"Para Cursach el Real Mallorca fue solo un negocio. En cambio el Atlético Baleares lo vivió con el corazón". Así habla un directivo del club blanquiazul en la etapa en la que el empresario ahora 'multiimputado' soñó con el paraíso para un Baleares marginal. Tolo Cursach, en cuyo currículum figura la extravagancia de haber sido el máximo accionista de dos clubes antagónicos, se sirvió del fútbol como un escaparate -o una vía de escape- que utilizó, como otros empresarios, para blanquear su imagen y lograr una respetabilidad social que sus negocios le negaban.

Este magnate de la noche, ahora en prisión acusado de quince delitos, fue en su día el salvador de un Real Mallorca al borde del desahucio. Corría el año 2002 cuando atendió la llamada desesperada de Mateu Alemany y aceptó prestar a la entidad 9,6 millones de euros para mantenerla a flote. "En esta operación ha resultado decisiva la amistad que nos une", declaró Alemany, entonces director general del club.

Cursach negó categóricamente que aquel movimiento fuera un primer paso para hacerse con la propiedad del Mallorca. Pero los hechos acabaron desmintiéndole y en agosto de 2003 él y personas de su círculo de confianza compraron el 42,8 por ciento de los títulos por seis millones de euros a un Grupo Zeta en retirada.

Muy pronto las expectativas dieron paso a la desilusión y el empresario mallorquín se cansó. Sólo dos meses después de asumir las riendas del Mallorca amagó con irse. El fútbol estaba siendo un escaparate demasiado luminoso para un personaje acostumbrado a moverse entre bastidores y ajeno a las críticas. Su relación con Alemany empezó a agrietarse y cada vez era más difícil que los dos hombres fuertes del club encontraran puntos en común.

"Lo único que puedo hacer es salir de este mal rollo", sentenció Cursach, que se dio diez meses para vender su paquete accionarial. Aquella temporada 2003/04 empezó todavía con la resaca de la Copa del Rey conquistada en la final de Elche y unas pretensiones deportivas que se vinieron abajo rápidamente. El experimento de Jaime Pacheco en el banquillo no funcionó y el empresario le relevó por Luis Aragonés solo cinco jornadas después de que hubiera empezado la Liga. Un récord incluso para el Mallorca.

Al final el equipo conquistó una permanencia holgada, pero la decisión de Cursach era inamovible y su relación con Alemany estaba completamente rota. Ni siquiera se pusieron de acuerdo en la conveniencia de renovar a Luis; el director general apostaba por su continuidad y el máximo accionista la rechazaba. Al final el técnico aceptó enrolarse en la selección española para ganar la Eurocopa cuatro veranos después.

Cursach vendió sus acciones a otro empresario que ya estaba en el consejo de administración y que estaba deseoso por agarrar el timón de la nave bermellona, le costara lo que le costara: Vicenç Grande. Y le acabó costando mucho, aunque esa es otra historia.

El fundador de BCM se refugió en sus negocios y desapareció de los titulares. Hasta que volvió a colocarse bajo los focos en 2011 convertido en el propietario del Atlético Baleares. Otra vez una operación millonaria -y ruinosa- para salvar a un club de fútbol. Nadie sabe si fue Fernando Crespí el que reclutó a Cursach para la causa blanquiazul o fue a la inversa. Pero cuando aquel año el Baleares se registró como SAD lo hizo con Tolo Cursach como máximo accionista.

El modesto club de Segunda B garantizaba al magnate de la noche más independencia para diseñar un proyecto deportivo a su medida. Se lo tomó como un reto: sacar del sopor a una entidad sin más ambición que la supervivencia y llevarla a Segunda División por la vía rápida. Esta vez Cursach tuvo las manos libres y no reparó en gastos. Con la desmesura por bandera, el resultado fue un proyecto deportivo que se quedó a las puertas del ascenso dejándose dos millones de euros por el camino. Una fortuna en una categoría semiprofesional.

El empresario puso más sentimiento e implicación en su aventura en el Baleares que en el Mallorca diez años atrás; cuestión de fidelidad a los colores. Pero eso no le bastó para saldar su aventura con éxito. Según los cálculos más conservadores, Cursach dilapidó cinco millones de euros de su patrimonio personal en cuatro temporadas al frente de la entidad blanquiazul. Otras fuentes elevan la cifra a nueve millones de euros.

El ahora imputado también acabó harto del Baleares. Disfrutó de más intimidad y algo más de reconocimiento, pero en 2014 cedió el testigo al alemán Ingo Volckmann. Dicen que pese a todo seguía siendo, hasta su detención, un asesor en la sombra.