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Opinión: Mallorca trabaja para España, gratis total, por Matías Vallés

Opinión: Mallorca trabaja para España, gratis total, por Matías Vallés

España concentra el 25 por ciento de sus ingresos turísticos en un uno por ciento de su territorio, llamado casualmente Balears. El deslome laboral anejo a la fabricación de ocho mil millones de euros en un solo mes recae sobre el dos por ciento de los españoles, a veces llamados mallorquines. Solo en julio, cada trabajador de Mallorca asumió un gasto turístico de 20 mil euros entre visitantes nacionales y extranjeros, cobrando una media de dos mil. Cuesta encontrar mayor competitividad y productividad.

No se peca de nacionalista al concluir que Mallorca trabaja para España. Si se trata de demostrar que se sacrifica gratis total, bastará con aportar las lacerantes estadísticas de riqueza, que parecen diseñadas contra los mallorquines. La escuálida financiación estatal confesada por PP y PSOE asegura que la cuota pública de esos ingresos migra sin billete de vuelta.

El examen del escalafón en renta per cápita, salarios, pensiones, educación y sanidad confirma el hundimiento en peldaños inferiores de los esforzados trabajadores mallorquines. No importa que generen ocho veces lo que cobran, según Madrid. Para un noventa por ciento de la población de Mallorca, el turismo no aporta un diferencial de riqueza respecto a la calidad de vida en otras autonomías. Al contrario, el Estado confirma que los nativos viven peor que en regiones sin la sobrecarga de la industria de los forasteros.

A excepción de tres millares escasos de avispados negociantes, el aumento eufórico del gasto turístico no se filtrará -el célebre trickling down que justificaba la desigualdad- hacia el grueso de los mallorquines. Como mínimo, se ha registrado un cambio en el lenguaje. Este verano se habla por primera vez de explotación. La palabra fetiche ha sido incorporada sin tapujos por el Govern a su plan de inspecciones laborales.

La primera explotación que cincela el gasto turístico cursa con España como agente y Mallorca como paciente. Daños colaterales pero incontrovertibles miden los efectos de este desprecio. Cuando un porcentaje significativo y en ascenso de los residentes han de poner en alquiler su primera vivienda, cuesta hablar de opulencia de estirpe turística. Los nativos han de abandonar su casa, literalmente, aunque de momento rentabilicen el disfrute ajeno de su única residencia.

Un magnate que alquila su mansión de uso ocasional a mil euros la noche es un oportunista. El mallorquín que promociona una habitación a treinta euros diarios no actúa impulsado por su ADN fenicio. Simplemente necesita el dinero que debería garantizarle, en el mercado laboral, la ganadería intensiva en que ha degenerado la antaño ociosa actividad turística.

En proporción a la cifra de turistas que recibe Mallorca, la explotadora España debería acoger a 1.300 millones de visitantes, uno de cada seis habitantes del planeta. El gasto no les consolaría del agobio, seguro que adoptarían compensaciones y limitaciones.

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