El tono de la relación entre el obispo de Mallorca y su secretaria era más afectuoso que el declarado por los protagonistas una vez ha trascendido ésta. Existe una inconsistencia entre la distancia que hoy quieren establecer tanto Javier Salinas directamente como Sonia Valenzuela a través de terceros, y los términos reales de su vínculo.

El prelado nombró a Valenzuela para ser su encargada de relaciones institucionales el pasado uno de septiembre, pero sus contactos frecuentes se remontan a mayo. Poco a poco fueron incrementándolos, hasta el punto de abrir una familiaridad que monseñor Salinas no ha facilitado a ninguno de los sacerdotes de su equipo. Sorprendería escuchar a Antoni Burguera -el cura en el cargo de mayor confianza y cercanía del obispo, su secretario particular- referirse en ocasiones a su superior como "Javi", o tutearle como hacía Valenzuela, sorprendiendo a los entornos de los dos protagonistas.

La relación fue adquiriendo un cariz más íntimo del que reconocen Salinas y su antigua colaboradora tras aflorar la denuncia de su marido. "Angelito" es otro de los apelativos usados en alguna ocasión por Valenzuela para referirse a su jefe, al igual que otros términos igual de afables.

El seguimiento al que fueron sometidos Valenzuela y Salinas arroja una media de diez horas diarias de contacto entre presencia física y por teléfono, que el obispo se afana en ceñir exclusivamente al ámbito profesional. La actitud cariñosa mostrada en esa ligazón desentona en situaciones como la separación entre el máximo representante de la Iglesia católica en Mallorca y su subordinada por razones de trabajo del primero.

Una de las más llamativas fue la desazón expresada por Sonia Valenzuela al comunicarle repentinamente Salinas que iba a ausentarse durante casi una semana de Mallorca para ir a Madrid, y que tendría poco tiempo para hablar. "¿Ves lo poco que me quieres?", recriminaba cordialmente la frialdad del prelado su secretaria. Lamentó sin rodeos delante del sacerdote que éste tuviera que pasar varios días fuera para asistir a la Conferencia Episcopal Española, y sobre todo la premura con la que tuvo que enterarse: "A mí no se me ocurriría nunca" apercibir in extremis de un viaje, fue el dolido reproche.

El intercambio de alianzas fue una pieza clave para que al esposo de Sonia Valenzuela se le dispararan las alarmas. El prelado y ella aseguran que las sortijas no llevaban sus nombres grabados, como afirman fuentes muy dispares entre sí -la versión del propio marido es que llegó a ver la inscripción "J y S" en el interior del anillo que logró que su mujer le entregara después de interrogarle por su lucimiento-.

El obispo y Valenzuela admiten que se hicieron este regalo y lo justifican ahora por su pertenencia a un "grupo de oración" donde los únicos miembros eran ellos dos, desveló ayer Salinas, "porque se estaba iniciando, solo llevábamos un mes y medio", añadió. "Me lo quité a mediados de octubre, porque no era oportuno", remachó el prelado sobre el anillo.