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Opinión

La Zarzuela de Marivent

La mayor humillación que puede sufrir un mallorquín este verano consiste en llamar al palacio de Marivent. Le responderá una voz con acento inequívocamente madrileño y tono conminatorio:

-Zarzuela, dígame.

¿Zarzuela? Los dos millones de euros de mantenimiento anual del enclave legado por Saridakis a los mallorquines no se facturan al palacio madrileño, son abonados íntegramente por los nativos a través del Govern. Mientras un pelotón de izquierdistas ingenuos reclaman el derecho a pastar por los jardines, los ultrapatriotas madrileños se han adelantado a independizar Marivent de Mallorca. Rajoy dictaminó ayer que el proceso secesionista “no conduce a ninguna parte”. Conduce a Madrid omnipotente, la España radial alcanza hasta Calamajor.

La expropiación de Marivent por la Casa del Rey enmarca la extraña cumbre celebrada ayer en suelo antaño mallorquín. El Jefe de Estado se reúne con su primer ministro junto al mar de Madrid, que siempre gana. Los indígenas ejercen de espectadores escasamente financiados, ya ni aportan el escenario requisado. La cita veraniega se registra el mismo siete de agosto que el año anterior, porque no hay nada que Rajoy ame tanto como repetirse. El mismo Tour, la misma Liga con sus veinte equipos, el mismo énfasis en que “esto seguirá así mientras yo siga siendo presidente”, donde “esto” puede referirse indistintamente a Bárcenas o Cataluña. Es el único inquilino de La Moncloa que ha despachado en La Zarzuela de Mallorca con dos Reyes distintos, y le diría lo mismo a una tercera.

Enfrente, Felipe VI intenta rematar la gravitas con una barba que apuntale su semblante sombrío por las fugas de Cataluña, que apenas compensa la incorporación de Marivent al imperio. Para acentuar la seriedad, ha oscurecido la americana clara del mismo día del año pasado. Rajoy agacha la cabeza ante el monarca sin mover el tronco, como si se hiciera una reverencia a sí mismo.

El Marivent de la Zarzuela ilustra una confusión que arrastra de dos años atrás. Rajoy tiene que leer hasta la hora, pero en 2013 se atrevió a improvisar ante Juan Carlos de Borbón. Mostró su satisfacción por hallarse en “la isla de Palma”, lo cual obliga a poner entre paréntesis la dureza de las oposiciones a registrador de la propiedad. Ahora sabemos que debió referirse a “la isla de Madrid”.

En una curiosa inversión con el Rey que quiere ser mayor, el adusto personaje del Greco aspira a la reelección simulando el aire festivo de un adolescente que sale de ver Amy. Por desgracia, la sonrisa no figura en su repertorio de rictus faciales. Cuando certifica que “iré y haré mucha campaña” en Cataluña, no alarma tanto la torpeza gramatical como la conciencia del cambio de ciclo.

En Mallorca no hay ninguna Zarzuela, porque al género chico lo llamamos Magaluf. La confusión deliberada de los burócratas arranca de los tiempos en que la Familia Real disfrutaba prácticamente dos meses íntegros de veraneo. Los palafreneros del Rey insistían en que no se tomaba vacaciones, sino que trasladaba el despacho a la isla que empleaba como coartada al embarcarse en cacerías de distinto pelaje. Para Madrid estaba en Mallorca, y en Mallorca no estaba.

Ojalá hubiera comparecido Felipe VI en lugar de Rajoy, que no defiende ni su propio globo sonda. “Ahora no se va a reformar la Constitución”, con un calendario futbolístico tan apretado. El presidente del Gobierno regresó a La Zarzuela de Doñana, tras señalar tranquilizador que “no se obligará a nadie a decidir si es catalán, español o europeo” o vegetariano. El encuentro ilumina una sentencia de Jaume Perich. “Uno de los problemas políticos de hoy es que la izquierda no ha sido una solución y la derecha sigue siendo un problema”. Hoy sigue siendo hoy, en Madrid y en La Zarzuela de Mallorca.

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