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Opinión

Jurar no es recibir un oscar

La libertad de expresión llega al Parlament y contagia a los diputados del PP, que por fin pueden detallar su amor a España

La mesa de la nueva era, aunque cualquiera lo diría.

En una cámara decorada por el Conde Drácula, los 59 parlamentarios debutantes eran ayer los depositarios de una ilusión y un descontento sin precedentes. Tampoco hay que ponerse estupendos, entre ellos se encuentra Antonio Gómez. La mitad de los nuevos diputados revoltosos hubieran sido expulsados hace tres décadas del Parlament, por no llevar la ropa ni la corrupción apropiadas.

Las promesas del cargo fueron más largas que la dedicatoria de un Oscar. Tendrá que habilitarse a un funcionario para que desaloje a los diputados que necesitan 140.000 caracteres para decir "Sí, prometo". Bienvenida sea la libertad de expresión en la cámara de los velatorios, pero el exceso de compromiso de las nuevas izquierdas con asuntos cósmicos introduce una cláusula de distanciamiento. Se echa de menos la fórmula "Prometo que la ampliación del puerto del Molinar no tendrá lugar bajo mi mandato". Ni una mención medioambiental.

El desparpajo de la izquierda propició que el PP también saliera del armario. Los diputados populares juran por primera vez que su imborrable amor a España supera a su menguado sentimiento hacia los islotes o ilotas de la provincia balear. Como debe ser, la conservadora Sugranyes leía en su móvil el discurso que le era revelado en ese instante por el mismísimo Rajoy.

La alocución final de la presidenta del Parlament también podría suscribirla el PP. El comedimiento de Xelo Huertas, refugiada del PSOE en Podemos, demuestra el efecto hipnótico del terciopelo. La primera medida de la cámara debería consistir en trasladar su sede. La alusión a la presidencia obliga a mencionar el voto anulado que introdujo la palabra "casta" en las actas oficiales.

La papeleta con la leyenda "Maria Consuelo Huertas, pel canvi de cromos. Visca la Casta" no es un graffiti miserable por su contenido, que desde aquí se comparte íntegramente, sino por su anonimato. La ceremonia festiva de ayer demuestra que los diputados pueden liberarse de sus camisas de fuerza con o sin corbata. Por tanto, el votante enmascarado es doblemente cobarde, y hoy debe pensar con Heinrich Böll que "tener razón no te da la felicidad".

Ni Podemos está a salvo de los escraches, de momento por escrito. Qué pasará a la hora de votar a Armengol. Descarten los rumores que atribuyen la autoría de la papeleta disolvente a Vicenç Thomàs, le falta imaginación para componer ese eslogan. La menorquina de Podemos arrinconada escribe en castellano. La pésima redacción nos devuelve al jurista Gómez, pero no perturbemos su duelo. A propósito, qué fácil resulta olvidar a Bauzá y su enésima mentira senatorial. Descubres que eres nadie cuando los fotógrafos te dan la espalda, ayer le sucedió al president en defunciones. Hasta los diputados populares respiraban aliviados al librarse de su napoleoncito.

Cabe admitir la deuda impagable con Bauzá de los enemigos de un bipartidismo reducido a la mitad o partido por la mitad. PP/PSOE se ciñen a 35 diputados, siempre habían estado por encima de cincuenta. La desclasada Huertas se convierte en la segunda mujer que preside el Parlament desde el principio de una legislatura. Su predecesora duerme en la cárcel, por lo que costará superarla.

La obsesión enfermiza con el cambio de cromos olvida que Huertas y Armengol concentran la mayor hostilidad personal entre presidentas del Parlament y el Govern desde Matas y Rotger. La mesa de la nueva era, aunque cualquiera lo diría, asila a los desvencijados Thomàs y María Salom de España -que celebra su primer cuarto de siglo de diputada-, además del engominado Jerez. Los diputados de Més se rebullían en sus asientos, como siempre que se sella un Pacto. Lloran tardíamente lo que no han sabido defender, protagonizarán su tradicional rabieta de último minuto. Déjà vu.

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