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Opinión

Ni Marichalar ni Urdangarin son marcas

Ni Marichalar ni Urdangarin son marcas

La sala se ha vaciado de acusados y de testigos. El juicio virtual que no virtuoso se sustancia por vídeoconferencia desde las capitales del Estado. El proceso ilustra la capitalidad de Palma, a menudo disputada en el entorno balear. Sin embargo, la vanidosa Ciutat queda engullida por las provincias de Madrid y Barcelona.

Aza y Rato hablan con el tribunal de Mallorca desde el centro de España. Cuando ostentaban el poder que ahora disimulan, también se comunicaban a menudo con Marivent y su augusto inquilino desde Madrid. En condiciones menos tensas. Juan Carlos de Borbón nunca admitió que veraneara en Palma. Un Jefe de Estado no se toma vacaciones. La Casa de Su Majestad el Rey, empleada ahora para embarullar la evidencia de que La Zarzuela es un monólogo, avisaba cada mes de julio de que "Su Majestad trasladará su despacho a Marivent". A continuación se fugaba a sus cacerías, con la excusa de que estaba en Mallorca para Madrid y en Madrid para Mallorca. El juicio comparte ahora una desubicación relevante. Urdangarin metabolizó la picaresca ambiental, antes de enturbiar su biografía de deportista modélico.

A propósito, declaraba ayer uno de los cargos intermedios de Nóos que Diego Torres enrola a Urdangarin porque "aportaba un plus de marca". El dato es irrevocable por tratarse de un testigo, pero la mercadotecnia no es una ciencia y sugiere matizaciones. Por ejemplo, sorprende la insistencia en la utilidad comercial del apellido de solo uno de los yernos del Rey.

"Un plus de marca Marichalar" se recibiría entre carcajadas, pese a que el susodicho estaba casado con la número dos en la sucesión al trono. De hecho, hoy se puede recurrir a Jaime de Marichalar como contraejemplo, para demostrar que el deplorable comportamiento de Urdangarin no era inevitable en el entorno de la Zarzuela.

El problema de Marichalar es que el anterior Rey lo despreciaba hasta extremos inauditos, pero esta es otra historia. Al margen de la comparación de cuñados, la "marca Urdangarin" no existe. Todo su peso reposa sobre su matrimonio con la Infanta, con lo cual retornamos a la casilla de partida. La contratación del balonmanista obedecía al "plus de marca Borbón".

Ningún experto en comunicación recomendaría Urdangarin como marca. El trabalenguas solo viene superado por Scvhwarzenegger. En su declaración como acusado, Jaume Matas insistía en llamarlo "Undangarín", después de cultivar su amistad desde hace una década y pese a la intimidad que propicia un encuentro de pádel compartido en palacio.

Después de 21 sesiones, queda claro que en el caso Infanta sobran decenas de testigos superfluos. Llega un momento en que añadir columnas de hormigón no refuerza la estructura del edificio. Al contrario, contribuye a hacerlo impracticable. Admira en todo caso la coherencia de versiones dispares. No conducen a una caótica reedición de Rashomon o de la teleserie de The affair, en la adaptación postmoderna de las versiones encontradas.

Difícilmente podría empeorar el concepto social de Urdangarin y de Cristina de Borbón, porque el autocomplaciente Torres solo aporta "un minus de marca". Sin embargo, hasta los empleados más livianos iluminan el sonrojante funcionamiento de un palacio casero, inferior en mecanismos de control a una pyme de una docena de trabajadores. La prensa del momento no puede quedar exenta de sus culpas. Al igual que sucede en Spotlight, el escándalo ya había sido publicado, pero con la táctica mediática de no concederle demasiada importancia.

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