La historia de Cristina P.L. no necesita de adornos y a buen seguro que remueve más de una conciencia en estos días en que las autoridades e instituciones proclaman su férrea determinación de acabar con la violencia machista en las islas.

Nacida hace 38 años en Palma, es madre de tres niños que en estos momentos tienen 16, 9 y 2 años, el último de ellos fruto de una relación con un hombre desequilibrado que le agredía constantemente.

“Le conocí en una consulta médica de Palma. Llegó a la sala de espera con mucha ansiedad y yo le dejé pasar antes, como hubiera hecho con cualquier otra persona que hubiera llegado en su estado. Cuando salí del médico, me estaba esperando fuera para darme las gracias y me acompañó a casa”, comienza su relato. Después de tres meses de acercamientos cada vez más atrevidos, Cristina accedió a salir un sábado a pasear con él por el Parc de la Mar acompañados de su hijo mediano. Tanto el mayor como éste, son fruto de una relación anterior de Cristina.

La relación avanza y decide irse a vivir con él. Antes, su agresor se había sincerado con ella y le había revelado que había consumido heroína y que había estado en un programa de desintoxicación de Projecte Home.

“Pensé que todo el mundo tiene derecho a equivocarse y a disfrutar de una segunda oportunidad en la vida. En esos días, pese a que no consumía droga, aprecié en él conductas extrañas. Repetía las cosas muchas veces, llegaba a atarse los cordones hasta cinco veces repetitivamente. Estaba siendo tratado por una psiquiatra y yo le acompañaba. La profesional me dijo que tenía una esquizofrenia tóxica y, pese a que le había pautado una medicación, él no la tomaba”, continúa la historia Cristina.

Podía llegar a ser violento

En estos momentos, se quedó embarazada, circunstancia que le acarreó las críticas de una psiquiatra y una trabajadora socialdel centro de salud de Son Pisà: “Me instaron a que me replanteara la relación, que no sería un padre responsable, que no tendría una conducta ejemplar con mis hijos, que podía llegar a ser violento. Pero no les hice caso. Y al mes de irme a vivir con él, ya comenzaron las agresiones y sus actitudes violentas: Llegó a tirar un taburete y un tocadiscos por la ventana y por las escaleras. En esos días, le denuncié por primera vez a la Policía Nacional”.

A raíz de una agresión especialmente violenta, los alarmados vecinos requirieron la presencia policial y una patrulla de la Policía Nacional acudió al domicilio. Cristina aprovechó la circunstancia para, embarazada como estaba, mudarse a vivir a otro piso. El juicio rápido por este episodio de violencia machista se fijó para tres meses después.

“Me lloró diciéndome que quería ver nacer a su hijo, que era la mujer de su vida, que empezaría a medicarse, que cambiaría y no me pegaría más. Así que, cuando acudí al juicio, el embarazo ya estaba muy avanzado, le dije a mi abogado que le quería dar una oportunidad como padre. Retiré la denuncia y el juicio no se celebró”, lamenta ahora la compasión que tuvo hacia su maltratador.

Cristina volvió a vivir con él. Su buen comportamiento antes de volver a los malos tratos apenas duró un par de semanas. Embarazada y sin nadie a quien recurrir -Cristina admite que procede de una familia desestructurada y que por ese lado no tiene respaldo alguno-pasa por los momentos más angustiosos.

A comienzos de diciembre de 2014, los siete días de nacer su tercer hijo engendrado con su agresor, pide ayuda a la Cruz Roja que, a través de una Unidad Móvil de Emergencia Social (UMES), le gestiona y le aloja en un piso de acogida del Ayuntamiento de Palma. Ingresa en él junto a sus dos hijos pequeños, el mediano que en ese momento tenía siete años y un recién nacido de apenas siete días, un par de semanas antes de que comiencen unas tristes fiestas de Navidad.

Conducta negligente

Su pareja, que en esos momentos pernoctaba en albergues del centro de Ciutat, sabía perfectamente dónde se alojaba su excompañera y comenzó de nuevo a visitarla y a acosarla.

