Diego Torres ni siquiera es el dueño de su impopularidad. Su hundimiento refleja el descrédito de su socio Iñaki Urdangarin, solo sirve de pasto a entrevistadoras en declive. En su delirante libro La verdad sobre el caso Nóos, el cabecilla de la trama del caso Infanta restringe la veracidad al título del volumen. En su línea, aprovecha para apuntar a la Familia Real so pretexto de que sus miembros no cometieron ilegalidad alguna.

Según Torres, al difundir voluntariamente correos electrónicos de la "amiga entrañable" de Juan Carlos de Borbón "no tenía ni idea de quién era Corinna, el primer sorprendido por la reacción mediática fui yo". Cuesta digerir fabulaciones tan descaradas sin encuadrar el libro en el apartado de ficción, donde compite en desventaja porque su autor escribe a martillazos.

Cuatro años atrás, Fernando Roig declaraba ante el fiscal Pedro Horrach. El presidente del Villarreal confesó que pagó a Urdangarin y Torres 690 mil euros por un presunto informe de trece páginas, incluidas una portada, un índice, una introducción y tres párrafos de conclusiones. A 70 mil euros por folio de obviedades, ningún autor en el mundo cobra esa tarifa. El dirigente balompédico atribuyó el pago "básicamente a que Urdangarin era el presidente", como hizo Matas con la astracanada de los foros deportivos celebrados en Mallorca. Pese a que este ilustrativo ejemplo del modelo de negocios de Nóos figura en el sumario, Torres se abstiene de comentarlo. Habla de un tal "Roig", sin nombre ni detalles por si acaso. Sería una razón suficiente para descartar La verdad sobre el caso Nóos, si el libro no estuviera aderezado por la pretensión grandilocuente de su autor, que se considera el artífice de contratos con Cepsa, Telefónica o Santander que son un mero impuesto cobrado en nombre de la Familia Real.

Las tribulaciones judiciales no han mermado la autoconfianza de Torres. Su libro perspira la sorpresa de que no le hayan levantado una estatua en Mallorca, aunque tampoco iba a agradecerla. Le parecería sensato que le dedicaran la Rambla de Diego Torres, concluye que los millones de euros pagados a Urdangarin le salieron baratos al contribuyente mallorquín. Se afeita a diario esperando una llamada del Consolat, para reanudar unos foros sin los cuales Balears perderá todo su sentido.

"Yo jamás de los jamases he solicitado la imputación de la infanta Cristina", sostiene el socio de Urdangarin. Se ve que no lee los escritos de su abogado. Ni su propio libro, donde el celo en demostrar la complicidad de la hermana del Rey excede con mucho al mostrado por el juez Castro en idéntica tarea. El autor se lamenta de que facturas falsas para el consultor eran "verdaderas para miembros de la realeza", pero a continuación se queja de que le acusen de que "yo quiero perjudicar a la monarquía y toda clase de tonterías".

Torres era el único español que no sabía quién era Corinna, y expuso su relación regia porque "yo no controlo la reacción de la prensa". Tampoco debía conocer el significado del "Duque Em...Palma...do", que también divulgó a los cuatro vientos, o el efecto de los chistes sobre Aznar o de las fotografías de mujeres desnudas, aunque aquí culpa a su abogado. Alaba a la Infanta, y a continuación detalla que en los gastos del socio de Urdangarin "no van a encontrar clases de samba, ni entradas para la final de Champions, ni safaris en Mozambique, ni regalos para el príncipe Eduardo, conde de Wessex". Dispendios de este tipo fueron cargados por los exduques de Palma a Aizoon. "No se preocupe, no, que todos somos iguales ante la ley, ¿verdad?" Otra declaración de amor, de quien no se ha recuperado del golpe de ver a Urdangarin pidiendo la imputación de su esposa, Ana María Tejeiro.

La Casa del Rey está involucrada hasta la médula en el caso Infanta, la exculpación total de García Revenga demuestra que Castro no es tan sanguinario como lo pintan. Sin embargo, para demostrar esta participación no se necesita un libro de Torres, y la responsabilidad compartida no le absuelve. De nuevo, ¿por qué no menciona el informe del Villarreal o aquel otro en que se aclara que el fútbol se disputa "entre dos equipos de once jugadores"?

Si Torres ciñera su abrazo mortal a la Familia Real, tendría la disculpa del ataque siempre pertinente a los poderosos. Sin embargo, su teoría de la imputación comparada golpea innecesariamente a actores secundarios. "Pau Herrera, buen amigo de Urdangarin, facturó a Nóos un total de 399 mil euros y no está imputado". O "Antonio Ballabriga ni siquiera es imputado". Esta transitividad de la acusación sería compatible con su cristianísimo "jamás de los jamases he solicitado la imputación de Herrera o Ballabriga".

El Diego Torres de La verdad sobre el caso Nóos es uno de esos personajes que uno estaría encantado de no conocer. El experimentador callejero puede preguntar a cualquier habitante de Mallorca o de Valencia si saben en qué consiste el Illes Balears Forum o el Valencia Summit. Pues bien, el hombre que percibió seis millones de euros públicos por estas iniciativas insignificantes, las compara sin sonrojarse con el Foro de Davos, o con las cumbres de líderes mundiales del G8 y el G20.

Torres es impecable. No admite ni un error administrativo. Desconoce la humildad, en la falsa entrevista que articula el libro, es un decir. Ni un átomo de reconocimiento para los contribuyentes que sufragaron sus generosos dispendios. O para las empresas privadas que han preferido pagar cifras astronómicas a Hacienda, antes que desobedecer la ley de silencio que hubiera dejado en mal lugar a La Zarzuela por el dinero entregado al yerno maldito y compañía. Al revés, exclama unamuniano que "habría que preguntarse en qué país vivimos". Así habla un espabilado a quien Castro acaba de desbloquear una cuenta de 85 mil euros en Luxemburgo. En qué país vive Torres. Si su argumentación defensiva está esbozada en La verdad sobre el caso Nóos, conviene que negocie un pacto.

En cuanto el escándalo se pone resbaladizo, sea en la pista del equipo ciclista Banesto o en el Instituto Nóos sinónimo de lucro, Torres se desliga y sufre una oportuna amnesia. No recuerda al empleado que enviaba correos al Govern imponiendo las tres empresas que ofertaban falsamente en un concurso, a fin de seleccionar a la predeterminada.

Antes de untar inocentemente de cooperación necesaria a la Familia Real, el autor descalifica por codicioso a su amiguito del alma. "De repente, Urdangarin empezó a pedirme comisiones que equivalían a la mitad de la facturación de los proyectos". El lenguaje es tan viscoso que se siente obligado a aclarar que "las comisiones son habituales en consultoría". La ruptura que solo remendaría el banquillo se produjo porque "todo lo que me pedía era absurdo, yo no entendía nada".

En el libro de Diego Torres solo hay un cordero inmolado por la jauría, y se llama Diego Torres. Utiliza a Corinna como criterio de autoridad, quizás porque todavía no la conoce. Permite que su asfixiante superioridad sea desmontada por los propios correos que aporta. Su libro superfluo puede servir para meter en el banquillo a media docena más de truhanes, pero no para liberar a Torres de una revisión exhaustiva en juicio. Por fortuna ya nadie lee pero, si solo va a consumir un libro en 2016, no es necesario que sea éste.