La masificación turística ha pasado de ser una percepción de unos cuantos a un problema de todos y para casi todos. Y de primer orden. Lo revelaba ayer el estudio sociológico sobre medio ambiente que se ha convertido en referencia en los últimos años, el Ecobarómetro balear que elaboran conjuntamente la empresa de gestión de residuos Tirme, el Instituto IBES de Estudios Sociales, la Obra Social de La Caixa y la compañía de tratamiento de aguas Hidrobal. La primera conclusión de esta cuarta entrega del informe, realizada con 900 encuestas a ciudadanos de las islas, es que la protección del medio ambiente es hoy una prioridad para la inmensa mayoría de los ciudadanos, dejando definitivamente atrás décadas de indiferencia social con el medio ambiente.

La segunda lectura es que la sociedad balear ha alcanzado un nivel de desarrollo tal que hoy preocupan más cuestiones como la necesidad de generar energías limpias que la suficiencia de unos recursos energéticos, que ya se dan por supuesta, algo que el director general de Tirme, Rafael Guinea, atribuye a la madurez y progreso de una sociedad que mira más allá de las necesidades primarias. Y la tercera y más actual de las conclusiones es la que leían al principio: las preocupaciones ambientales de los ciudadanos han dado un vuelco tal que este año se cita como primeras causas de alerta la masificación y la suciedad del agua y las playas, dos cuestiones que hasta este año no aparecían en la lista de grandes problemas, según certificaba ayer el director el estudio, Gonzalo Adán.

Aportaba además Adán un detalle de lo más relevante: la percepción de la masificación turística como el gran problema ambiental quedó documentada con entrevistas realizadas en el mes de junio. Es decir, los ciudadanos ya se sentían agobiados antes de que empezasen los meses de julio y agosto con mayor presión humana de la historia balear, los de este verano de todos los récords de facturación y aglomeración. Esa doble cara del turismo también se refleja en la “ambivalencia” de los análisis que hicieron los ciudadanos, según explica Gonzalo Adán: los ciudadanos, por una parte, describen la realidad turística de los últimos meses como agobiante y excesiva, pero al tiempo añaden en muchos casos que no conviene fijar restricciones a la llegada de un turismo que ven clave para la prosperidad económica mallorquina.

“La ‘masificación’ como concepto es la primera vez que aparece en este estudio. Cuando no se le daba nombre parecía que el problema no existía. Por las respuestas, en esta sociedad creemos que hay problema de masificación, pero al tiempo queremos que de algún modo siga habiendo masificación, por su relevancia económica, por lo que hay que buscar una masificación sostenible”, añade Adán. Y en esa aparente esquizofrenia social, que lleva a querer compatibilizar el exceso que llena la caja con la tranquilidad de no sufrir un abarrote imprescindible para el lucro quedan relegadas cuestiones ambientales hoy olvidadas. Ejemplo perfecto es la protección del territorio, de moda hace cinco años, que hoy ya no figura entre los veinte primeros problemas más citados.

Suciedad y escasez de agua

Sí destaca en esa lista de miedos ambientales el agua, presente como fuente de temor en varias de sus vertientes. Para empezar, la más inmediata, claro: la sequía. Y después todas las asociadas al exceso de presión humana: vertidos, saneamiento insuficiente y falta de limpieza en playas, aguas y puertos. De hecho, esta escasez de limpieza de playas y aguas es citado como primer problema ambiental de las islas, por delante, en este orden, de la masificación turística, el exceso de coches asociado a ese abarrote turístico y la suciedad en las calles. Inmediatamente después, en quinto, sexto y séptimo lugar, aparecen el derroche de agua, el deterioro de las playas y la baja calidad del agua para beber. “La ciudadanía más sensible a problemas de abastecimiento y saneamiento, a veces derivados de comportamientos individuales como tirar desechos inadecuados las redes de saneamiento, que acaban provocando atascos y vertidos”, enfatiza Guillermo Carbonero, director territorial de la empresa de tratamiento de aguas Hidrobal, que explica con un ejemplo la gran distancia que aún hay entre la preocupación que expresan los ciudadanos por el medio ambiente y la que realmente demuestran luego con su comportamiento cotidiano: “Se habla mucho de las toallitas húmedas, que si se tiran por el retrete generan problemas tan serios que las denominan’ el monstruo de las alcantarillas’”, avisa,antes de certificar que ese conocimiento no evita su mal uso.

Y ese es el gran reto, coinciden los impulsores del Ecobarómetro: conseguir que la preocupación general por el medio ambiente se convierta en actitudes individuales responsables y respetuosas, así a la hora de reciclar como a la de no ensuciar una playa. “Hay una desvinculación personal con los problemas. Se atribuye la culpa de la suciedad del agua al turista, no a uno mismo. El 90% de los ciudadanos dicen que reciclan, pero los datos reales son muy inferiores a eso. Eso es interesante para enfocar la concienciación: tenemos que generar confianza en que el esfuerzo que haces en casa separando residuos sirve luego para reciclar de verdad”, ejemplifica Rafael Guinea, de Tirme, que pese a todo sostiene que la sociedad balear se implica cada vez más en el cuidado de su entorno.