Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Especulación inmobiliaria

"Me echan a los 72 años para alquilar mi piso a turistas"

Grupos inversores, en la mayoría de los casos suecos y alemanes, están adquiriendo edificios en el centro de Palma para reconvertirlos en viviendas de lujo o dedicarlos al alquiler turístico - Por el camino, los precios se disparan, expulsando de zonas antes residenciales a vecinos como Juan Manuel Cano, un jubilado al que quieren desalojar de su piso de 19 metros, comprado con todo el edificio por una de estas empresas

Juan Manuel Cano, en el piso de 19 metros cuadrados de la calle Carnisseria en el que vive desde hace once años. Manu Mielniezuk

No tomen la parte por el todo, pero la parte de Juan Manuel Cano lo explica casi todo. Tiene 72 años. Lleva once habitando un piso del casco antiguo de Palma de 19 metros cuadrados. Paga 250 euros al mes por tener una cama, un microbaño y una cocina de un metro cuadrado. Los pocos muebles que tiene los puso él. Pero le basta. O se apaña. Lo que dure, que parece que será bastante menos de lo que él preveía. La razón es que le han vendido. O más concretamente, han vendido el edificio en el que reside. "Al dueño le ofrecieron, según él, un buen dinero y a mi ahora me echan a los 72 años para alquilar mi piso a turistas".

Lo cuenta con la amargura de quien se ve en la necesidad de recomponer su vida y buscar un techo como consecuencia de lo que cree simple codicia. Lleva meses viéndola conquistar su barrio, que nuevamente es una pequeña parte que ayuda a explicarlo casi todo. Las dos manzanas entre las plazas den Coll y de Santa Eulàlia que enmarcan el piso de Juan Manuel Cano eran poco más que una zona en ruinas hace diez años, cuando él llegó a su apartamento. "Este era el edificio más nuevo de la calle, ahora es el único que queda antiguo, el resto los han reformado todos", relata, sentado en la cama, que en 19 metros de piso no hay sitio para salón, y menos aún para mesa de salón. Señala a la fachada de enfrente y explica que hace unas semanas empezaron a rehabilitar por completo un edificio de la misma calle Carnisseria que él habita.

Las obras avanzan veloces. Ya le han puesto nombre al edificio, que ahora es Can Fiol. Suena más pomposo que "número 12 de la calle Carnisseria", que es lo que es. Las ejecuta una de las empresas más reputadas en el negocio de las reformas y el rediseño interior, un sector próspero desde que el casco antiguo está en la cresta de la ola. Que esa es la historia. El gatillo que catapulta a Juan Manuel Cano de su piso: lo que antes no era gran cosa, hoy vale un potosí. O sea mucho. Está de moda. Enfrente bulle una obra de reforma integral, sí, pero a la vuelta de la esquina hay otras tres. Dos de ellas lucen cartelones más grandes que el piso de Juan Manuel. Cubren con ellos la fachada y anuncian viviendas de lujo como las que publicita en alemán e inglés el grupo Mps Estate. "Modern living in Palma Old Town", reza la lona que tapa tres pisos de fachada junto a la plaza den Coll y calle Corderia.

La revalorización inmobiliaria del casco antiguo y de zonas similares como Santa Catalina se ha acelerado en los últimos cuatro años. Coinciden dos fenómenos, explican en el sector inmobiliario. De un lado, la entrada de capitales europeos (la mayoría centroeuropeos y nórdicos) en busca de gangas en la isla de la burbuja inmobiliaria pinchada. De otro, la generalización del alquiler a turistas en edificios residenciales, canalizada por las webs del momento, páginas tipo AirBNB que permiten hacerse con una apartamento con aspecto de suite para unos días en Mallorca. Y sin pagar impuestos, oiga.

Un día a precio de un mes

Ahí empieza a entenderse mejor lo que le ocurre a Juan Manuel Cano con su pisito de 19 metros: su espacio al final de una escalera destartalada de dos pisos por la que hay que trepar más que subir vale poco más de los 250 euros más gastos que paga, si lo que se pretende es alquilarlo como residencia habitual. A duras penas ofrece espacio para un pensionista de 72 años de vida sencilla, imaginen qué haría con 19 metros una familia. Pero 19 metros son la habitación de hotel perfecta. Una suite en cualquier cuatro estrellas del centro tiene esa superficie, incluso menos. Y se venden por tarifas más cercanas a los 200 euros al día que a los 250 euros al mes que paga Cano.

