro y, en el otro, Miquel. "Con esta prueba, queremos dar a conocer esta metodología del ´Housing First´ y que las administraciones vean que funciona", apunta Plaza, con la mirada puesta en una futura ampliación del programa.

A su lado, el educador social Tomeu Miralles, quien lleva a cabo intervenciones del Housing First, destaca los avances que han experimentado los usuarios del programa, que llegan con carencias en diversos ámbitos.

"Los avances se han producido, por ejemplo, a nivel sanitario. Eran personas que no hacían ningún tipo de seguimiento médico, y ahora sí. También han recuperado habilidades sociales y autonomía personal. En el caso de Lázaro, ha servido para que después de años de no tener contacto con la familia haya recuperado relación con la exmujer, con el hijo y con algunas de sus hermanas", detalla Miralles.

Mejoras en alimentación

Esas mejoras se han registrado también en el campo de la alimentación. A principios de mes, reciben una ayuda económica. Y ellos gestionan su cesta de la compra, presentando después los justificantes a los miembros de Cruz Roja.

El plato favorito de Miquel son los garbanzos. Le gusta también el trempó. Y el pollo asado. Y la pasta. Platos que se hace él, en su cocina, donde cuelga un papel con el menú recomendado. Arroz, pasta, caldo, carne y pescado a la plancha o hervidos, galletas sin fibra... Antes de entrar en este piso, Miquel se alimentaba donde podía, en comedores sociales o con lo que le daba algún conocido o alma caritativa.

Durante años, su hogar fue un cajero automático cerca de la plaza del Progreso. Pero antes había tenido su casa y su trabajo. Sus padres eran de Sant Jordi.

Él fue albañil y trabajaba cerca de Son Ferriol. Estuvo también en una finca, en la que, a cambio de guardar el lugar, recibía alojamiento y comida. Aquello se acabó, lo que le echó a vivir en la calle.

"No me molestaba nadie. La verdad es que la gente me respetaba. Todos me conocían", contesta cuando se le pregunta sobre las dificultades de ser un sin techo durante tanto tiempo.

En aquel tiempo, y aún hoy, le gustaba matar el tiempo paseando. Llega a veces hasta Ciutat Jardí. "Me gusta ver los aviones", apunta. Camina también hasta la Lonja y por el Parc de la Mar.

De cara al futuro, dice que estaría bien tener un trabajo, aunque, con su edad, reconoce que lo tiene muy difícil. "¿Qué tengo? ¿62 años?", pregunta medio riendo. Le sigue la broma Miralles -de Cruz Roja-, quien le aclara que anda un poco equivocado. Y le recuerda que actualmente están tramitando el cobro de algún tipo de subsidio para él.

El personal de la Cruz Roja, con la ayuda de voluntarios, ejerce una supervisión constante de la vida de estas personas. Cuando empezó el programa Housing First, el seguimiento era diario. "Después, con el paso del tiempo, ya dejamos que el ritmo lo marquen ellos", señala Miralles, quien resalta el papel de los voluntarios. Semanalmente, les visitan y pasan un rato con ellos, ayudándoles si necesitan algo, echándole por ejemplo una mano a la hora de ir al supermercado.

Contacto social

En Cruz Roja, explican que las personas que han vivido tanto tiempo en la calle echan en falta el contacto social. La pobreza se suele vivir en soledad. "Vivir en la calle implica un abandono de la relación con otras personas. La gente no te mira igual cuando vives en la calle o en un cajero automático", manifiesta Marga Plaza.

De ello, da fe Lázaro.

Cuando su hogar era la vía pública, se encontró en muchas ocasiones con el desdén de la gente. Cuenta que el peor momento del día era al levantarse por la mañana. "¿Dónde me voy a asear hoy?", se preguntaba a sí mismo.

Optaba a veces por pedir un café en un bar, y aprovechar así para ir al baño y limpiarse un poco la cara y peinarse.

"Al salir del baño, me miraban mal. Y te puedo asegurar que eso duele mucho. Cuando observas determinadas miradas de una persona, te dicen mucho sobre lo que piensan de ti", relata con tristeza Lázaro, que sigue ganándose de vez en cuando la vida ayudando a aparcar coches en zonas de Palma como el Portixol.

Hoy en día, Lázaro se considera un afortunado. Otras personas siguen viviendo en la calle. Y, cuando se cruza con alguna de ellas, piensa en varias cosas. "Pienso en la situación en que está ese hombre, en lo que sufre... Y pienso que ojalá salga pronto de ahí", manifiesta.

Si se le habla de futuro, su mente no va más allá de lo inmediato. "Hay que seguir día a día, y el futuro ya se irá viendo", dice Lázaro, quien, tras conocer el reverso de la vida, sólo mira hacia delante.