Visitaba Juan Antonio Alcaraz Mallorca para disertar sobre "la reestructuración del sector financiero español", y su análisis descarnado sorprendió a propios y extraños. Es difícil escuchar a un ejecutivo financiero de tan alto nivel hablar en público de los errores cometidos por el propio sector. Y más difícil aún que conjugue su análisis en primera persona, pese a que los resultados han demostrado que si alguien ha acertado el diagnóstico en la crisis ha sido La Caixa de Alcaraz, que en seis años de desastre ha pasado a liderar por clientes, créditos, plantilla, volumen de negocio y oficinas la banca española. Y la balear. Pero así fue. El director general ofreció un análisis en las antípodas de la autocomplacencia, escuchado por los más de cien asistentes de las jornadas para empresarios organizadas por el Centro Universitario Ariany en el colegio Llaüt.

Para empezar, el contexto. Según Alcaraz, la crisis financiera ha provocado una reestructuración en el sector bancario "mayor que las sufrieron industrias como la naval o la minera". Se acordaba el ejecutivo de CaixaBank de "el humo de aquellos procesos, de las huelgas e incluso la violencia" que cualquiera evoca al recordar el desplome de buena parte del entramado industrial español, para matizar que la reestructuración bancaria ha sido mayor. Datos: en la crisis financiera han desaparecido el 31% de las oficinas bancarias, mientras las plantillas pasaban de 278.000 empleados de banca en toda España a 205.000, un 26% menos.

"Han sido 73.000 empleos destruidos, resumía, antes de empezar con la autocrítica. Que era dura. Lejos del mantra habitual entre los financieros, que culpa del estallido español al ladrillo, Alcaraz recalcaba que quien alimentó al ladrillo fue la propia banca. "Durante un decenio, de 1996 a 2006, el sector financiero fue el motor del crecimiento español a ritmos muy superiores a los de países del entorno, impulsando un sector inmobiliario que se nutría exclusivamente de la financiación bancaria. Cometimos dos errores. Primero, seguir alimentando ese crecimiento sin límites. Y segundo, hacerlo con un modelo que sembraba la simiente de la crisis del propio sector financiero: basamos nuestro crecimiento en deuda, financiándonos en los mercados internacionales, por ejemplo con el ahorro de Alemania, que se invirtió en España a través de nuestra banca", subrayaba.

Ofrecía un dato abrumador: en esos diez años citados, los del supuesto milagro económico, la financiación a promotores pasó de 100.000 millones a un billón, diez veces más. El sistema saltó por los aires cuando en 2008 el estallido de Lehman Brothers colapsó los mercados internacionales de crédito y acabó con la liquidez de una banca española que había cavado su propia tumba con un endeudamiento desaforado. Las medidas, dice Alcaraz, no llegaron hasta que esta falta de financiación ahogó en 2010 a los estados, que recurren a la banca para pagar sus excesos de gasto. "Entonces nos pidieron que hiciéramos el mismo negocio, pero que para ello tuviéramos más capital, es decir, menos rentabilidad. Y también nos pidieron más liquidez, nos limitaron que pudiéramos endeudarnos a unos niveles".

El grifo y las fusiones

Resultado: "Los bancos limitamos el crédito y conseguimos liquidez, porque te van devolviendo préstamos y tu no das tantos. Eso se usa para devolver lo que los bancos debíamos, no se crean que era un capricho y que los créditos que no se daban iban al bolsillo de los bancos", resaltaba Alcaraz, que podría haber hecho el relato en tercera persona, sin mojarse. Pero lo hizo en primera, pese a que su entidad, La Caixa, fue capaz en semejante temporal de liberar 60.000 millones de liquidez para crecer, incorporando a su estructuras entidades bancarias ahogadas, cuando no directamente fallidas o quebradas. "Apostamos en la crisis por el crecimiento y el liderazgo y mantuvimos esa decisión, que es la que nos tiene donde estamos, en primer lugar", presumía, antes de sacar pecho con la obra social de La Caixa, según él, la tercera fundación mundial, tras la de Bill Gates y la de Glaxo. "Dedicamos 4.000 millones a programas sociales, devolvemos a la sociedad lo que recibimos de ella", considera. Y dispara contra la "demagogia" de quienes dicen que la banca se va de rositas, salvada con dinero público: "El ajuste para sanear los balances nos ha costados a los bancos 267.500 millones, dinero de nuestros accionistas que fue a cubrir pérdidas, mientras que las ayudas públicas a las entidades que no pudieron conseguir recursos privados fueron de 60.000 millones".

La consecuencia es que, según Alcaraz, hoy la banca está en los niveles de 1996. Por el camino ha pagado la expansión casi suicida de España. ¿Ha acabado la reestructuración?, pregunta el público. "El negocio no crece, no es rentable y sobra capacidad instalada (oficinas, plantilla), y no es rentable. El pastel no da para tantos comensales, por lo que estoy seguro de que la reestructuración no ha acabado." ¿Y quién garantiza que no se repita la "imbecilidad extrema" que causó la crisis, en palabras de uno de los asistentes? "Para que no vuelva a ocurrir, los mecanismo de supervisión hoy son muy fuertes y están muy lejos", decía, que fía el futuro al control de un Banco Central Europeo de esencia y rigor germánicos, renunciando a otro mantra fallido: aquella tesis liberal de que los mercados se regulan solos. No lo hicieron, asumía Alcaraz. "No paramos a tiempo. Era muy difícil. Piensen en plena vorágine, cuando el competidor crecía al 100%, ¿qué presidente se atrevía a ser más listo y crecer al 40%? ¿Qué regulador paraba un motor que creaba riqueza tan rápido"?". Ninguno lo hizo. El freno fue un estallido que no ha acabado.