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Análisis

Protegido, no vigilado

La primera vez que Iñaki Urdangarin se sentó delante de un juez fue en Palma, en febrero de 2012. La expectación mediática en los juzgados de Vía Alemania era brutal. Entonces y ahora, el dispositivo policial fue exageradamente desproporcionado. En las dos ocasiones en las que Urdangarin bajó la rampa para declarar ante el juez José Castro pudo llegar como un rey: docenas de policías apostados en calles y tejados, coches con escoltas y chófer por descontado. Nada cambió ayer: un vehículo camuflado le esperaba a la puerta de la terminal de llegadas de Son Sant Joan, en una zona exclusiva para los buses turísticos.

Alguien dirá que hace cinco años el imputado Urdangarin era todavía el yerno del jefe del Estado y había que evitar algún que otro incidente con las docenas de personas indignadas que le esperaban. Tiene lógica que no se permitiera que nadie le lanzara huevos, no obstante fue escandaloso cómo el férreo dispositivo de seguridad se diseñó calculadamente desde Madrid para impedir que el duque se viera las caras con los encolerizados ciudadanos, y sus gritos solo se oyeran a lo lejos.

La jornada de ayer en las puertas de la Audiencia recordaba mucho a la del 24 de julio de 2013. Se repetían protagonistas -el fiscal Pedro Horrach- o los gritos de chorizo y ladrón. Ese día iban dirigidos a Maria Antònia Munar, y ayer a Urdangarin. En el mismo escenario ambos se jugaban su libertad, solo que el final iba a ser distinto para cada uno y se conocía de antemano: Munar ya no saldría a pie e iría directa a la cárcel; Urdangarin regresaría a Suiza en coche oficial y con la policía parando a un autobús de la EMT para que pudiera irse más rápido.

El blindaje al cuñado del nuevo jefe del Estado en su última visita a Mallorca volvió a superar lo tolerable en una democracia. Los periodistas encerrados entre barreras de obras municipales como ovejas en el corral; agentes uniformados escrutando de arriba abajo al personal; el tráfico cortado en toda la vecina plaza del Mercat; la gente obligada a cambiarse de acera para seguir su camino. Un despropósito.

Aunque en libertad, el ciudadano Urdangarin es hoy un corrupto condenado. Conviene recordárselo al dolido establishment.

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