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La fiesta en paz

Las constructoras les tienen cogidos por...

El Palacio de Congresos, otra inversión fallida.

¿Dos ascensores 1.000 millones de pesetas? Todo es posible en la construcción pública. Corre el año 1996 y faltan apenas unos meses para la inauguración de la nueva terminal de Son Sant Joan cuando se descubre un inconveniente en el diseño. Las distintas plantas solo se comunican desde los extremos del edificio, lo que equivale a generar más atletas medio fondistas que en un centro de alto rendimiento. La solución es sencilla. Basta construir dos ascensores en la parte central.

La constructora se frota las manos y reclama una cantidad de dinero desorbitada en cuanto AENA solicita la modificación del proyecto para introducir la ligera modificación. Por una vez se impone el sentido común. Corren los tiempos en que el ministro Josep Borrell se reúne con los empresarios para instarlos a no pagar comisiones. La gestora de aeropuertos decide concluir el edificio terminal sin cambios, aun a costa de recibir críticas por el fallo. Después, convoca un concurso para los ascensores y ahorra una pasta.

Sin embargo, lo normal -es una forma de hablar- es que las obras dupliquen o tripliquen su presupuesto. Ahí están los ejemplos del Palma Arena, las autopistas de Eivissa o, si nos ceñimos al caso que está en el candelero, el Palacio de Congresos.

El proyecto, que inicialmente era una iniciativa pública con financiación y beneficio privados, es el último fiasco dejado por Jaume Matas. El coste de la obra se ha mantenido estable. Sin embargo, la administración acabará pagando unos 130 millones pese a que la aportación de dinero público prevista era menos de una tercera parte. A estas cifras habría que añadir los 30 millones en que se valora el solar de propiedad municipal. Inversión de todos para beneficio de unos pocos.

Pero la constructora Acciona no está satisfecha con las cifras. Reclama quince millones más por los dos años de parón de la obra -los técnicos solo reconocen un perjuicio de tres- y no quiere abonar los 20.000 euros diarios de penalización por no finalizarla en el plazo previsto.

Veremos cuánta tajada obtiene la empresa por la vía de la negociación o por la judicial. De momento parece que Cort y el Govern resisten las presiones de Acciona. Hasta un pasado muy reciente, lo habitual ha sido que las constructoras alcanzaran todos los objetivos en sus tratos con las instituciones públicas. Los políticos se rendían con nula o poca resistencia a sus exigencias.

En la primera comparecencia ante la prensa de un conseller de Antich participan dos personas a las que nadie conoce. Al final del acto se dirigen al político para presentarle unas facturas del Palma Arena que, según ellos, el anterior Govern se había comprometido a pagar. Es una anécdota sobre el descaro y la eficacia con la que se mueven algunas grandes empresas. Hay tres razones que avalan su modus operandi.

La primera es que los políticos no pagan con su dinero. Aun en los casos de honestidad intachable, resulta difícil resistirse a las presiones con la misma eficacia que cuando afectan a un bolsillo particular. Además, los palcos de los campos de fútbol están, incluso después del estallido de la burbuja, plagados de constructores que se complacen en invitar a sentarse a su lado a los políticos. La autoridad cree haberse convertido en amiga del magnate cuando solo es su siervo.

La segunda es que los políticos miran por su futuro. ¿Por qué vas a hacerle un feo a esta empresa que dentro de unos años, cuando tu partido o los electores te echen, puede darte desde un empleo en una oficina hasta un puesto en el consejo de administración?

La tercera radica en que cuando una entidad pública se enfrenta a una de las grandes empresas, estas cuentan con un batallón de abogados. Los mejores del país. Los que más ingresan. Todos frente al honesto funcionario que cobra, con suerte, 4.000 euros al mes.

En estas circunstancias, hay que ser muy valiente para defender un dinero que no es el tuyo frente a un gran constructor y jugarte tu futuro el día que dejes la política o sea ella quien te abandone. Las constructoras les tienen cogidos por... el cuello.

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