De todo hay en las Balears del siglo XXI y de todo hubo en el programa para conmemorar el día de la comunidad autónoma. En el mercado del centro de Palma hubo espacio para lo nostro, y para lo no tan nostro: de una senalla a una infusión contra los nervios; de un queso mahonés a uno de tetilla; de anchoas de Santoña a empanada gallega; de una sobrasada de cerdo negro a una butifarra de Vic; de un imán con forma de llonguet a un ramo de rosas de madera perfumada; de un kebab a una hamburguesa vegana; de un vermut a una cerveza artesana; de una Pep Lemon fresquita a un vaso de vino alemán caliente.

La ciudadanía se lanzó en masa ayer a los actos del Día de les Illes Balears. Se dice que el sentimiento balear es un poco postizo y que cada uno se siente de su isla y de su pueblo (y alguno solo de su barrio), pero las ganas de pasear bajo el sol, comer cosas ricas y curiosear por los puestos sí parecen algo unánime: el buen vivir une y fa germanor.

Nadie agradeció más el buen tiempo de ayer que los que tenían montado un puesto y venían de unos días muy flojos por la lluvia: "Espero que hoy podamos vender más, de momento no nos ha compensado venir", explicaba el artesano de Ses Senalletes, Salvador Martínez, que aseguraba que muchos compañeros suyos ya habían desistido de ir este año por el coste, por ejemplo, uno que hace abarcas menorquinas: "Los compañeros de otras islas no tienen ayuda extra para el desplazamiento y la estancia, a ellos sí que no les sale a cuenta venir".

Cree que de seguir así los artesanos de Balears acabarán por desaparecer de la diada, con lo que ésta perdería ya su sentido: "¿Qué queremos, una fira de pueblo más? Que no lo llamen diada entonces". Él y su mujer hace cinco años que participan, y éste les ha parecido el peor. No por el Govern, "que ha estado muy pendiente", sino por la empresa organizadora, que es valenciana: "Llenaremos una hoja de sugerencias".

Francisca Pinya, de Queviures El Terreno, también confiaba en remontar la caja. "Es el primer año que venimos y si el año que viene hacen pagar lo mismo por el puesto me voy a pensar si volvemos", señalaba esta vendedora, que lamentaba que gente de fuera había conseguido mejor ubicación en el mercado que los de las islas.

"Está bien que haya muchas cosas, de muchos sitios", opinaba Malena García, que iba con su hijo pequeño, "está animado, no hemos comprado nada, pero hemos dado una vuelta y hemos visto los animales". A su hijo le había cautivado una avestruz que se exhibía en en la plaza de Santa Catalina, así como el tiovivo inspirado en los ingenios mecánicos de Leonardo Da Vinci.

Los turistas que desembarcaron ayer del Costa Diadema y del Costa Mediterránea se mezclaron con los mallorquines y entre todos abarrotaron el Passeig Sagrera, Antoni Maura, Sa Feixina y plaza Drassana para comprar algo o simplemente mirar ("mucha gente pero poca bolsa", comentaba otro comerciante) o asistir a alguna de las muchas exhibiciones programadas, como el concurso de ca de bou. Los más activos pudieron darle a los pedales en la marcha cicloturística o empujar el remo haciendo padelsurf en el lago del Parc de la Mar.

Los que se quedaron con las ganas fueron los más de veinte ciudadanos que a las doce se plantaron frente a Cort para participar en un itinerario teatralizado que en teoría empezaba frente al ayuntamiento. El chasco fue que absolutamente nadie se presentó allí y que en Cort nadie sabía nada de este recorrido, pese a que estaba en el programa. Por la tarde había previsto un segundo turno a las cinco de la tarde y volvió a suceder exactamente lo mismo: otro grupo volvió a quedarse de plantón y sin conocer las leyendas de Palma que les habían ofrecido.

La banda sonora de la Diada de Balears tocó todos los palos y por supuesto ayer no faltó el ball de bot, pero también hubo sitio para el ritmo feliz del swing en el patio del Consolat de Mar (donde los aficionados pudieron disfrutar haciendo sus piruetas); para el reggae, que mecía a los que optaron por tomarse un refrescante cóctel en La Mojitería; y para la desenfadada charanga de Los Estupendos Burruños, que amenizaron un pasacalles de caparrots que se movió por todo el centro y que a su paso por el Parlament llegó casi a tapar al discurso de la presidenta Xelo Huertas. La fiesta de la calle no entiende de discursos ni instituciones.