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Enrique Granados

Una vida extraordinaria

A los seis meses ya nadaba, a los 18 años era olímpico y hoy, a los 81, sigue haciendo piscinas y compitiendo en triatlones, además de estudiar árabe y piano y de cultivar su huerto - La historia de su familia está marcada por la muerte de su abuelo, ahogado en el mar

Los Granados llegaron a la piscina por una tragedia familiar. El famoso pianista y compositor Enrique Granados Campiña murió ahogado durante la Primera Guerra Mundial, al ser torpedeado por la armada alemana el buque en el que viajaba, el Sussex, en el Canal de la Mancha. Granados fue rescatado por una lancha, pero se lanzó de nuevo al agua para salvar a su mujer. No sabían nadar y ambos fallecieron.

Su hijo, Enrique Granados Cal, tenía 18 años y le impresionó tanto la muerte de sus padres en el mar que hizo de la natación su modo de vida.

Era 1916, acababa de terminar su carrera de marino mercante y estaba a punto de embarcarse. Solo esperaba el regreso de su padre, que había estado dando unos conciertos de sus Goyescas en Nueva York. Pero nunca volvió a verlo. Tras perder a sus padres en el mar, sus hermanos "le prohibieron" continuar con su carrera de marino. Así que se hizo entrenador, primero en su Barcelona natal y después en Madrid.

Participó en las olimpiadas de 1929 y también en las de 1924, compitiendo en la categoría de waterpolo. En España, fue campeón de de natación de 100 metros libres en 1923 y fue el primer nadador que trajo el estilo crol (crawl) a España. Lo aprendió de una leyenda de las olas: The Big Kahuna o Gran Kahuna, el considerado como inventor del surf moderno. Granados Cal coincidó en uno de sus viajes olímpicos con este hawaiano, Duke Kahanamoku y quedó impresionado con su estilo para nadar.

"Lo conoció y le pidió que le enseñara cómo nadaba, aquí aún se nadaba al estilo doble over, y fue así como mi padre trajo el estilo crawl a España", narra su hijo Enrique Granados Aumacellas. También nadador y deportista olímpico, Granados Aumacellas cumplirá 82 años el próximo agosto y sigue nadando y compitiendo, además de hacer muchas cosas más, como estudiar árabe en la Escuela Oficial de Idiomas o cultivar un huerto ecológico. Incluso ha hecho su propio invernadero con botellas de plástico reciclado. El año pasado empezó a tomar clases de piano, algo que también le va en la sangre.

Catalán de nacimiento, criado en Madrid y afincado en Mallorca desde que acabó la carrera de aparejador, Enrique Granados Aumacellas narra la historia de su familia de forma clara y con lujo de detalles, sin olvidar ni un nombre de las personas con las que se cruzó ni de los eventos históricos que marcaron su vida.

Sigue yendo cada lunes, miércoles y viernes a hacer sus dos mil o tres mil metros en la piscina del Príncipes de España. Y sigue compitiendo: la última vez fue el pasado septiembre, cuando participó en el triatlón Half Menorca por relevos junto a su hija, Nuria Granados, y su nieta, Nuria Gascuñana. Ésta recuerda cómo la gente aplaudía a su abuelo cuando salió del agua tras hacer su recorrido de 1.900 metros. Al finalizar cada uno su parte del recorrido, cruzaron la meta los tres juntos y Enrique se convirtió en el héroe de jornada.

Por el momento, ésa es la última competición en la que ha participado. Entre esa última prueba y la primera en la que compitió ha pasado literalmente una vida entera: "Gané mi primera carrera antes de nacer", sonríe.

Y es que su madre, Maria Aumacellas, también era nadadora, cómo no, y Enrique ya estaba en su vientre cuando ganó la travesía de la Casa de Campo. Por supuesto, Maria había conocido a su marido en el agua: era su entrenador.

A los seis meses ya nadaba

Ya casados, se trasladaron a Madrid, donde él se convirtió en entrenador del Canoe Club y ella siguió nadando y cosiendo. "Cosía muchos trajes de baño en casa", recuerda su hijo. Enrique nació el 9 de agosto de 1934. Cinco días después, ya tenía su carné de socio honorario del Lago Natación Club (a nombre de Enriquito) y a los seis meses ya estaba nadando. Dos años más tarde, en una entrevista para la revista Estampa, su padre decía orgulloso de su Quiquín: "Tiene madera de nadador". Más adelante tendría otro hijo, Jordi, que también destacaría en este campo.

No se equivocaba el señor Granados Cal. A los 18 años, en 1952, su primogénito participó en las Juegos Olímpicos de Helsinki, en las pruebas de 400 y de 1.500 metros. También fue seleccionado para las olimpiadas de 1956 que se celebraron en Melbourne. Iba a competir en los 200 metros mariposa, pero finalmente España no participó en esos juegos por decisión del gobierno de Francisco Franco, que quiso boicotear las pruebas porque también acudía una delegación soviética. Lo recuerda perfectamente.

