Diario de Mallorca

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La fiesta en paz

No sabemos lo que queremos

Sorprende el interés y la oposición por la energía fotovoltaica.

Algunas contradicciones de esta isla no tienen explicación. En los últimos años sorprende la proliferación de proyectos para crear parques de energía fotovoltaica que permitirían reducir sustancialmente nuestra dependencia del carbón o de los combustibles fósiles. Sorprende el repentino interés de los inversores por estos proyectos. En Manacor y Llucmajor están abiertas las dos últimas polémicas. Sorprende la procedencia de algunos capitales. Sorprende aún más la oposición radical a su construcción.

¿No habíamos quedado en que casi todo eran ventajas en las energías renovables? El sol no nos pasa factura ni oscila según decidan los productores, contrariamente a lo que sucede con los grandes extractores de petróleo. El sol no genera emisiones de CO2 a la atmósfera. El sol es una fuente inagotable de energía, al menos si comparamos sus 5.000 millones de años de vida con la brevedad de la aparición del homo sapiens sobre la Tierra, apenas 40.000 años.

Necesitamos que nos orienten los grupos ecologistas y no lo hacen. ¿Estamos ante proyectos empresariales dispuestos a invertir en energías limpias? ¿Se trata únicamente de encontrar nuevas vías de explotación del suelo rústico una vez que su desarrollo urbanístico intensivo parece frenado?

Cada vez que el anticiclón se estabiliza sobre Mallorca, una boina entre negruzca y marrón cubre Palma. La ciudad no tiene grandes industrias pesadas ni calefacciones centrales basadas en el carbón. Por tanto, los causantes son los vehículos a motor.

Las autoridades deberían mostrarse preocupadas por estos niveles de contaminación y, sin embargo, ni socialistas ni nacionalistas ni morados se dan por enterados. ¿Qué medidas de fomento del transporte público han adoptado? ¿Cuántos kilómetros de carril bici ha impulsado el medio alcalde Hila? ¿Cuántas calles de la ciudad han sido arrebatadas al dios Coche?, ¿hay alguna diferencia entre izquierdas y derechas?

Al pasar por un barrio degradado de Palma -puede ser uno turístico como Cala Major o uno de aluvión migratorio como Son Gotleu- es lícito preguntarse cuáles son las políticas urbanísticas que nos han tocado en suerte. ¿Alguien tiene un plan para recuperar estos barrios? ¿Algún ayuntamiento ofrece incentivos en las licencias de obras para quienes reformen estos edificios? ¿Alguna Hacienda aprueba incentivos fiscales? ¿Estamos condenados a consumir territorio hasta agotarlo o se aportará por el suelo ya ocupado?

Y cuando en cualquier barrio de Palma o de cualquier municipio mallorquín se entra en casas mal aisladas o, lo que es lo mismo, derrochadoras de energía cabe cuestionarse si alguna autoridad está dispuesta a impulsar planes profundos para reducir nuestro gasto en la compra de materias primas en el mercado exterior. ¿Nadie considera una prioridad invertir en puertas y ventanas con doble acristalamiento? ¿Ningún individuo ha pensado en fomentar el uso de nuevos materiales que evitan el derroche de energía?

Se discute de políticas que no afectan al ciudadano y se dejan apartadas aquellas que tienen una influencia real hoy mismo y también mañana. En tiempos del segundo Govern Antich se aprobó una ley de barrios. Una de las obsesiones del expresident era dotar de ascensores a bloques de pisos de estas épocas que habían visto como quienes las habían adquirido siendo jóvenes y subían los cuatro pisos como una exhalación se habían hecho viejos y ahora tenían la sensación de escalar el Everest.

No sé si también preveía soluciones energéticas. Podría buscarlo en la página del Parlament, pero no voy a hacerlo porque, como tantas otras leyes, es papel mojado. Estas y otras políticas tienen una incidencia real sobre cada ciudadano, sobre el planeta y sobre el futuro. Pero a ningún político le interesan. ¿Quién va a comparar estas ideas de bombero con la inauguración de un kilómetro de autopista con sus cuatro carriles, sus puentes y viaductos, sus carriles de aceleración y desaceleración y sus comisiones?

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