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Vuelve el turismo

Abierto por vacaciones

Peguera lleva un mes despierta - Palma no duerme - Sóller, Alcúdia, Pollença, Cala Rajada y Platja de Palma se desperezan lentamente - Magaluf no pega ojo por exceso de obras y ruidos - Prepárense: aquí comienza la campaña turística de mayor rentabilidad y saturación

Estos días en Peguera cuesta aparcar. Aún no han activado el cobro de la zona azul, pero ya hay atascos. Las calles no bullen al calor del verano y su abarrote turístico, no, pero la temporada se cocina desde hace semanas a fuego lento. Casi todos los negocios están abiertos. Casi todos: en la puerta de Casa Enrique un operario subido a una escalera de obra repasa el lustre del cartel. Son los últimos retoques antes de abrir una temporada a la que este restaurante llega rezagado. Al menos para Peguera, uno de los destinos más madrugadores de la campaña turística. Sus años de esfuerzo les ha costado, pero la cosa empieza a funcionar: aliados con el turismo deportivo, con el tenis y el running, con el senderismo, el golf y el ciclismo, a Peguera los inviernos se le acaban a principios de marzo.

La Semana Santa es para ellos solo otra fecha más, desnuda ya del simbolismo del pasado, cuando no había temporada sin Pascua. En 2016, a una semana de que llegue la Semana Santa vacacional de los españoles, en Peguera hay decenas de alemanes paseando. Y consumiendo, claro. Encuentran lo de siempre, no se vayan a pensar, que madrugar no significa necesariamente modernizarse. Hoy, como ayer, así en Peguera como en Magaluf o Platja de Palma, abundan esas tiendas de souvenirs en las que lo mismo venden unas chanclas y una crema solar que un supuesto recuerdo de Mallorca con forma de sevillana de faralaes o toro de lidia, que a los mostradores del tópico aún no ha llegado el mensaje de que la isla pasa de taurinos.

Los turistas también pasan, pero de largo: al fin y al cabo, hay una tienda igual cada veinte pasos de paseo por esta Peguera efervescente que vive de primavera incluso en invierno. Ya están puestas las peluquerías, las farmacias, los puestos de decoradores de uñas y vendedores de helados y cigarros. También están activos los doctores y veterinarios, que comparten avenida con arrendadores de bicis, coches y motos con sidecar. Todos atienden en el idioma casi único del lugar: el alemán. Suyas son las calles, la gastronomía, el idioma de los carteles y, por supuesto, los euros. Llegan de Alemania, consumen comida alemana y pagan en alemán en restaurantes como el Riva, a pie de playa, que ha hecho un invierno muy veraniego con su actividad sin complejos estacionales. "Marzo ha ido muy bien, con clientes todos los días y lleno los fines de semana", cuenta en inglés una camarera alemana del restaurante alemán de esta Nueva Teutonia, más conocida todavía como Peguera.

Turistas de supermercado

Con los apartamentos repletos, al lugar se le empiezan a llenar los hoteles, que también madrugan más. Ellos son de hecho los que han impulsado el cambio deportivo que permite vender Peguera también en febrero y marzo. Impulsan los hoteleros, ganan todos. Hasta esos supermercados que siguen creciendo como setas por la segunda línea de todas las playas, ultramarinos precocinados de hoy, en los que rascan los euros de turistas de fondo de bolsillo escaso y más tendencia al sandwich que a la paella de restaurante. Hay para todos, dice Tofas Sahin, dueño de uno de los super más modestos. "Aquí estamos todos desde primeros de marzo, trabajamos todos poco a poco, aunque esta semana ya se ha visto más gente. Algunos me compran a mi, otros se van al restaurante, no hay problema", dice sonriente, que los debates sobre todo incluido y turismo low cost suelen ser más agrios en los periódicos que en la calle.

Y Peguera sonríe más de lo que discute. Al fin y al cabo lo tienen todo. Por estar, están hasta las playas, recién limpiadas, como delata el surco de ruedas de camión que espera en la arena a los turistas. Ya han llegado. En realidad lo hicieron hace semanas. Leerán y oirán que muchos aterrizan en Mallorca para evitar el terrorismo en el norte de África. Y algo de eso hay, pero los turistas también escapan de esas playas sin limpiar de Túnez o Egipto. Allí no hay ecotasa, pero tampoco servicios públicos. Ni allí, ni en Bali, Mauricio, Sri Lanka o la mitad del Caribe. En cambio a Mallorca le brilla la arena, que no se limpia sola: decenas de operarios en Calviá, Palma, Alcúdia, Sóller, Cala Rajada o Pollença hacen estos días un esfuerzo extra para sacudirle a las playas del verano el abandono del invierno. Solo les falta ponerle el techo de paja a las sombrillas, aunque no hace falta: el sol está más tibio que la temporada de turismo, que hoy aún no es de sol y playa. Es más de terraza y cerveza, para alegría de caja de quienes en Peguera, Palmanova, Port de Pollença, Sóller o Platja de Palma han adelantado la campaña.

Aunque la fiesta va por barrios. Peguera y Pollença ya están en marcha: suenan a alemán, inglés y olas, no a berbiquí y obra, más allá de algún hotel en plena construcción, como el Hesperia Villamil de Peguera, que aún luce osamenta de pilares y andamios. Cerca, en Costa de la Calma se lo toman con más ídem, o sea, calma. La mitad de los negocios están de reparaciones previas al barullo. Y otros acaban de abrir, como el Chiringuito del lugar, que se estrenó el viernes 11 y recibe más vecinos que turistas, como casi siempre, por cierto.