Por eso la voracidad compradora. Por eso las reformas. Por eso las maletas por la calle. Turistas donde antes había vecinos. "Cada vez lo vemos más aquí, gente que viene una semana con las maletas y se va días después. Todo en negro. En una semana pagan más que yo en un mes", explica el todavía inquilino, que no sabe qué va a ser de su piso. El anterior propietario le llamó hace unas semanas y le comunicó que había vendido el edificio, que lo sentía mucho pero el crujiente es el crujiente, y en juego había muchos euros. Que le pagará a los nuevos propietarios, un grupo alemán del que no le quiso decir el nombre. Solo tiene un teléfono, un contacto de nombre extranjero y una dirección en la calle del palacete de Matas, Sant Feliu.

"No sé ni a quien pagarle". Cano decidió moverse. Fue a los juzgados a ver la cola de la justicia gratuita, que con 742 euros de pensión no hay para abogados. Pinchó en hueso. "Hay que contactar por internet y yo no tengo, y por teléfono no atienden". Se fue a Palma Habitada, empresa pública que busca cobijo a las personas en situación más delicada. Encontró más hueso. Le tomaron los datos pero le dijeron que si en un año no le habían llamado que renovase su solicitud. Muy esperanzador, se mofa Cano, más dado a ironizar que a llorar. Después se fue a la Oficina Antidesahucios creada por el nuevo gobierno municipal. Y ahí sí. Leyeron su contrato, que acaba en octubre de este año y le dijeron que tenía derecho a un año más de prórroga, con lo que hasta octubre de 2017 tendría piso. Su anterior dueño le dice que no, que tendrá que irse antes, como ya hicieron los estudiantes que vivían encima y como presionan para que haga la mujer que ocupa con su hija el piso de abajo. Aunque al antiguo propietario ya le da igual: mandan los nuevos dueños, de los que Cano sigue sin saber ni donde pagarles. "Mi contrato ahora no vale para nada, porque no es con ellos. No sé ni si tengo que pagarles".

Dinero negro, por favor

Y a los propietarios probablemente les importe poco. Hace unas semanas, a dos calles de Juan Manuel Cano, en una travesía de Sindicat, un grupo sueco le pagó 2.000 euros a una pareja joven para que renunciase a su alquiler de 550 euros. Ellos mismos se lo explicaban a este diario. "Nos dieron el dinero y el contrato acababa a final de año, así que mira, con eso pagamos parte del cambio de piso y los costes de inmobiliaria, que ahora es casi imposible alquilar sin pagar el mes de inmobiliaria", dice ella, Vanesa, que da su apellido, pero pide que lo ocultemos si contamos lo que sigue: el pago fue, por supuesto, en negro. "Ni hubo factura, ni recibo, solo firmamos la salida y nos dieron el dinero".

"Supongo que el piso se lo van a alquilar a turistas como el resto de apartamentos del edificio", añade ella. Entre el que fuera el hogar de Vanesa y el piso que aún lo es para Juan Manuel Cano hay 100 metros escasos, en los que en los últimos meses se han instalado dos inmobiliarias. La dos tienen apellido alemán y en ninguna de ellas ofrecen pisos en el centro. ¿Qué hacen pues allí? Fácil: están donde están los potenciales clientes, esos viajeros que hoy son turistas y mañana pueden ser propietarios, inversores, arrendadores de la lucrativa maquinaría turística.

En la Plataforma de Afectados por la Hipoteca confirman de hecho que el fenómeno de alquiler turístico ya les ha puesto ante algún caso de desahucio raro. Su portavoz, Ángela Pons, detalla que el afectado pagaba mil euros al mes por una casa entre El Toro y Santa Ponça. "Le jugaron una buena para echarlo. Primero se ampararon en una comunidad que no tenía que pagar para intentar desahuciarle, pero ganó el juicio. Al poco tiempo falló un mes al ingresar la renta, volvieron a pedir el desahucio y esta vez perdió: durante el procedimiento judicial aprovecharon para no renovarle el contrato, porque el inquilino no lo pidió, al pensar que todo estaba judicializado. Su abogado no vio la artimaña y se queda fuera. Su casa vale más como alquiler turístico, y eso que pagaba ya una burrada".

