Diario de Mallorca

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La fiesta en paz

Hagan hueco, que aquí cabemos todos

Seguro que caben unos cuantos más.

Ante las alarmantes noticias que se han propagado a lo largo de las últimas semanas, queremos aprovechar las páginas del periódico para lanzar un mensaje de tranquilidad sobre la viabilidad de Mallorca como destino elegido por millones de turistas que, por razones obvias, prefieren nuestras costas a las de Túnez o Turquía.

Es cierto que Baleares superará uno de estos días la cifra de dos millones de personas caminando, bailando o haciendo el amor sobre el suelo insular. Sin embargo, no es menos cierto que, contrariamente a lo que auguran los pesimistas, no hay ninguna posibilidad de que se hundan los pilares que sostienen estos pedazos de tierra en el centro del Mediterráneo Oriental.

No es menos cierto que no andamos sobrados de agua. De hecho, el propio Govern ha reconocido que la población recibe suministro de 49 pozos de agua no potable. Ante los temores que la noticia ha generado en algunos sectores, conviene lanzar dos ideas que calmarán a hipocondríacos y sedientos. Primera, los residentes habituales han tragado tanta quina en cuatro años de recortes de Rajoy y Bauzá que un poco de agua con bichitos no empeorará su estado. Segunda: no todos los que se encuentran en estos momentos en Mallorca son consumidores habituales de agua; de hecho, la mitad de ellos prefiere beber cerveza y, además, cuando andan metidos en juergas, afters y pastillas que no se venden en la farmacia aguantan varios días sin ducharse.

Es una verdad fehaciente -valga la redundancia-?que el aeropuerto de Son Sant Joan supera las mil operaciones de aterrizaje o despegue al día. Los controladores andan estresados, el aeropuerto está más concurrido que el Rocío y el personal de tierra se queda a dormir en las propias instalaciones aeroportuarias porque no tienen tiempo de ir a casa. Sin embargo, no es menos cierto que estos empleados ejemplares disfrutan del aire acondicionado por cuenta de Aena y, en unos momentos en que los alquileres están por las nubes, disponen de un techo bajo el que dormir.

Es aún más cierto que las carreteras de las islas sufren una invasión de coches para la que no están preparadas. Unos 60.000 vehículos de alquiler, la mayoría de los cuales no paga sus impuestos en la islas, y otros miles de turismos particulares procedentes del resto de España y de otros países europeos atascan las rutas que conducen a las playas para desesperación de los indígenas, poco acostumbrados a detenerse más de dos minutos por culpa de una retención. Ante esta plaga solo cabe recordar a los isleños que pueden disfrutar de las playas todo el año y se ruega que no molesten a quienes vienen a engordar nuestras cuentas corrientes y cajas de Cola Cao enterradas. Si por turno le toca bañarse en enero y pilla una pulmonía recibirá el reconocimiento de la patria.

Es absolutamente verídico que casi no quedan pisos para alquilar. Entre los turistas que eligen una vivienda vacacional -legal o no- para sus vacaciones y no la habitación de un hotel y los miles de trabajadores temporales que se desplazan a la isla para hacer la temporada, resulta imposible encontrar una morada, salvo que uno esté dispuesto a alojarse en barrios similares al Soweto de los años del apartheid sudafricano o vivir en uno de los llamados pisos patera con camas calientes. Sin embargo, frente a los agoreros que solo ven el aspecto negativo de la cuestión, hay que recalcar que en Mallorca se puede dormir durante los meses de verano bajo cualquier árbol.

Finalmente, es un hecho probado que en las inmediaciones de la catedral son más necesarios los semáforos para peatones que para turismos. Sin embargo, si en los últimos veinte años no nos hemos acercado a ver ni uno solo de los importantísimos monumentos góticos mallorquines, ¿por qué diablos se nos ocurre ir precisamente ahora?

No hay motivo para quejarse. Hagan como en el autobús cuando está abarrotado y pasen hacia el fondo para hacer un hueco a los que quieren entrar. Aquí cabemos todos. ¿O no?

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