Pero la vida de Cristina se truncó definitivamente cuando a finales del mes de febrero recibe una llamada de Menores del Consell de Mallorca en el que le comunican que le retiran la custodia de sus hijos por, según revela, “haber tenido una conducta negligente con ellos, por haber compartido mi vida y la de mis hijos con la persona que me agredía y por haber tenido un hijo con ese hombre”.

Cristina sospecha de una maniobra orquestada ya que esa misma noche, al llegar a su piso de acogida, le comunican que no puede permanecer en él porque ya no tiene a ningún menor a su cargo y le ponen de patitas en la calle. Sola y sin recursos, recurre otra vez a Cruz Roja, que le busca un hueco en el albergue en el que, precisamente, se alojaba también su agresor. Y todo empezó de nuevo.

“Empezó a trabajar y alquiló un piso en Inca y yo me fui con él. Me agarré a lo único que tenía”, confiesa hoy Cristina una actitud perfectamente comprensible en su situación.

Tras diversos episodios de agresiones físicas y de violaciones sexuales, el detonante se produjo el 15 de mayo de 2015. Esa noche el agresor se mostró más violento que nunca cuando, ante sus requerimientos de que Cristina le preparara la cena, esta le dijo que esperara a que se duchara. “La paliza fue brutal: Me propinó varias patadas en el pecho, me arrastró por el suelo agarrándome del pelo y me tiró por el balcón a la calle. Vivíamos en un primer piso de una calle estrecha de Inca y los vecinos de la casa de enfrente lo presenciaron todo. Creo que alguien llegó incluso a grabar la agresión”.

Prisión preventiva

Al lugar de los hechos llegó una ambulancia que trasladó a la maltratada al hospital mientras que su agresor se dio a la fuga sustrayéndose a los agentes de la Guardia Civil. Determinada a no volver a pasar por una situación igual, a la mañana siguiente Cristina abandonó momentáneamente su cama hospitalaria para interponer la correspondiente denuncia. Esa misma mañana el agresor era detenido e ingresado en prisión de forma preventiva por la gravedad de los hechos, reclusión de la que solo saldrá para asistir al juicio.

“Tengo un tutor asignado en la Guardia Civil, que se ha comprometido a avisarme si él sale de la cárcel. Además, si lo hace, creo que le pondrán una pulsera para evitar que se acerque a mi”, subraya Cristina poniendo de manifiesto el temor que aún siente ante la posibilidad de volver a encontrarse con su maltratador.

Pero hay otra cosa que también le ha dolido mucho a esta mujer maltratada, una más de una larga y vergonzosa lista: Las visitas y las promesas que le hicieron, estando hospitalizada, tanto Rafael Torres, el alcalde del PP que optaba a la reelección como Virgilio Moreno, el candidato socialista que finalmente se hizo con la vara. Faltaban 8 días para los comicios municipales y autonómicos del 24-M y una foto en el hospital con una mujer maltratada garantizaba un buen puñado de votos.

“Me aseguraron que me ayudarían a conseguir un piso y un trabajo estable para que pudiera recuperar a mis hijos. Pero no han cumplido. Desde septiembre trabajo en esta tienda (un establecimiento de ropa en Palma) y me encuentro emocionalmente bien, como dictaminó una psicóloga de los juzgados de Vía Alemania que asiste a víctimas de delitos. Así que me decidí a alquilar un piso grande en Inca para poder rehacer mi vida con mis tres hijos. Para ello me entrampé porque tuve que adelantar 1.500 euros, quinientos para la agencia y dos meses de fianza. Y luego, cuando reclamé ayuda al Ayuntamiento de Inca, la regidora de Benestar Social me dijo que con lo que cobro no entro en los parámetros para recibirla. Y yo no pido una ayuda mensual, sino un apoyo para comenzar de nuevo”, lamenta esta madre maltratada que, mientras tanto, tendrá que conformarse con ver a sus hijos una hora al mes en el Consell de Mallorca.