Regeneración y especulación

Aunque lo de "burrada" es relativo. Lo leían en este diario hace justo una semana: la presión del alquiler turístico ha contribuido a que el precio de arrendamiento de pisos en el centro de Palma se haya disparado un 23% en un solo año, avance que basta para colocar a zonas como el casco antiguo de Ciutat o Santa Catalina entre las más caras del Estado. Extraña poco así la efervescencia inmobiliaria, que tiene muchas caras. Las más conocidas está a la vista: Palma está viendo renacer zonas antes depauperadas, hoy convertidas en barrios de moda en toda Europa, hecho que llena de turistas espacios antes residenciales (o abandonados a la vida lumpen, como le pasaba a gran parte del casco antiguo). Lo que se ve menos es la cara de personas como Juan Antonio Cano y sus vecinos. O las de los cientos de residentes de las islas que poco a poco se desplazan hacia barrios periféricos, huyendo del coste de vivienda disparado (incluso disparatado) que empiezan a tener los barrios antes residenciales del centro histórico.

Un ejemplo lo deja claro: en el centro de Palma hoy mismo AirBNB ofrece pisos a 135 euros por día. Multiplique por una veintena de días al mes en temporada media y por treinta al mes en temporada alta y entenderá el negocio. También entenderá a quienes han comprado el piso de Juan Manuel Cano, que no llegan solos. En entidades financieras como Sabadell, La Caixa o BMN, en grupos inmobiliarios ligados al lujo como Engel & Völkers y en colectivos en contacto constante con la batalla inmobiliaria y sus víctimas como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, hablan de la entrada en masa de grupos de inversores alemanes, austriacos y, sobre todo, suecos, que están comprando grandes bolsas de pisos para alquilarlos a turistas.

15.000 alquileres hoy ilegales

Es la evolución 2.0 del alquiler turístico artesanal. El fenómeno casi familiar que permitía a residentes de las islas sacar partido, gracias al turismo, a ese pisito que heredaban, a esa inversión con ahorros de toda la vida, a ese apartamento que ocuparon de jóvenes, se ha industrializado. Y se está generalizando como industria ligada a propietarios generalmente extranjeros y webs de alquiler, que ofrecen a turistas arrendamiento en edificios residenciales de las islas, algo ilegal en Balears, que no permite la promoción turística de viviendas destinadas a uso residencial. Pero se hace. A día de hoy hay más de 15.000 pisos en oferta en las principales webs de alquiler turístico, antes abonadas de apartamentos ofrecidos por particulares de Mallorca, que cada vez ceden más terreno a sociedades, fondos y grupos inmobiliarios extranjeros. Según fuentes inmobiliarias y financieras, Cala Major es la zona de referencia de grupos suecos, que especulan en Mallorca de un modo que no se permite en su país. Los mismos suecos están detrás del impulso de lo que han dado en llamar el "Soho" de Palma, un proyecto coral para impulsar en los barrios de Santa Catalina y Sant Agustí, una zona de moda, ocio y restaurantes de alto nivel, al estilo del popular Soho londinense.

El casco antiguo es a su vez área de movimiento alemán, austríaco y, en menor medida, ruso. Es el hábitat urbano de Juan Manuel Cano, que pronto se irá con sus 742 euros de pensión a otra parte, la que pueda pagar, como se fueron hace unos meses los okupas instalados en otro edificio de la calle Cristalería: otra empresa alemana les pagó unos cientos de euros para que hiciesen el petate y les dejasen transformar un edificio en ruinas en un pujante inmueble de lujo y alquiler turístico. Son las dos caras de un mismo fenómeno ligado al alquiler a viajeros y la especulación con el lujo: regeneración por un lado, expulsión de los residentes por otro. Todo un reto para el Govern que tiene que regularlo, que hasta ahora veía un choque entre hoteleros y propietarios de inmuebles, en pugna por el pastel turístico. Ahora en la ecuación entra otro factor: el acceso a la vivienda y los problemas sociales derivados de su revalorización en barrios reconvertidos en atracciones turísticas. En ellos cada vez queda menos sitio para modestos pensionistas como Juan Manuel Cano, una parte muy pequeña de un negocio muy grande.

Compartir el artículo

stats