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La fiesta en paz

¿Quién es el imbécil de las pintadas?

¿Quién es el imbécil de las pintadas?

Las paredes del centro histórico de Palma amanecieron el martes con pintadas contra los turistas. Chocan las imágenes de extranjeros pasando frente a lemas que les acusan falsamente o les mandan directamente a casa. No vale la pena reproducir ninguno de los textos porque el imbécil o los imbéciles que los perpetraron demuestran una nula imaginación y se limitan a plagiar lemas mil veces repetidos en defensa de causas justas e injustas.

Margaret d'Este, una inglesa que viajó a Mallorca en 1906, escribió: "La cortesía de los nativos es una de las primeras cosas que impactan a los recién llegados... la reverencia con la que un caballero nativo te pide que entres en su patio y fotografíes lo que quieras, solo se puede comparar con la del payés que se levanta de la mesa para pedir al extraño que se siente con él a compartir la comida". Si este es el carácter de los mallorquines, ¿quién es el autor de las pintadas?

Si tenemos en cuenta que buena parte de los isleños nos beneficiamos directa o indirectamente del turismo, lo más sencillo es pensar que estamos ante unos pocos descerebrados o una broma de mal gusto perpetrada por niñatos que han decidido darle al bote de pintura en lugar de a la botella de alcohol.

Puestos en el papel de conspiranoicos, podríamos pensar que los destinos competidores han creado una brigada de grafiteros para hundir nuestro turismo. El razonamiento es simple, ningún mallorquín nativo o residente puede autoinfligirse tanto mal. Solo la competencia puede frotarse las manos con la imagen de las calles de Palma repletas de pintadas ofensivas.

Cabe una tercera posibilidad. Que algún sector ideológico de las islas esté convencido de que sobran turistas y que, como hoy por hoy insisten en venir, hay que quitárselos de encima por la vía del insulto. Este grupo o grupúsculo político se asemejaría a las sectas que incitan a sus seguidores al suicidio colectivo y suicidan a quienes no comparten su visión del mundo. Algo así como hicieron los seguidores de Jim Jones en Guyana. Si algún loco habita en la isla, por favor, que no intente arrastrar a nadie más en su locura.

Balears tiene derecho a cobrar la ecotasa para que no recaiga sobre los residentes todo el mantenimiento de las infraestructuras y servicios. No gusta a los hoteleros ni a los visitantes, pero es lógica.

Los empresarios, que han acometido importantes inversiones para remozar sus establecimientos deben cargar el coste en las tarifas que cobran a sus clientes. De hecho, lo hacen sin problemas y alcanzando una rentabilidad jamás soñada en años de vacas flacas. La coyuntura internacional y los problemas de varios destinos competidores han echado una mano para que, como declaró el presidente de TUI, la isla esté abarrotada este verano y se constate que no podrán venir todos los que lo desean.

Los ayuntamientos, como acaba de anunciar esta misma semana el de Calvià, tienen que sancionar a los turistas, o a aquellos que les ofrecen servicios, cuando exceden los límites razonables de la diversión y, ayudados por el alcohol o las drogas, pierden el respeto a sí mismos y a quienes les acogemos.

Sin embargo, una vez que están claras las reglas de juego, todos los isleños debemos asumir un compromiso: hacer que Mallorca se asemeje lo más posible al paraíso que todos soñamos cuando elegimos un lugar para nuestras vacaciones. La amabilidad cooperadora debería impregnarse en nuestro ADN. La atención al detalle que sorprende y engancha al visitante debe extenderse más allá de los profesionales. La pulcritud de nuestras zonas urbanas y rústicas debe ser fruto del trabajo de las autoridades, pero también del conjunto de los ciudadanos.

Suena a lema publicitario, pero es la realidad. Todos estamos comprometidos para que el turismo continúe siendo el motor de la economía. Para lograr este objetivo hay que localizar y anular a los cenutrios que en la madrugada del martes llenaron el casco antiguo de Palma de pintadas que manchan la hospitalidad ancestral de los mallorquines.

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