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La fiesta en paz

Muchos turistas y poco dinero

Nuestras playas están tiradas de precio. MANU MIELNIEZUK

La ecotasa no es, ni mucho menos, el principal problema que se abate sobre la industria turística balear. Tampoco resulta determinante la mala imagen que transmiten algunas zonas como Punta Ballena -por el deterioro de su oferta lúdica-, o como Cala Major y alrededores -por el deterioro de su urbanismo-.

Los hoteleros ni siquiera tienen que preocuparse demasiado por el hecho de que su anterior presidente, Aurelio Vázquez, se casara con José Ramón Bauzá, lo que ha obligado a Inmaculada de Benito a susurrarle a la izquierda que no era un matrimonio por amor. El expresidente del gremio del alojamiento se fotografiaba a diario con el expresident del Govern y la sucesora del primero está condenada a prometerle independencia eterna a la sucesora del segundo. Los hoteleros aplaudieron las leyes del PP y ahora tienen que escuchar sin levantar demasiado la voz, al menos durante un tiempo, como los nuevos consellers se afanan en derogar algunas normas creadas ad hoc a petición expresa de los empresarios.

No, no son estos los nubarrones que asoman sobre la primera industria mallorquina. Las malas noticias llegan desde la sede del ministerio de Industria, Energía y, al final del enunciado y de sus intereses, Turismo. Es el departamento desde el que se ha defendido a capa y espada la subida del IVA al sector. La cartera desde la que el ministro ha dado la espalda a Balears, preocupado como está por su Canarias natal. El negociado desde el que la secretaria de Estado, la mallorquina Isabel Borrego, habla de la ecotasa como si aún estuviéramos en 1999, cuando el rojerío la planteó por primera vez.

Lo que debería hacer saltar todas las alarmas es la Encuesta de Gasto Turístico publicada por el citado ministerio correspondiente a los seis primeros meses de este año. El dato alarmante es que cada turista internacional que llegó a Balears en este periodo tuvo un gasto medio de 853 euros. Una cifra que queda lejos de los 1.225 de Madrid, los 1.099 de Canarias o los 1.098 de Andalucía. También estamos por debajo de otras autonomías como Cataluña y solo superamos a la Comunidad Valenciana.

Si nos centramos en un mes ya de temporada alta como junio, observamos con estupor que el gasto total en Balears fue de 1.579 millones, solo rebasado ligeramente por Cataluña y muy por encima del de otros destinos turísticos. Sin embargo, el gasto medio de cada visitante se queda en 912 euros, muy lejos de los 1.412 de Madrid o de los 1.068 de Andalucía y solo superando, una vez más, a la Comunidad Valenciana.

La lectura de los datos es sencilla. Necesitamos muchos más turistas que los demás destinos para recaudar la misma cantidad de euros. O, si se permite otra interpretación, quizás tengamos el mejor destino turístico del mundo, quizás nuestros hoteleros sean los que más y mejor gestionan gracias a su dilatada experiencia, tal vez su conocimiento del negocio sea requerido en medio mundo para levantar nuevos destinos. Quizás todo esto sea cierto, pero si tantas son nuestras virtudes, las vendemos muy baratas. Las liquidamos a precio de saldo en mercadillos de barrio.

Las consecuencias de estos datos van más allá de la mera estadística. Vender a bajo precio exige pagar salarios mínimos o explotar al máximo a los trabajadores. Con ingresos reducidos es más difícil que la riqueza se reparta entre todas las capas de la sociedad. Esto podría explicar por qué Balears no deja de perder posiciones -llegó a ser la número uno-, en la tabla de clasificación de la renta per cápita entre las comunidades autónomas. La necesidad de traer a muchos más visitantes para obtener los mismos ingresos supone, además de una presión insoportable sobre los servicios e infraestructuras de las islas, que se extienda la sensación de agobio entre los residentes.

Es cierto que el modelo turístico no se cambia de un día para el otro, pero quien afirme que no es necesario debatir sobre, por ejemplo, cupos de visitantes o sobre cómo evitar la masificación nos está condenando a una muerte suicida por sobrepeso.

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