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Opinión

Matas se impone una penitencia barata

En 2007 asocié la palabra "palacete" al pisazo que Jaume Matas había adquirido en San Felio con fondos no esclarecidos. Nunca imaginé que aquel apelativo bromista figuraría hoy en los informativos estatales y en las webs más inesperadas, hasta cien mil páginas en el último recuento de Google. Se ha erigido en la denominación de origen de la corrupción del exministro de Aznar. De haberlo sospechado, me habría esmerado en perpetrar una palabra más acicalada.

Incluso yo sabía que el inmueble inalcanzable para el sueldo oficial de Matas no era un "palacete", en toda la extensión de la palabra. Sin embargo, el diminutivo irónico -regordete, mozalbete- de la vivienda caracterizaba a un parvenu, un nuevo rico ávido por codearse con la aristocracia palmesana. Y que materializaba la compra en precampaña electoral. No por imprudencia, sino con plena consciencia en exhibición de su poderío.

Habiendo tantas ignorancias que imputarme, a menudo he sido recriminado por la inexactitud del vocablo "palacete", cuando precisamente lo apliqué mal para caricaturizar a su inquilino. Gloriosos corruptos me impartieron lecciones sobre las categorías suntuarias de la Palma ancestral, tan apasionantes como las razas de yaks tibetanos. Sin embargo, la anécdota más jugosa sobre el palacete se remonta a mayo de 2007. Una semana antes de las autonómicas, el fenómeno que se creía el periodista más importante de Balears me soltó abrupto:

-Por el palacete no pillarán a Matas.

Una semana después, el president se veía abocado a huir de su derrota a Washington. El palacete estalló en mil pedazos informativos. Se recogió la metralla de centenares de botellas de Vega Sicilia, o de lujosas escobillas de inodoro. El piso accedió al rango icónico que conserva, incluso en la entrega tramposa que hoy simula Matas.

Desde el momento en que negocia una pena, el expresident confiesa su corrupción, que no es poco. Hay que atender a la doctrina de Pedro Horrach sobre la importancia de conocer la verdad. Ahora bien, el pecador confeso se impone una penitencia barata. En concreto, medio palacete hipotecado, sometido a servidumbres y que no ha conseguido vender en los últimos años. Equivale a que entregara en prenda el Palma Arena, o su famosa ópera de Calatrava. El caballerete del palacete nunca defrauda, y clama como Fidel que "la historia me absolverá". O la historieta, en su caso.

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