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Entrevista

Teresa Cànaves: "En una semana vi morir a más de 30.000 personas por el cólera, fue más fuerte que el genocidio"

"En la escuela antes no se podía ir con zapatos, porque uno no podía desdecir de los demás"

Cànaves pasa estos días en Mallorca antes de volver a Ruanda en unos meses. pablo morilla

Teresa Cànaves prácticamente ha pasado media vida en Ruanda. Esta religiosa mallorquina, que de Pollença pasó a Rukara, lleva años ayudando a la población del país africano como enfermera. Desde hace dos meses está de vuelta en Mallorca, aunque planea volver en breve. "Mi corazón está en África", explica emocionada.

-¿Cómo surgió la oportunidad de ir a Ruanda?

-Fuimos ya en 1981 por petición de los Padres de los Sagrados Corazones mallorquines. Yo no me incorporé hasta 1985, porque cuando llegaron las hermanas les pidieron al pueblo que querían que les ayudara. Cuando vamos a un país de misión, sobre todo de lengua diferente, de un tercer mundo, pues primero tenemos que ir, en vez de evangelizar hay otras cosas que son muy urgentes.

-¿Qué se encontró cuando llegó al país?

-Ruanda en aquel tiempo estaba en una situación muy precaria. Claro, las mujeres les pidieron a las hermanas un centro de maternidad. Las pobres mujeres parían en sus casas, pero cuando tenían un problema en el parto pues se tenían que desplazar 30 o 40 kilómetros para ir a un centro de salud o al hospital. Pidieron a las hermanas si podían ayudar a construir una maternidad para evitar la mortalidad maternal e infantil. En aquel tiempo se había pedido voluntarias entre las religiosas, y dos que eran enfermeras se apuntaron. Pero la enfermera con título se puso enferma y no pudo ir. Y a mí, que estaba trabajando en un hospital en Palma, me insistieron de que me necesitaban en Ruanda. Quise ser generosa y fui.

-¿Cómo fueron esos primeros años en el país africano?

-Los primeros años los pasé muy mal. Primero porque yo era una simple enfermera y me tenía que ocupar de la maternidad. Normalmente todo el mundo daba a luz en su casa, pero cuando las parturientas tenían un problema debían ser transportadas. Trabajé con una persona que me ayudaba a interpretar, porque la lengua local es muy difícil.

-¿De qué manera tuvo que lidiar con esta complicada situación?

-Tuve que aprender francés para entenderme con la poca gente que había estudiado. Pero yo no llegué a conocer la lengua oficial. Así trabajé hasta casi antes del genocidio de 1994 como responsable de maternidad. Viví el genocidio unos días, porque nos obligaron a salir a todos los extranjeros, pero en seguida volví a entrar para ir a un campo de refugiados. Empecé otra vida distinta. En vez de maternidad, trabajé en un grupo de Médicos por el mundo y curar enfermos, era lo mío.

-¿Cómo vivió el genocidio?

-El genocidio empezó en nuestra zona, porque era la parte de los tutsis. Tenían la táctica de meter a los tutsis en las parroquias. Les decían que estarían seguros. Y allí hubo una masacre porque los tenían todos juntos. Claro, nosotros salimos, nos vinieron a buscar al tercer día de la embajada que se ocupaba de España, la belga, obligándonos a marcharnos. Volví a entrar para trabajar en un campo de refugiados de Goma, de más de 500.000 personas. Allí los campos eran inmensos. Teníamos al lado, en la frontera con Tanzania, uno que tenía 600.000.

-Las condiciones debían ser horrorosas.

-Sí, precarias, muy malas. En Ruanda, cuando acabó la masacre, la guerra, toda la gente del norte y del centro se refugió en Goma, en el Congo. La gente llegaba sedienta tras caminar 200 kilómetros y se echaba en el lago Kivu, que estaba contaminado de cadáveres y cogieron el cólera. En una semana vi morir más de 30.000 personas. Esto para mí fue más fuerte que el genocidio. Dejaban a los muertos al lado del camino y pasaban los franceses y los ponían dentro de un camión. Pero también ves la capacidad de supervivencia que tiene la gente.

