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Opinión

La pena de Munar no conmueve al jurado

Las emociones nublan el juicio, así que el jurado se ha aislado de la intromisión del llanto en el segundo juicio de Can Domenge, el solar que ahora agota el repertorio delictivo de la corrupción. Profesional de la escena, Maria Antònia Munar transformó la pena de banquillo en un teatrillo de innegable dramatismo.

Las emociones no son negociables, y el jurado prefirió abstraerse de las lágrimas para ceñirse a los hechos, en aplicación de la doctrina impartida sabiamente por Juan Carrau. El fiscal no actuó en representante del ministerio público sino en defensor del pueblo, los jurados se solidarizan con su llaneza. Forcejeó con la confesión a medias de Munar, hasta abandonarla exhausto. Incluso en la desolación de Lady Diada, los jurados se alinean con la naturalidad convincente del representante de Anticorrupción.

El capítulo de las lágrimas de Munar no deja impertérritos ni a los corazones endurecidos. Sin embargo, el sufrimiento no implica arrepentimiento, en el discurso de Carrau. Además, hay otra escena ilustrativa que no gozó del testimonio de las cámaras. Muestra el momento en que la eterna presidenta de Mallorca recibía su soborno de dos millones de euros. Su servicial Bartomeu Vicens debe detallar algún día el ceremonial de la entrega.

Vicens pudo esbozar un sumiso "te traigo esto", apuntando al sobre con la mirada. Munar tuvo que vencer el impulso de abalanzarse sobre los billetes y proceder a un ávido recuento. Una sociedad que revisa con meticulosidad la factura del híper no recibe millones sin un sondeo de la exactitud de la entrega, aunque sea al peso. El responsable de urbanismo del Consell Inmobiliario de Mallorca pudo relajar la tensión con un contemporizador "creo que está todo", o un más explícito "Sacresa ha cumplido".

Los sollozos de Munar inspiraron pena pero no rebajaron la pena que le adjudicó el jurado. Como espectador, le sobraron palabras. "Estoy muerta" es un manifiesto categórico, que no precisa matices. Cuando se añade "políticamente, económicamente, socialmente", la mente se inunda de las hazañas triunfales de la política presa, incompatibles con su dolor.

La inteligencia del jurado se advierte en su conclusión de que Munar esquivó astutamente una implicación, más allá del reconocimiento vago de los hechos. La unanimidad servirá a los políticos para convencerse de que los periodistas, como miembros del mismo club, han sido más sensibles a su sufrimiento a posteriori que los ciudadanos.

¿Cómo es posible la escena auténticamente dramática, la recepción del dinero castigada por el jurado? En primer lugar, porque Munar y sus secuaces eran los "yonquis del dinero" descritos por Marcos Benavent en una de las corrupciones del PP. En segundo lugar, porque la presidenta alternaba en posición de ventaja con los poderes encargados de corregirla. Un álbum de fotos de la época muestra un catálogo de su invulnerabilidad, disuelta gracias a un fiscal humilde y a un jurado que distingue la pena de la gloria.

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