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Dos palabritas

Rebelarse contra el absurdo

¿Recuerda cuándo fue la última vez que el Parlament balear aprobó una propuesta por unanimidad? Yo tampoco. Nos encontramos con una petición que cuenta con un respaldo mayoritario en las islas, que tendría claros efectos positivos en la salud y en la economía. Pero el Gobierno la ha zanjado con un cerrojazo que parece inapelable: el cambio de horario anual obedece a una directiva comunitaria que es de obligado cumplimiento. Y no hay más que hablar. Bruselas locuta, causa finita.

Pero yo no recuerdo cuándo cedimos hasta los aspectos más íntimos de nuestras vidas y nuestra soberanía a la Unión Europea. No recuerdo cuándo me consultaron.

No me extraña que en Bruselas contemplen con envidia nuestos inviernos suaves, que nos dan la oportunidad de disfrutar de tardes soleadas en una terraza frente al mar. Ni me extrañaría que algunos burócratas del Parlamento europeo disfruten en secreto cuando responden: ¡Ni hablar! Es una directiva comunitaria de obligado cumplimento, así que se fastidien esos mallorquines. A las cinco de la tarde, noche cerrada, y a las siete a la cama, como buenos europeos.

No crean que exagero sobre el grado de absurdo o estulticia con que se manejan las administraciones públicas, y que en el caso de los hipertrofiados organismos europeos puede llegar a extremos kafkianos. Hay miles -literalmente, miles- de funcionarios comunitarios escandalosamente retribuidos, que están más preocupados por mantener sus empleos que por servir a los ciudadanos.

¿Y qué alternativa nos queda entonces? Muy simple, la rebelión. Bastaría con que el Parlament balear diera muestra de un poco de coraje, defendiera los intereses de las islas y rechazara el cambio de hora. Les aseguro que el mundo seguiría girando... solo que una hora después.

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