"Éramos cinco deportistas españoles que teníamos que ir: el gimnasta Joaquín Blume; Félix Eurasquín y Miguel de la Quadra-Salcedo, que hacían lanzamiento de jabalina; el tirador Ángel León; y yo", rememora. "Era la época del telón de acero, Rusia había llevado los tanques a Hungría y Franco dijo que España no iría para no verse con los soviéticos", narra: "Ya teníamos los billetes".

"Para compensarnos, el Delegado Nacional de Deportes, José Antonio Elola, [predecesor de José Antonio Samaranch], nos dijo que el gobierno nos pagaba un viaje donde quisiéramos". Eurasquín, León y de la Quadra-Salcedo cruzaron el Atlántico, empezando su ruta por Puerto Rico. "De ahí, de la Quadra-Salcedo se fue para Brasil y empezó a ir por el Amazonas en piragua y a grabarlo todo... y así nació su pasión por esa zona", señala.

Ante la decepción de las olimpiadas, Blume llegó a plantearse nacionalizarse alemán pero finalmente desistió. Y se fue de viaje con Granados. Allí estaban los dos, dos veinteañeros de la España franquista recorriendo parte de Asia durante dos meses, con Japón como destino final y totalmente a la aventura: el gobierno pagaba los billetes, pero ellos debían buscarse la vida para los alojamientos y demás. Blume, uno de los nombres más grandes de la gimnasia española, moriría cuatro años después en un accidente de avión.

Enrique Granados no se olvida de aquel viaje, en el que conocieron el Líbano, Pakistán, Birmania... Cuenta la anécdota de la estancia que pasaron como auténticos reyes en Filipinas, por una de esas carambolas simpáticas de la vida: "Ibamos en barco hacia Filipinas. Me puse a hablar con uno y le expliqué que no sabíamos muy bien dónde íbamos a dormir, pero que tenía un conocido en Filipinas, un tal Elizalde". Granados había coincidido con esta familia en unos juegos de invierno, y el señor Elizalde le había pedido que diera unas clases de matemáticas a su hijo.

En aquel barco, se enteró de que los Elizalde eran una de las familias más poderosas del país. "Cuando llegamos nos estaban esperando y nos llevaron a un hotel de lujo, pero no nos atrevíamos a pedir nada porque no sabíamos si realmente estábamos invitados o tendríamos que pagar", se ríe. En Tokio también estuvieron invitados a todo: aquellas dos clases de repaso fueron las más provechosas de la historia.

De vuelta en Madrid, conoció a su futura mujer: Alicia. ¿Dónde? La respuesta es obvia: "En una piscina, claro". Granados compaginaba la carrera con sus estudios de aparejador. Sus suegros decidieron mudarse a Mallorca, huyendo de la gran ciudad, buscando tranquilidad y naturaleza. El padre de Alicia, funcionario del ministerio de Comercio, pidió el traslado y así cambiaron el barrio de Salamanca por el Arenal, aún paradisíaco.

Llegada a Mallorca

Al acabar la carrera, Granados se vino a Mallorca pasar quince días de vacaciones con su novia. "Dos semanas que se acabaron convirtiendo en no sé cuántos años...", aclara: "Ya no volví: nada más llegar a Mallorca me presentaron al arquitecto Rafael Pomar; hablamos y al día siguiente ya estaba trabajando en su despacho". Allí ha estado ejerciendo hasta hace cuatro años, cuando se jubiló, no por gusto "sino por las circunstancias". La crisis.

Aunque no se dedicó profesionalmente a la natación como su padre, combinó su labor profesional con su pasión y también hizo de entrenador, además de ser nombrado presidente de la Federación Balear de Natación y de poner su granito de arena en proyectos como la piscina de Son Hugo.

Ahora, ya jubilado, bromea diciendo que "está más agobiado" que cuando trabajaba. Normal. Sus lunes empiezan a las siete de la mañana. La piscina le llama y cumple con ella haciendo sus dos mil o tres mil metros. Después toca repostar en el bar frente al polideportivo. Se junta con su hija y se van a trabajar al huerto, donde les dan las tres de la tarde. Comen rápido y a las cuatro se van juntos a clase de árabe, hasta las siete.

"Me gusta mucho la caligrafía", explica. Ya va por el tercer curso y sus compañeros están encantados con él: "Es el mejor de la clase", aseguran. El chino también le atraía, pero de momento con el árabe es más que suficiente: "Es muy complicado". Además, para acabar de completarse la agenda, el año pasado empezó las clases de piano, que por algo la música también le viene de familia.

Su trayectoria ha sido premiada en varias ocasiones, con reconocimientos como la Medalla de Plata al Mérito Deportivo; la Placa de Honor de la Federación Española de Natación o el Cornelius Atticus.

Si le preguntan si volverá a competir en el próximo triatlón Half Menorca se hace el remolón, pero su nieta le recuerda que ya le ha pillado buscando alojamientos para reservar. De momento, la foto del instante en que abuelo, nieta e hija cruzaron la meta en la competición del pasado septiembre es la foto de portada de su perfil de Facebook. La cuestión es no parar y seguir aprovechando al máximo cada minuto de una vida extraordinaria.

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