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Análisis

Un obispo demasiado humano

En la hora del adiós de Javier Salinas, precipitado por el impacto de la relación con su secretaria, cuesta valorar un episcopado eclipsado por el enfrentamiento con el feligrés que le culpa de romper su matrimonio

Monseñor Javier Salinas en el mirador de la catedral de Palma, con vistas a la bahía. guillem bosch

A sus 68 años, a monseñor Javier Salinas le quedaban aún siete como obispo en activo. Salvo que la salud se lo hubiera impedido, sus planes -y los de la cúpula de la Iglesia española- eran jubilarse en Mallorca, adonde llegó el 16 de noviembre de 2012 para tratar de reflotar la maltrecha diócesis tras el episcopado insulso de Jesús Murgui.

Pero un inesperado contratiempo se cruzó a finales del año pasado con la carrera eclesiástica de este sacerdote valenciano, y ha terminado por ponerle fin de manera abrupta. La gestión de la crisis desatada por la relación con su secretaria particular, Sonia Valenzuela, ha precipitado al prelado al destierro vaticano. Desde el inicio de este episodio Salinas no supo reaccionar a tiempo y con la discreción y habilidad que exige la diplomacia romana.

"Cuando el marido [Mariano de España] fue a verle por primera vez y le advirtió de que estaba interfiriendo en su matrimonio -fuera verdad o no, que ya no me meto-, el obispo tendría que haber sido más hábil y quitarla de secretaria. En lugar de eso, continuó como si nada, hasta acabar acorralado", relata un cura sin galones pero conocedor de lo que se mueve en la jerarquía. En su opinión -que resume la mayoritaria de sus colegas-, Salinas "empeoró su error" al no apartarse inmediatamente de la demanda canónica de anulación matrimonial que posteriormente presentó Valenzuela. Ello provocó de nuevo el malestar del marido, que volvió a la Nunciatura en Madrid para insistir en sus denuncias contra el obispo.

El nuncio del papa Francisco en España, Renzo Fratini, ha seguido al detalle el rosario de tropezones de Salinas, y sus consecuencias para la imagen de la Iglesia en general y la mallorquina en particular. Su papel ha sido decisivo en la resolución del capítulo.

En esta la hora de su adiós, cuesta valorar el legado de un obispo que no lleva ni cuatro años en la sede catedralicia. El anuncio del desembarco de Javier Salinas constituyó un alivio para gran parte del clero local, a quien su antecesor Murgui no incordiaba, pero tampoco lideró jamás. Con una personalidad mucho más marcada, el también valenciano Salinas dejó claro desde el minuto uno que él no se amilanaba ante los medios. El todavía obispo de Mallorca ha tenido una importante presencia pública, no solo en los ámbitos eclesiales, solamente desvirtuada desde que la Santa Sede le recomendó pasar a un tercer plano. En el epílogo de su breve episcopado, Salinas ha mostrado su firmeza en asuntos muy delicados para la diócesis. Frente a los sonados casos de pederastia sacerdotal, el prelado se ha alineado claramente con las víctimas.

Desde Mallorca, ha sido el primer obispo de España que ha expulsado a un párroco ha sido el primer obispo de España que ha expulsado a un párrocopor abusos sexuales a menores: "No me lavo las manos. El Tribunal Eclesiástico actúa en mi nombre, y hago mía su decisión", quiso que se supiera en marzo de 2013 que asumía personalmente la exclusión del sacerdocio para Pere Barceló, el exrector de Can Picafort ahora preso en la cárcel de Segovia por violar a una niña de 10 años. En el caso del prior de Lluc, ha vivido un duro y callado enfrentamiento con los Coritos.

Su paso previo por la diócesis de Tortosa suavizó el anticatalanismo propio del episcopado valenciano, que desde hace décadas tutela la Iglesia de Mallorca y de donde surge Salinas. Moderado también políticamente, el obispo saliente no ha protagonizado ningún enfrentamiento con el Govern del Pacto, ni se alineó con el del PP de José Ramón Bauzá. No ha alentado los movimientos ultraconservadores en la Iglesia, como los kikos o el Opus Dei, aunque tampoco ha potenciado alternativas.

Decepción

A nivel puramente eclesial, se esperaba mucho más de él. Anunció una profunda reestructuración del mapa de parroquias, que incluía el cierre de algunas de ellas, pero nunca se atrevió a ejecutarlo. Se ha desentendido de preparar un plan de atención pastoral ante la escasez de curas por el envejecimiento. Tampoco ha dado respuesta a las demandas de sectores cristianos de una nueva y efectiva evangelización.

Ha tenido importantes desaciertos con algunos nombramientos, a los que no ha sabido luego dar marcha atrás. En el plano patrimonial, tiene abierta una colosal guerra con la orden de las Jerónimas por la propiedad del monasterio de Sant Jeroni, amenazado por la especulación inmobiliaria.

Afable en el trato personal, su facilidad para entablar contactos sociales le ha creado también cierta fama de despreocupado por las convenciones y las formas que lleva aparejado su cargo.

Javier Salinas no es el prelado moralista que destila la actual Conferencia Episcopal. Sin embargo, ha sido precisamente un asunto relacionado con la moral católica el que ha truncado su futuro. La trascendencia de la relación con su secretaria -"impropia", la tacha el marido de Valenzuela ante el Vaticano- provocó que el obispo pidiera perdón al clero diocesano "por lo que os he hecho sufrir". Fue tras la misa crismal de este año, a finales de marzo. Eso sí, tras el gesto monseñor Salinas dejó claro que seguía como pastor diocesano; aseguró que contaba con el aval de sus superiores cardenalicios. Hoy se ve que solo era el modus operandi habitual de la curia romana.

Aguantó el terremoto de principios de año, y la posterior réplica (cuando no se inhibió de la nulidad matrimonial). Con el verano pareció llegar la calma, pero la sentencia no ha esperado al otoño. Roma locuta, causa finita (Roma ha hablado, la causa está terminada). Salinas ultima su salida del Palacio Episcopal palmesano, cuyas vistas sobre el mar le enamoraron desde el principio, y que hubiera preferido conservar.

Cervantes decía que a su entender, la Celestina era un libro "divino, si encubriera más lo humano". El mundano final de Javier Salinas en Mallorca, acusado de romper el matrimonio católico de uno de sus feligreses con el que está enfrentado a muerte, no permite hablar de herencia del prelado. Y confirma que, en la isla, hasta su Iglesia es singular.

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