Aunque los viajeros les llegarán pronto, como anticipan las obras en edificios de apartamentos, calles y casas particulares, hoy tomadas por paletas de albañil. Pronto florecerán las chanclas con calcetín de turista primaveral. Por Santa Ponça ya se ven algunas. El jueves daban los últimos retoques a las calles. Son días en los que los operarios municipales peinan ramas de árbol y abrillantan aceras y mobiliario urbano, mientras los hoteles enlucen ventanas y reponen reservas. Tampoco aquí faltan rezagados, como el hotel Santa Ponça Park, al que no se le espera en Semana Santa, a juzgar por la acumulación de escombro que luce en la puerta. Son de los pocos que llegan tarde a una zona estos días mestiza, con la cara sin maquillar, una suerte de primavera invernal en la que turistas ligeros de ropa comparten escenario con albañiles, electricistas y pintores uniformados para la batalla del trabajo diario. Otros nunca paran la guerra, como el Restaurante Viena, que se ha hartado de servir recetas austriacas con gracejo mallorquín y gallego en una terraza casi siempre con público. Si estás abierto siempre, la gente va a tiro fijo. Si no, pues te toca esperar al aluvión de verano, como esos restaurantes cercanos que esta semana abrieron para sacarle lustre a los carteles, a falta de clientes a los que sacarle euros.

Le sobran (clientes) a Manuel Seguí, jardinero él, que estas semanas más que respirar se ahoga entre carreras y encargos. "La gente quiere que ahora les arregles en dos días lo que no han cuidado en meses". Que las flores hay que regarlas siempre. El turismo, no tanto. Los turistas siempre vienen a una isla por la que este año se dan tortas los touroperadores, a los que no asusta ni el hecho de que Mallorca sea hoy una promesa de asfixia y saturación sin precedentes, con más gente que nunca sudando bajo el mismo el sol. Y veremos si racionándose la misma agua.

Calviá llega tarde

Pero eso será a partir de junio. De momento estamos con la Semana Santa, que no existe en lugares como Magaluf. Y no porque sus turistas sean más protestantes que católicos, sino porque el paraíso etílico de varias generaciones de británicos es hoy lugar solo apto para caerse de espaldas en una zanja de obra. La calle principal de Magaluf es un campo minado de trabajadores, excavadores, vallas, y taladros, para indignación de los empresarios del lugar. Entre zanja y zanja hay quien bebe birra en el Piano Bar, que la cerveza tiene más fieles que las procesiones, incluso en esta Magaluf en obras. Hay tractores hasta en la playa, con lo que el turismo en Magaluf es estos días solo cosa de despistados. El Niki Beach está desmontando. El Sol Antillas es una obra. Las torres de apartamentos reciben con cara de andamio verde. En la isla en la que los grandes hablan de desestacionalizar, solo planta cara al invierno la necesidad de los pequeños. Y eso que las calles amenazan zanja, como las que esta semana abrieron para reparar las tuberías atascadas del invierno y despejar ese emisario que garantiza que la mierda que da al mar se vierte bien adentro, no vaya a escandalizar a un turista.

En un escenario tan antivacacional (por decirlo suave e incomprensible) son pocos los que le han echado arrestos. Y están cabreados. Pregunten en el Ancla Verde, restaurante con chiringuito en primera línea. Abrieron hace un mes. Como a todos, el Ayuntamiento de Calviá les había prometido que las obras estarían para Semana Santa. Pero va a ser que no. "No hace falta ser arquitecto para ver que no será así", se quejan en el restaurante. Y razón no les falta: la obra (unos 200 metros de zanja, de 30 metros de ancho) tiene pinta de bloquear Magaluf hasta mayo. Por el camino, negocios como el Ancla Verde llevan un mes pagando plantillas, suministros, impuestos, costes de mantenimiento y probablemente medicamentos para esa úlcera que sangra cuando la incompetencia ajena cuesta tanto dinero. Que se lo digan si no a esos hoteleros que llevan meses intentando que el Ayuntamiento de Calviá les dé las licencias de reforma que tramitan desde hace más de un año.

Así que el rebote es de aúpa. También en Palmanova, dependiente del mismo Ayuntamiento, muy eficaz a la hora de abrir zanjas en el inicio de temporada. En Palmanova no hay tantas como en Magaluf, pero tienen las suyas, con sus consiguientes calles cortadas y sus agujeros de primera línea. Entre trinchera y trinchera esperan a los turistas en restaurantes como el Abracadabra, que como premio a su lucha contra la estacionalidad recibe polvo de ladrillo municipal y ruido suficiente como para espantar a turistas incluso en el pueblo de al lado. Les queda la parroquia local. Como en Platja de Palma, que se quita la modorra invernal, pero sin prisa. La temporada traerá agobios récord, con lo que quien más quien menos va reservando energía. Quien menos reserva: locales como La Venta, un negocio siempre a rebosar en Sometimes, con horarios tan generosos como su cocina. Quien más: la mayoría de hoteles y grandes complejos de ocio, acostumbrados a hacer tantos euros en los meses centrales del verano que se permiten desdeñar los céntimos que deja el arranque.

Por eso Platja de Palma pinta hoy más activa en las declaraciones de los políticos y los portavoces sectoriales que en la realidad de las aceras y las terrazas. Hay turistas sí, pero sin excesos. El botellón masivo empieza en mayo. Y con multa recrecida. Mientras tanto la fiesta es un repicar de martillos y taladros, un ir y venir de operarios que tratan de apuntalar hasta las farolas gigantes del paseo, que cada año parecen más cerca del desplome por falta de inversión pública en la zona del éxito privado. Que dure: queda inaugurada la temporada de los récords y la saturación. La isla está abierta por vacaciones. Suerte.

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