Opinión
Calidad turística
La oferta turística de cinco estrellas sigue de momento ligada a la misma fórmula de sol y playa, mientras opciones como la cultural siguen en el olvido
Camilo José Cela Conde
Las características de la zona hotelera de la Platja de Palma son conocidas de sobra por cualquiera que se interese por la principal fuente de riqueza de Mallorca, por la situación urbanística de la isla o incluso por la simple crónica de actualidad. Trascienden al localismo y han dado lugar incluso a películas de la televisión alemana. Un historiador liberal atribuiría al mercado libre y al azar ese despropósito típico del turismo basura que ha dado lugar a emplazamientos como los del Balneario 6 de la Playa de Palma Balermann 6 es precisamente el título de la película de marras. Pero el historiador se equivocaría.
La acumulación de locales destinados al turismo de masas del Balneario 6, de la Calle del Jamón que es su principal referencia o, por extensión injusta pero generalizada, de toda la Platja de Palma es el resultado de una decisión de gran calado que tomó el Gobierno del general Franco allá por los años 60 del siglo XX. Se trataba de sacrificar una isla, hasta entonces casi virgen, a la mayor gloria de las necesidades de una España sometida al bloqueo internacional desde la Guerra Civil.
Eran los tiempos aquellos de los coches con gasógeno y la autarquía y las divisas que el turismo masivo generaría serían utilizadas para la industrialización del País Vasco y de Cataluña. Un plan brillante, de un éxito capaz de sorprender a la propia empresa, que supuso de hecho la primera integración de España en Europa y que dio paso a la masificación brutal de Mallorca. Si se me permite una autocita, aclararé que todo eso se describe en el último capítulo de lo que fue, hace casi cuarenta años, mi tesis doctoral. Anda, supongo, por las librerías y por las bibliotecas.
Una década después de la decisión impulsada entre otros por el entonces ministro Fraga Iribarne, Mallorca tenía más hoteles que Grecia entera. La mayor parte de ellos de una calidad ínfima pero más que eficaces para atraer a un gentío desaforado, capaz de convertir Son Sant Joan en el aeropuerto de mayor afluencia veraniega de Europa. El turismo de masas se concentró en zonas muy concretas entre las que la Platja de Palma supone una de las de mayor fama.
Desde el momento mismo casi de la irrupción del turismo de masas discutimos acerca de sus peligros y de las alternativas que hay para conjurarlos. La apuesta por un turismo de calidad es la más evidente; otro gallo nos cantaría hoy si las decisiones políticas de medio siglo atrás hubiesen apostado por hacer de Mallorca un paraíso para los veraneantes de privilegio. Pero, ¿es compatible el turismo lujoso con el de alpargata? La operación de esponjar la Platja de Palma, dotándola de hoteles de muchas estrellas en vez de los establecimientos agolpados alrededor de la Calle del Jamón y sus equivalentes, ha supuesto un éxito considerable. Hasta un quinteto de hoteles de lujo habrá de aquí a dos años gracias a que la iniciativa privada apuesta por esa fórmula en el lugar más sorprendente. Cadenas como Pabisa e Iberostar y familias como las Alomar, Balaguer y Llull se unen a la tendencia que los gigantes, al estilo de Escarrer y Barceló, han seguido ya: la de una oferta turística de cinco estrellas ligada, ¡ay!, de momento a la misma fórmula de sol y playa. No echemos toda la culpa a Franco. La anhelada alternativa de fórmulas como la cultural que entierren para siempre la imagen negativa de la isla siguen en el limbo del olvido de nuestras autoridades actuales.
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