El Partido Popular de Balears ha decidido tirar por la ventana uno de sus activos más valiosos, el todavía alcalde de Palma Mateo Isern, como si le sobraran votos para volver a ganar las municipales en la capital.

Isern alcanzó la cumbre sin pasar por las categorías más bajas del escalafón político, donde abundan las zancadillas y los coscorrones de tus propios compañeros y rivales y donde se curten, y doblegan, los que quieren llegar lejos en la cosa pública.

Los partidos políticos, casi todos, son dirigidos por clanes y sin el apoyo de estos sanedrines no puedes aspirar a nada. Para medrar has de ser de la cuerda de fulanito o menganito, obedecerle ciegamente y cruzar los dedos para que tu jefe no caiga en desgracia.

Isern ha ido un poco por libre y así ha acabado. Bauzá, Rodríguez y otros lo han frenado en seco "por no ser uno de los nuestros".

Muchos veían al simpático alcalde en un segundo mandato, aunque nunca lo votarían. El marginado político es una persona que cae bien: no es prepotente, trata de acercarse a los ciudadanos y sus problemas y su honradez no es cuestionada, que no es poco.

En el balance no se puede hablar de grandes hitos, pero tampoco ha habido desastres. Ha pilotado la ciudad con amabilidad y decencia, algo de agradecer visto lo ocurrido con algunos de sus antecesores en el consistorio. Ahora ha sido defenestrado por los que le auparon al poder.