-¿De qué forma reaccionó la población para recuperarse?

-Al cabo de unos días la gente se organizó y empezó a montar mercaditos y empezaba a sobrevivir. A los cuatro meses dejé Goma, volví a Ruanda y allí cogí la responsabilidad de la enfermería de un pueblo. Rehabilitamos, construimos y ahora todo ha cambiado muchísimo. También había un centro de nutrición. En 1981 las hermanas se hicieron cargo del centro.

-¿Cómo ha cambiado Ruanda desde que aterrizó?

-Ruanda ha avanzado desde entonces. Cuando llegué nadie iba con zapatos, en la escuela no se podía ir con zapatos, porque si uno tenía no podía desdecir de los otros. Hoy todo el mundo tiene que llevarlos. Ruanda da pasos, pero no la pobreza. Antes había poca población, y ahora hay demasiada. La gente vivía de lo que cultivaba, y como el campo se ha reducido tanto no les daba como para vivir.

-Pero no todo lo que ha ocurrido será negativo.

-En la capital hay mucho progreso. El gobierno se ha puesto muy fuerte a que toda la juventud tiene que ir a la escuela. Las hermanas también llevaban un centro de alfabetización para las jóvenes, que no tenían oportunidad de ir a la escuela en aquellos tiempos. Ahora se ha convertido en un taller para enseñarles a escribir o leer. Fue la primera actividad que hizo junto al centro de nutrición.

-¿Qué le ha reportado a su vida los años en África?

-Es una satisfacción personal, que te llena aunque hayas recibido poco y dado mucho. Con dar ya recibes. A veces me caían las lágrimas (de felicidad) cuando por la noche tenía que llevar a una mujer al hospital. Los misioneros estamos haciendo lo que los políticos quieren hacer aquí, implantar un poco la justicia. Cuando llegué no tenía ni una aspirina para un enfermo. Y si no hubiéramos recibido ayudas a través de ONG, proyectos o Manos Unidas no hubiéramos podido hacer nada. Hay que sensibilizar a los que están bien, los que despilfarran en nada, y saber guardar un poco, porque con poquito se puede hacer algo. En su momento, la Iglesia ha hecho cosas muy buenas que hoy hace el gobierno, y se han olvidado. Solo se ve el pecado de la Iglesia. Todos somos humanos y tenemos la debilidad de pecar.

-¿Ha temido alguna vez por su vida?

-No. Podría haber tenido miedo, pero cuando te encuentras en la situación, no lo piensas. Mataban a la gente tirando granadas, pero yo no me veía que pudiera ser atacada, solo acogía a la gente. Una o dos horas antes de marcharnos, nos avisaron de que se preparaban en una colina para venir a matarnos, porque acogíamos a los tutsis. No temí por mí, sino por mis hermanas tutsis. He tenido más miedo delante de una mujer que no puede parir y yo no saber qué hacer, a esto he tenido miedo. Yo decía: "Si se me muere una mujer, yo me voy detrás de ella".

-¿El Govern les ha apoyado?

-Hace 20 años el Govern nos ayudó, también el Ayuntamiento de Palma. Uno de los que nos ha ayudado últimamente ha sido el Fons Mallorquí de Solidaritat, hace cuatro o cinco años. Actualmente lo hace la Fundación Barceló, que nos ayuda a mantener un poco, pagar un médico en el centro de salud y comprando sosoma -un alimento con proteína- para los niños desnutridos. Las otras ayudas ahora casi se han terminado. Si digo que voy a hacer un proyecto a través del Govern o del Ayuntamiento de Palma te exigen una preparación que para nosotras es muy difícil, se hace muy duro responder al cuestionario. No nos ponen facilidades por el sistema de hacer un proyecto. Manos Unidas sí, hasta el año pasado nos ha ayudado a hacer un nuevo bloque de la escuela secundaria que ya está listo.

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