Calculo tres mil entrevistados, y apenas una docena con la calidad humana de Climent Garau. Muere otro ejemplo de que Mallorca desaprovecha a sus mejores hijos, afianzado en este caso en la autoexigencia de quien profesó de analista a fuerza de analítico. "Por desgracia, he analizado todas las facetas de mi vida. El análisis está mitificado, y su exceso resulta perjudicial".

Entendía el nacionalismo como una variante de la decencia, la deuda humanista contraída con el mantenimiento de la porción de tierra que se habita. Al comprobar que a Garau le costaba mentir o siquiera disfrazar la verdad, entendí que su reticencia a la entrevista no provenía del envanecimiento. "Entre mis defectos figura el soltar grandes peroratas, pero no la vanidad. Pueden humillarme a diario, y de hecho, así ha ocurrido. Lo que sucede es que los periodistas me dan miedo, y prefiero que no se acuerden de mí".

Encarnaba la socialdemocracia cultivada, tan huérfana como el liberalismo en un álbum de gobernantes cenicientos. Hablaba sin tapujos de la "mafia" de una isla "psíquicamente enferma, porque el mallorquín no cree en el futuro".

-Hay un fondo de tristeza en su mirada.

-Siempre he dado la impresión de ser alguien que se lamenta, pero mi biografía demuestra que no soy pesimista.