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Opinión

Ni los abogados saben quién dice la verdad

Ni los abogados saben quién dice la verdad

Es posible considerar a Alan Dershowitz el mejor abogado penalista del mundo, sin duda el más lenguaraz. Profesor en Harvard durante medio siglo, ha intervenido en casos protagonizados por Bill Clinton, O.J. Simpson, Claus von Bülow o Mike Tyson. Sobre todo, ha defendido a unos cuarenta acusados de asesinato. Ninguno ha sido condenado a muerte. A muchos los ha salvado de la ejecución en la fase de apelación, cuando la pena capital ya gravitaba sobre ellos.

En la sala del caso Infanta hay abogados que se consideran superiores a Dershowitz. No lo son, pero seguramente presumen de conocer con exactitud el grado de participación de sus clientes en el saqueo a enjuiciar. El abogado norteamericano no cometería este error de soberbia. En sus memorias En el estrado señala con humildad que "sospecho que mis clientes, incluidos algunos de los casos que he ganado, eran culpables. Sé que algunos no eran inocentes. Sobre la mayoría, no estoy seguro".

Salvo en el caso de Urdangarin, defendido por su letrado como si el juicio le fuera ajeno -a Urdangarin y al letrado-, la fiereza de otros abogados desea transmitir una convicción por fuerza impostada. Dershowitz se mofa abiertamente del tópico que asigna al defensor un conocimiento exhaustivo sobre la verdadera implicación de su cliente. Se muestra tan inseguro al respecto, y tan asustado de que el asesino absuelto por sus artes jurídicas vuelva a matar, que "les digo a mis clientes que bajo ninguna circunstancia les representaré una segunda vez".

Esta "segunda vez" posee una traducción extraña en el caso Infanta, donde los principales acusados de la Familia Real y aledaños anuncian que volverían a hacerlo, porque niegan la hipótesis de haber obrado ya no delictiva sino incorrectamente. En la lógica de los Borbón Urdangarin y de Torres, mañana mismo podrían proponer un patrocinio de millones de euros al Govern. Ambos se han ufanado ante el tribunal de haber cambiado la sociedad mallorquina. Se quedaron a un paso de atribuirse los quince millones de visitantes de Balears. A un hoyo de sostener que habían inventado el golf.

Soportar a los clientes más llamativos del caso Infanta ha de ser una tarea ingrata, aunque excelentemente remunerada. Ahí está el rosario de abogados que ha triturado Jaume Matas, por no hablar de la finta que el ministro de Aznar le hizo a José Zaforteza, al falsificar la confesión pactada por su letrado con el fiscal Horrach. En estos momentos de desesperación, los profesionales de la ley pueden refugiarse en una máxima de Dershowitz. "Defiendo a los probablemente culpables para proteger a los posiblemente inocentes de se falsamente acusados".

Con cinco confesiones y media docena de interrogatorios embrollados por los acusados con lengua de trapo, la probabilidad de "inocentes falsamente acusados" se contrae en el caso Infanta. De hecho, el desfile de testigos confirma que en el banquillo no están todos los que son. Al final resultará que José Castro es un bonachón hipersensible. De ahí que un contingente estimable de testimonios se base en asumir culpas que no pueden ser perseguidas fuera del banquillo.

Por el caso Infanta ya han desfilado más culpables como testigos que en calidad de acusados. Entretanto, Dershowitz recomendaría a los abogados que trabajen desde la seguridad de que sus clientes han cometido el delito. Es la única forma de no relajarse y de evitar errores.

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