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La fiesta en paz

Rodríguez, temido pero no querido

Rodríguez, temido pero no querido B. Ramon

Esta es la historia susurrada de uno de los políticos más influyentes de Balears. Los relatos transmitidos de boca en boca suelen incluir verdades como puños, inexactitudes e invenciones forjadas a partir de la base de que se non è vero è ben trovato. José María Rodríguez no se había preocupado hasta hace poco por los comentarios que circulaban sobre su persona y su personaje. Al contrario, cada palabra dicha a media voz acrecentaba la leyenda del hombre al que orar para medrar en el PP, conseguir favores y triunfar en las elecciones.

Los rumores sobre el particular estilo de gestión de Rodríguez comenzaron en los lejanos años 80 en la Institució Firal de Balears (Ifebal). Eran épocas de una y hasta dos ferias al mes y de citas monstruosas como Tecnoturística. Los viajes al extranjero de dirigentes del PP más o menos relacionados con la empresa pública se hacían en compañía de las esposas y a todo tren. En aquellos tiempos ya se sabía de las precauciones que tomaba para evitar ser espiado y sus allegados contaban que hizo insonorizar su despacho de la calle Federico García Lorca. Ifebal pagaba planchas de viaje a diputados populares y encargaba costosísimos informes promocionales que viajaban por medio mundo para regresar intactos a Palma.

Si Ifebal fue su escuela, la popularidad le llegó en el Ayuntamiento de Palma. Entre 1995 y 2003 fue concejal y se ocupó de áreas como Infraestructuras y Función Pública. Con Joan Fageda volcado en estrechar la mano de los ciudadanos, se convirtió en el auténtico alcalde. Comenzaron a llamarle el señor de los post-it. La música sonaba a todo volumen durante algunas reuniones en su despacho. Entonces estalló un escándalo de corrupción. El Ayuntamiento pagaba dos veces por los mismos servicios. Rodríguez fue traicionado por uno de los suyos, escandalizado por la forma en que se dilapidaba el dinero público. Pero entonces no había fiscales que persiguieran la corrupción y se creyó inmune.

Su fama -mala- llegó tan lejos que cuando en 2003 el PP optó por Catalina Cirer como candidata, puso una condición: tener lejos a Rodríguez.

Jaume Matas se lo llevó al Govern como conseller de Interior, aunque, si leemos las declaraciones de empresarios y funcionarios que recoge el sumario de la corrupción policial, nunca se alejó de Cort tanto como pretendía o suponía la alcaldesa Cirer.

Rodríguez lo era todo en el PP. Podía facilitar un ascenso o cortar de cuajo una carrera. Aseguraban que ganaba las elecciones gracias a sus redes de influencia y su entrega absoluta. Un mitin fracasaba si no se recurría a él para llenar el aforo. También podía conseguir el dinero necesario para financiar la campaña. Nadie en el partido preguntaba cómo.

En enero de 2012 fue nombrado delegado del Gobierno. Siete meses después tuvo que dimitir. Su buena estrella comenzaba a apagarse. El propietario de Over Marketing declaró que Rodríguez pagó en negro parte de dos campañas electorales del PP.

Esta es la historia de un seguidor de Maquiavelo: "Surge de esto una controversia: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado". Quizás Rodríguez no haya leído jamás al pensador florentino, pero no cabe duda de que a lo largo de su larga carrera política ha aplicado esta máxima a rajatabla.

No ha sido querido ni en el PP ni fuera de él. En cambio, sí ha sido temido. Por los suyos, porque nadie tenía garantizado un puesto en el PP sin su consentimiento. Por sus adversarios, porque se rumoreaba que tenía un dossier de cada uno de los políticos de la oposición.

Pero hay una cualidad que no se contempla en la frase de Maquiavelo que probablemente define mejor que ninguna otra la posición de fuerza de Rodríguez en el PP balear. Ha sido el hombre imprescindible. Imprescindible para los trabajos que nadie más quería o sabía hacer. Hasta que la Justicia le ha señalado.

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