Si hubiera que hacer un pronóstico de la futura sentencia del juicio del caso Nóos, que ayer, gracias a Dios, acabó, éste sería que la infanta doña Cristina se salva de la quema, pero su marido, Iñaki Urdangarin no.
Lógicamente cogidito de la mano del cuñado del rey Felipe VI va Diego Torres, que es una persona muy bien educada y que ha vivido la tediosa vista oral como un permanente examen de oposiciones donde estaba obligado a sacar la mejor nota rebatiendo todas las acusaciones. Torres ha hecho de la defensa del caso Nóos una cruzada personal, una épica conquista de su inocencia, pero que probablemente no ha convencido al tribunal.
Por el contrario, su antiguo socio Iñaki Urdangarin ha tratado de desvincularse lo más posible del proceso, como si no fuera con él. Además, se ha buscado un abogado honesto y de trato exquisito, pero con escasos recursos para detener la gigantesca ola que va a engullir al yerno del rey Juan Carlos. La cara de Urdangarin el martes en un receso de la vista era todo un poema.
De forma paradójica la esposa del principal acusado, la infanta doña Cristina, ha contado con un equipo de abogados de primera división, que le aconsejaron excelentemente para que solo respondiera a sus preguntas y ninguneara al hoy desprestigiadísimo sindicato Manos Limpias. La exduquesa de Palma solo ha estado realmente acusada en la fase de instrucción, mientras que la vista oral ha sido un camino de rosas para ella.
Por otro lado, los acusados mallorquines han seguido el protocolo habitual en la isla para casos de corrupción: confesar, pactar con la fiscalía, devolver lo que se pueda y minimizar los daños. Su postura ha dejado en evidencia a la piña de encausados valencianos, que hicieron lo mismo que los baleares pero se proclaman inocentes. El tribunal deberá resolver esa incongruencia en una historia que a la luz del ciudadano medio está bastante clara.
