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La fiesta en paz

La buena obra de los hoteleros en Cuba

Fidel Castro y Gabriel Escarrer. diario de mallorca

Los hoteleros mallorquines no tuvieron ningún remordimiento al aliarse con el diablo comunista. Tampoco lo hubieran tenido si el maligno hubiera sido fascista. Ellos son hombres de negocios que vieron antes que casi nadie la oportunidad de invertir en Cuba. En la Cuba de Fidel Castro. El que sobrevivió a 600 métodos ideados por la CIA para asesinarle, el que gobernó con puño de hierro sobre la isla y el que mandó al pelotón de fusilamiento, a la cárcel o al exilio a miles de disidentes. Los hoteleros son emprendedores que llegaron a un acuerdo con Fidel, la persona que les ofrecía una oportunidad de ganar dinero.

Los norteamericanos intentaron castigar a Gabriel Escarrer por sus negocios con el régimen de La Habana. Idearon la Ley Helms-Burton y fracasaron. Lo que antes era el Grupo Sol y ahora es Meliá siguió abriendo hoteles, no solo en Varadero, Holguín o Cayo Coco, también en Estados Unidos. En cierto modo, Escarrer recuerda al gran Juan March, quien hizo parte de su fortuna durante la I Guerra Mundial vendiendo combustible a los submarinos alemanes e información a los británicos sobre la ubicación de los sumergibles.

Algunos de quienes se han dedicado a fustigar con sólidos argumentos al fenecido Fidel Castro se han rasgado las vestiduras por el hecho de que los hombres de negocios den apoyo económico a una dictadura. El primer argumento para rebatirles es universal: el dinero no tiene ideología. Pero hay otras razones para defender las inversiones privadas en lugares poco recomendables desde el punto de vista político.

El desembarco de Sol y otros hoteleros en Cuba proporcionó alivio económico y divisas al régimen. Es cierto, pero sobre todo dio trabajo a miles de cubanos. ¿Se imaginan qué sería de Mallorca si durante los años de la dictadura los grandes operadores turísticos no hubieran invertido en la isla? Ellos aportaron el dinero para financiar la construcción de los hoteles y pusieron los aviones cargados de suecos, ingleses o alemanes. Abrieron a la modernidad una sociedad que en muchos aspectos seguía anclada en el siglo XIX.

Además, el turismo tiene una ventaja adicional que facilita la caída de las dictaduras. Miles de mallorquines aprendieron que las democracias europeas, consideradas corruptas por el franquismo y la encarnación de la masonería y el comunismo, debían tener abundantes aspectos positivos cuando millones de sus súbditos podían permitirse unas vacaciones en el extranjero, un sueño lejano para millones de españoles.

Quienes cuestionan la presencia de los emprendedores -y hasta del rey emérito- en Cuba, no tienen los mismos remilgos cuando las empresas españolas construyen un tren de alta velocidad entre Medina y La Meca, pese a que Arabia Saudí es tan dictadura y tan sanguinaria o más que la castrista. El petróleo manda. Tampoco ponen en solfa los viajes de autoridades de todo rango y color político a China para captar inversiones, aunque el país asiático es tan totalitario y condena a muerte con más facilidad que el castrismo. La financiación de la deuda manda.

Los hoteleros mallorquines que decidieron no implicarse en el negocio turístico cubano se han sumado a posteriori, se arrepienten de no haberlo hecho o han aceptado negocios en países tan poco recomendables desde el punto de vista político como Cuba.

Tarde o temprano el régimen comunista tendrá que abrir la mano. Entonces los hoteleros mallorquines habrán aportado su grano de arena, interesado pero grano de arena, a la transición. Nuestros empresarios habrán creado una estructura económica de la que carecería el país sin su presencia y habrán facilitado el contacto de miles de sus empleados con ciudadanos de las podridas democracias. Estos ya tienen información de que se puede vivir muy bien, mejor que en una dictadura, en un régimen de libertades.

El turismo como divulgador de las bondades de la democracia ya fue percibido por Franco cuando aconsejó: "Viaje usted menos y vea más la televisión". Más o menos.

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