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Opinión

Rosa Estarás, la infanta de Matas

Rosa Estarás, la infanta de Matas sebastià Llompart

Los Foros del caso Infanta no son la única iniciativa deportiva estéril que Jaume Matas capitaneó en 2004. Con el pretexto de un partido del Real Mallorca, el entonces presidente del Govern encabezó la célebre expedición a Moscú de donde salen los siete clientes del prostíbulo Rasputín. Todos los participantes en el viaje oficial eran hombres, por si se necesitan más precisiones sobre el viaje.

En la historia de los Governs de Balears, las visitas a burdeles han menudeado hasta el punto de perder el rango de noticia. El Rasputín adquirió honores de portada porque el Govern pretendió que los gastos incurridos en el prostíbulo fueran abonados con dinero público. Y así ocurrió. Todo legal, porque se adjuntaron los tiques de entrada y las facturas por los servicios prestados en el interior del local a los políticos mallorquines.

La relación de gastos oficiales en un burdel moscovita fue presentada al Parlament con la firma, falsificada o no, de una tal Rosa Estaràs. Por entonces era vicepresidenta ejecutiva del Govern Matas, aunque hoy prefiere presentarse como si hubiera desempeñado un cargo honorífico. En cualquier caso, fue la primera política que dio entrada en una cámara autonómica a las facturas de un prostíbulo. No acostumbra a recordar este lance, en los enjundiosos artículos sobre la condición femenina que multiplica en su actual efigie de reencarnación de Simone Veil.

El mismo día en que este diario desveló el escándalo, dimitía el expedicionario Juan Carlos Alía, si bien su presencia en el banco de poco crédito del caso Infanta demuestra que le acuciaban problemas de mayor entidad. En la expedición figuraba el conseller de Turismo, Joan Flaquer, que también ha sido testigo frente a la Audiencia. El PSOE pretendió levantar una polvareda parlamentaria, en torno a un caso que adquirió resonancia estatal.

En este punto crucial intervino por segunda vez la vicepresidenta Estaràs. Sin ningún sonrojo, recordó a los muchachos del diputado socialista Antonio Diéguez que todos los partidos disponían de vergüenzas a esconder, en asuntos de fontanería sexual. Debió mostrarse sumamente persuasiva, porque el silencio se abatió sobre la estela de los goces carnales del Rasputín.

Al margen de su carácter escabroso, la intervención inapelable de Estaràs en el Rasputín demuestra su estatus de vicepresidenta plenipotenciaria del Govern de Matas. Si alguien hubiera publicado hace una década, en pleno apogeo del cuatrienio despótico del PP, que la política de Valldemossa era un simple apéndice de Matas, la número dos se hubiera querellado contra el periódico en cuestión. Y con razón.

Estas pruebas de fuerza explican el estupor simétrico, cuando Estaràs se presenta hoy ante la Audiencia como la Infanta de Matas. A saber, una figura decorativa, sin presencia en el entramado del Govern, sin bagaje económico, sometida al asesoramiento de auténticos truhanes. Y por supuesto, consumida por una devoción evangélica a su pareja, política en este caso. La vicepresidenta del Govern confiaba a ciegas, al igual que Cristina de Borbón en el mismo escándalo.

El interrogatorio de ayer estableció que Estaràs y la Infanta desconocían en qué tropelías andaban metidos Urdangarin y Matas respectivamente. La diferencia sustantiva entre ambos casos sorprenderá a los machistas residuales. La Infanta es responsable in vigilando, y probablemente también in eligendo, de la conducta de su codicioso marido. En cambio, a la vicepresidenta le resulta más sencillo abstraerse del comportamiento viciado de su superior jerárquico. Aunque quede anotado que el poder de la testigo era absoluto, sin fisuras.

En el primer juicio del Palma Arena, un magistrado del Supremo llegó a preguntarse por qué Estaràs no figuraba como imputada. Es redundante precisar que la vicepresidenta en el momento de los hechos ha sido salvada por Bruselas, una extraña imagen en los días luctuosos que corren. La capital belga resultó más protectora para la número dos que Washington para el número uno, incluso una vez contabilizado el riesgo de atentados. Solo pueden juzgarla los tribunales de La Haya y de Siria.

Sin embargo, Estaràs corre el riesgo de sobreactuar. Al negar las reuniones inexistentes pero con levantamiento de actas, la testigo declaró ayer que "ésta no es mi firma". Cabe respetar la pericia visual de una compareciente obligada a no mentir. Sin embargo, no existe un solo funcionario que a mediados de la pasada década se hubiera atrevido a falsificar el nombre de una política cuyo nombre se pronunciaba, y mucho más se escribía, con voz y pluma temblorosas.

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