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La fiesta en paz

Mentes obtusas para la gestión cultural

La gestión cultural mallorquina ha estado generalmente en manos de mentes obtusas...

Una ópera hecha nada por 1,2 millones.

La gestión cultural mallorquina ha estado generalmente en manos de mentes obtusas. Y obtusa es, en este caso, una palabra cargada de buena voluntad. Visito Bermeo y entro en la Torre de Ercilla, donde se ubica un museo dedicado a los pescadores, en especial a los balleneros que durante siglos desarrollaron su actividad entre el Cantábrico y Terranova. En Zarautz descubro uno dedicado a su arte e historia, aunque en esta localidad todo lo eclipsa Karlos Arguiñano. En la vecina Getaria se muestran las creaciones del modisto Cristóbal Balenciaga en unas instalaciones espectaculares. En Portugalete y Getxo se pone en valor el puente colgante que une ambas localidades para salvar la ría.

No es necesario resaltar lo que ha significado el Guggenheim para sacar a Bilbao de la depresión postindustrial, pero sí apuntar que su espléndido museo de Bellas Artes ha sido ampliado para que sus colecciones contemporáneas luzcan en todo su esplendor. En Vitoria han encontrado en el palacio de Bendaña el espacio adecuado para la curiosa colección de naipes de los Fournier. En San Sebastián, el museo de San Telmo ha crecido dentro de la montaña con una inversión de 29 millones para adecuar sus colecciones.

Lógicamente, estas constataciones parten de una visita vacacional a una Euskadi en paz. El viajero inverso, el que llega del norte a las islas, no podrá admirar las inversiones culturales recientes porque son escasas. Podrá disfrutar de los paisajes de la Serra de Tramuntana, la fina arena de las playas e incluso de la labor de nuestros antepasados en la impresionante catedral gótica. Sin embargo, quedará prácticamente huérfano de inversión cultural reciente.

¿Dónde está el museo de la ciencia y la tecnología? Feliciano Fuster luchó por conseguirlo. La antigua central eléctrica de Alcúdia es el lugar ideal para conservar buena parte del legado industrial de la isla -hubo vida antes del turismo- y a la vez convertirlo en una inmensa aula para la educación tecnológica.

¿Dónde está el museo marítimo? Una ciudad como Palma, cuyo cordón umbilical ha sido durante más de dos milenios el Mediterráneo tiene casi la obligación de guardar como un tesoro los restos de su relación con el mar. Allí podrían mostrarse el paquebote Nuevo corazón, que se fue al fondo de la bahía para convertirse en refugio de peces, o el Cala Virgili. También podrían mostrarse restos de pecios romanos o griegos de las costas mallorquinas y hasta algún humilde llaüt.

¿Dónde está el museo del Ferrocarril? Su inauguración en 1875 fue el primer gran paso en la modernización de la isla. ¿Dónde está el museo del vino? Hasta la llegada de la maldita filoxera la vitivinicultura trajo riqueza a amplias zonas de la isla ¿Quién recuperará el Sindicat de Felanitx? Un edificio que, como la estación enológica, se merece un futuro.

En los años del tardo y postfranquismo hubo un cierto interés por la cultura. Nació el Auditorium, fruto de la iniciativa privada de Marc Ferragut. También se pudo crear la Fundació Pilar i Joan Miró, en este caso gracias a la colaboración entre el artista y el Ayuntamiento de Palma y a la generosidad de la viuda del pintor. Eran los años en que la capital mallorquina lideraba la actividad cultura española con unos festivales de teatro y jazz que recibían a figuras de primer orden. Tadeusz Kantor, Miles Davis, Lindsay Kemp, Stan Getz, Darío Fo, Ray Charles...

Una vez fenecidos aquellos años de ilusión, da la impresión de que solo dos fuerzas han impulsado los escasos proyectos culturales que se han puesto sobre la mesa: la rapiña y el miedo. Maria Antònia Munar quiso endosar a los mallorquines un museo submarino frente a la catedral. Jaume Matas pretendió que Santiago Calatrava embelleciera la catedral con una teatro de la ópera, que no era un museo pero sí un mausoleo en el que enterrar cientos de millones de dinero público. Conociendo a los dos personajes, Munar y Matas, no es difícil discernir cuál era la energía que empujaba sus proyectos. Es Baluard pertenece a la otra categoría. A la de los políticos con miedo a pronunciar la palabra no.

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