Los que conocen personalmente al juez José Castro y al fiscal anticorrupción Pedro Horrach lamentan el abismo que se abrió entre ambos cuando el primero adelantó su intención de imputar a la infanta Cristina en el caso Nóos por hacer de gancho para que su marido desviase fondos públicos. No obstante, el divorcio entre los dos excelentes investigadores penales nunca se ha oficializado y de hecho ambos tampoco han hablado de los motivos de su distanciamiento.

Horrach y Castro empezaron su gran aventura jurídica, el caso de su vida, en 2008 cuando se pusieron juntos a investigar el Palma Arena, primero bajo secreto sumarial y después con un impactante estallido, en el verano del 2009, con detenciones de políticos, funcionarios y empresarios. Fue algo nunca visto en Balears, pero lo mejor estaba por venir.

Los dos juristas pronto sintonizaron respecto a las líneas de investigación y coincidieron también en la consigna de que había que depurar la corrupción cayera quien cayera y sin desfallecer.

Para su suerte, muy rápido se hicieron amigos, lo que hacía mucho más llevadero el arduo trabajo y propiciaba momentos de camaradería fuera de las sedes judiciales.

Horrach es un fiscal de hierro, al que le gusta enormemente la acción de las detenciones, registros e interrogatorios frente a la tediosa rutina del despacho. Castro es un juez puntilloso, con una dilatada experiencia y que siempre, en su instrucción, quiere llegar hasta el final por muy remota que parezca esa meta.

Horrach aportó al equipo una elevada inteligencia jurídica, mientras que Castro enriqueció el tándem con su claridad mental, minuciosidad procesal y su valentía. Juntos eran imbatibles y si no que se lo digan a las decenas de imputados y testigos que han declarado en las 28 piezas separadas del Palma Arena.

La joya de la corona del Palma Arena fue la pieza separada 25, más conocida como caso Nóos y que ha eclipsado a todas las demás líneas de investigación. Fiscal y magistrado se recorrieron media España para interrogar a decenas de testigos e imputados, un trabajo que quedó plasmado en los miles de folios del sumario y que ahora tendrá que ser analizado por la sección primera de la Audiencia de Palma, encargada de juzgar el caso.

La armonía duró hasta que el instructor recapacitó y se marcó como objetivo, allá por 2013, aclarar cuál era el verdadero papel de la Infanta en el caso Nóos, para lo que, tarde o temprano, tenía que llamarle a declarar en calidad de imputada.

Aquí se produjo el cisma y Horrach empezó a distanciarse de su amigo juez y lo que es más doloroso a criticarle con dureza en varios escritos relacionados con la imputación de la entonces duquesa de Palma.

A Castro le entristecieron mucho esos inesperados ataques, pero siempre confió en que Horrach le acabara pidiendo disculpas y volviera la amistad, algo que nunca sucedió.

Los medios de comunicación se hicieron eco de la ruptura y Horrach dejó de frecuentar el despacho de Castro, situado en el segundo piso del edificio judicial de Vía Alemania y donde tantas estrategias habían diseñado los dos excelentes investigadores.

Pedro Horrach se tomó la defensa de la inocencia de doña Cristina como una cuestión personal e intentó que la hermana del Rey quedara exculpada. Sus argumentos, de momento, no han sido atendidos por la Audiencia, que optó por llevar a juicio a la Infanta, aunque únicamente por dos delitos fiscales. Queda la sentencia y ahí quizás sí triunfen las tesis del fiscal. Horrach y Castro han pasado de grandes amigos a simples compañeros de profesión.