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La fiesta en paz

Los obispos se vistieron de ecologistas

Teodor Úbeda, obispo de Mallorca en 1990.

La falta de previsión de futuro, la improvisación y el afán de beneficios inmediatos produjeron un gran daño al turismo y como consecuencia a la ecología balear. ¿Repetiremos sin fin la misma historia?". José Ramón Bauzá tenía 19 años cuando se escribieron estas palabras. Simón Pedro Barceló, 23. Gabriel Escarrer Jaume, el hijo del fundador del grupo Sol, apenas había alcanzado la mayoría de edad. El conseller de Turismo, Jaume Martínez, andaba por los 18. Por eso, porque los grandes hombres de la industria turística eran muy jóvenes, conviene recordar la carta pastoral que el 17 de abril de 1990, ahora hace 25 años, publicaron los tres obispos de las diócesis de Balears bajo el título Ecología y turismo, pautas para una actuación cristiana.

La lectura del documento, que en aquella época levantó una gran polvareda, permite descubrir que su vigencia es absoluta y que, probablemente, su lamento sería mayor en nuestros días. Teodor Úbeda, Antoni Deig y Manuel Ureña se hacían otra pregunta: "¿No estaremos de nuevo improvisando, probando caminos, pensando en beneficios inmediatos (incluso bien intencionados) sin valorar el futuro y las consecuencias de lo que hacemos?".

La reflexión llegaba apenas tres décadas después del primer gran boom turístico. El que en palabras de los prelados tuvo el aspecto positivo de asegurar "la economía isleña y no solamente al nivel de subsistencia, sino también al nivel de una calidad de vida aceptable y creciente". Pero ya entonces era patente la "cara negativa", que los obispos no limitaban al aspecto ecológico, sino que la extendían a "la erosión continuada de los signos de identidad de nuestro pueblo", a la "imposición de criterios puramente mercantilistas", al "desequilibrio en el reparto de beneficios entre capital y trabajo", a la "configuración de una clase trabajadora con notable inestabilidad laboral", al "crecimiento continuado del materialismo, del consumismo y del hedonismo" y al "abandono de alternativas económicas al turismo".

En estas dos décadas y media transcurridas, el mundo y las islas han sufrido la crisis generada por la Guerra del Golfo de 1991, el miedo a volar sobrevenido en los años siguientes al 11 de septiembre de 2001, tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y sobre todo el crash financiero mundial de 2007. Para superar cada una de estas recesiones, la receta aplicada por los gobernantes de las islas siempre ha sido la misma: más construcción y más facilidades para seguir ocupando el territorio y romper "la singular armonía de nuestras islas, en dimensiones proporcionales y tan adecuadas a la medida humana".

La política que tanto entusiasma al PP-H (Partido Popular Hotelero) ha consistido en legislar para obviar los planes urbanísticos municipales o insulares cuando se consideraba que una inversión tenía interés autonómico. Las palabras de los prelados de 1990 parecen dedicadas a quienes defienden estas prácticas que apuestan por el máximo aprovechamiento económico del territorio. Úbeda, Deig y Ureña denunciaban a quienes se movían por "un afán desmesurado de lucro inmediato, con una improvisación suicida que ignoraba las consecuencias futuras de las actuaciones de cada día" y que no tenían "inconveniente en destruir la naturaleza y degradar el lugar donde vivían con tal de salir egoístamente beneficiados".

El documento episcopal fue recibido con elogios por parte de la izquierda y los ecologistas, pero también fue alabado por el conseller de Turismo Jaume Cladera -"todo lo que dicen está lleno de sentido común"- y por el presidente de los hoteleros Josep Forteza-Rey -"es una toma de posición valiente y necesaria"-, aunque fue criticado por el presidente de la CAEB Francisco Albertí -"la carta es partidista"-. Si los firmantes de entonces pudieran volver a reunirse, probablemente constatarían que sus palabras fueron un clamor en el desierto. Si sus sucesores en las tres diócesis se pronunciaran de nuevo, constatarían que los problemas se han agravado. Los hoteleros y el PP, convertidos hoy en los nuevos emperadores, les echarían a los leones.

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