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Apuntes: El hedonismo tenía un precio, por Matías Vallés

Javier Salinas dejó de ser obispo a finales del año pasado, por decisión firme del Vaticano ahora materializada. Su destitución no se selló al mantener una relación impropia con su secretaria particular y alto cargo del PP, a la que habría "abducido brutalmente" según el esposo engañado. El bon vivant valenciano se despojó para siempre de la condición episcopal al burlarse abiertamente del marido, cuando le reclamó que se distanciara prudentemente de su mujer ante el daño que la intimidad creciente reportaba al matrimonio.

Salinas se introdujo deliberadamente y con todas las consecuencias en un folletín que sería trivial en el estamento civil, pero que resulta difícil conciliar con la mitra. No es el primer obispo de Mallorca que introduce a una mujer en el palacio episcopal en horario intempestivo, pero otros titulares de la diócesis adoptaron la precaución mínima de que su pareja no mantuviera vínculos conyugales.

Salinas no solo pasará a la historia como el primer obispo a quien se le ha preguntado en público si estaba enamorado, sino como el primero que mintió al negarlo. La estampa de los feligreses depositando sus labios simultáneamente sobre el anillo episcopal y la alianza intercambiada con la secretaria del prelado, confirma el "enajenamiento mental afortunadamente transitorio" que definía al enamoramiento, según Cela el del Nobel. Esta duplicidad llevó a los fieles más sensibles a asegurar que nunca recibirían la sagrada forma de manos de su obispo.

Salinas empezó el año acogiéndose a la misericordia, pero su suerte estaba echada. El Vaticano le condena por irresponsable. Si pecó en Mallorca, aprendió el polimorfismo del pecado en Ibiza, donde se contagió de un relajamiento moral más peliagudo que el relativismo denunciado con alarde por su gremio. Para su desgracia, la generosidad de las costumbres ibicencas transmite la certeza artificial de que el hedonismo no tiene un precio. La aristocracia mallorquina es otra cosa.

Salinas ha prolongado su obispado en funciones porque Felipe González y la Santa Sede no pueden permitir que un periódico les cambie un ministro. La condición episcopal no le ha impedido el disfrute de los placeres que hacen más llevadera la siempre breve existencia humana. En su sucesión, la Iglesia demuestra que supera en carga simbólica al Islam. Un menorquín a Mallorca, la mayor humillación para el clero del PSM.

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