La vida moderna es que te insulten en la calle y al mismo tiempo te fotografíen para inmortalizar el momento. Eso le pasó ayer a Iñaki Urdangarin, que llegó a Palma en clase turista y que salió casi indemne de la temida vistilla de medidas cautelares, a Diego Torres, que llevaba varias noches en blanco pensando de dónde iba a sacar el dinero para la fianza que no le pusieron, y al fiscal Pedro Horrach, que instó la vistilla de medidas cautelares y fue "pagado" por una minoría del público presente con insultos como "ladrón" o "vendido".

El mejor palco para presenciar las entradas y salidas del antiguo palacete de Can Berga fue la marquesina de autobuses situada frente a la puerta del hoy Palacio de Justicia. Allí se concentraron de buena mañana un grupo de antiguos empleados de Cobra, que portaron durante unas horas una modesta pancarta para reivindicar la injusticia de su despido.

"Hace tres semanas que 21 trabajadores estamos en la calle, después de 20 y 25 años trabajando en la empresa. No tenemos sueldo ni paro, de qué vamos a alimentar a nuestras familias", se dolieron los concentrados.

Ayer no hubo más pancartas, ni tampoco acudieron algunos manifestantes emblemáticos de anteriores protestas contra la cúpula de Nóos, como el señor que lleva una bandera republicana de capa. El espectáculo tampoco atrajo a los vecinos de la plaza de es Mercat (apenas en toda la mañana cinco personas se asomaron a los balcones) y no congregó a un número excesivo de curiosos o manifestantes contra la corrupción. La Policía lo tuvo fácil.

Sin inhibidores

También fue un gesto de agradecer que, a diferencia de las declaraciones de Urdangarin y su esposa la infanta Cristina en los juzgados de Vía Alemania, la Policía no usara potentes inhibidores para bloquear los artilugios electrónicos. Internet y el teléfono fluyeron libremente por el centro de Palma. Un alivio para las decenas de periodistas movilizados para la histórica ocasión de que el cuñado del Rey pudiera salir esposado.

Hasta que uno no pasa toda la mañana entre la cultura del Caixaforum y el crimen y castigo de la Audiencia no se da cuenta de la cantidad de grupos escolares que circulan por la zona. Ayer por lo menos pasaron siete procesiones de niños de todas las edades: de guardería y disfrazados de carnaval, de primaria y los alborotados de la ESO. Los colegiales atravesaron con su proverbial inocencia los cordones policiales y uno de ellos, muy pequeñito, y con futuro, explicó lo que estaba ocurriendo: "Que viene Iñaki".

La vida siguió sus ritmos normales en la calle Unió. No se paró el mundo por la angustia del exduque de Palma y su antiguo socio, que, entre las once y la una, esperaron junto a sus abogados en un pasillo de la Audiencia la decisión de las magistradas.

Urdangarin se desplazó desde Ginebra en un vuelo low cost de EasyJet y abandonó la terminal por una puerta convencional de salidas. Al aeropuerto de Ginebra llegó en un autobús de línea.

A la Audiencia se trasladó en un Nissan Juke acompañado de escoltas. Nada de lujo para un día donde se le podía complicar aún más la vida tras la sentencia de más de seis años de cárcel dictada hoy hace una semana.

Una porra en la pastelería

¿Irá a la cárcel?, preguntó una señora acomodada a un agente. "No lo sé señora, no depende de nosotros, depende del tribunal", le replicó el policía. "¿Saldrá pronto?", inquirió otro curioso a otro funcionario policial.

En una pastelería de la zona preguntaron al periodista por el futuro del esposo de la Infanta Cristina. "Es que estamos pensando en hacer una porra y tú seguro que lo sabes", le explicaron.

"Chorizo", "ladrón", "Justicia para ricos" o "la Ley de los ricos", fueron algunos de los improperios que Urdangarin aguantó en sus brevísimas entrada y salida a la Audiencia.

Pero lo más llamativo fue que los ciudadanos más agresivos verbalmente sacaran sus teléfonos móviles para fotografiar al exduque de Palma o hacerse ellos mismos selfies durante la protesta.

La vistilla de medidas cautelares coincidió con el regreso del juez José Castro al trabajo, tras unos días de baja por una operación de espalda.

Castro volvió a ser foco de atracción de los medios de comunicación, pero no quiso pronunciarse sobre la decisión de la Audiencia. Eso sí el juez insistió en que, pese a lo dicho en la sentencia, él se reafirma en sus tesis sobre la trama Nóos.

Un payaso que hace figuras con globos trató de aprovechar la concentración de curiosos para ganar algo de dinero, pero no hubo suerte. A las 12,30 Emaya mandó un barrendero para que limpiara la acera frente a la Audiencia. El operario hizo su trabajo como si allí no estuviera pasando algo extraordinario.

A las 12,55 Diego Torres y su abogado Manuel González Peeters abandonaron a la carrera el lugar a bordo de un taxi. Cinco minutos después Urdangarin, que vestía americana, corbata, jersey y pantalón, salió escopeteado (y aliviado) a bordo del Nissan Juke.