Existía en tiempos no muy lejanos un país cercano. En este lugar, todos los políticos, ora del PP ora del PSOE, pensaban en el bien de sus súbditos y por eso habían decidió renovar y ampliar Son Dureta, el más bello de los hospitales, para sanarlo de sus achaques. En hora y a deshora desembarcaban heraldos de un país lejano del que el nuestro era feudatario. Todos y cada uno de ellos loaban las excelencias de la renovación y la llegada de más doblones de oro con los que pagar a los obreros.

Todo parecía ir bien hasta que, allá por el lejano año 2002, en Jaumet, un político dicharachero y tabardillo, decidió que su pueblo se merecía más, mucho más. Anunció a los prohombres del país que iba a ganar las elecciones, a detener la reforma de Son Dureta y a construir un nuevo hospital. No lo hizo, no sean malpensados, porque con el cambio los gastos también iban a crecer. Sentado a una mesa repleta de las mejores viandas del reino, también explicó que el nuevo centro sanitario se levantaría en una hermosa finca con vistas a la montaña llamada Son Espases. Por eso, en el futuro sería conocido como en Jaumet de Son Espases. Los nobles a cuyos oídos llegó la buena nueva compraron terrenos en los alrededores para crear riqueza y hacer así aún más felices a los lugareños.

En Jaumet debía tener poderes mágicos porque efectivamente ganó las elecciones, metió en un baúl las obras de Son Dureta y por el bien de sus súbditos se puso a trabajar con ahínco para que en menos que canta un gallo hubiera un nuevo hospital en Son Espases. Su magia le ayudó para superar todos los obstáculos que las fuerzas del mal ponían en su camino. Por ejemplo, logró que los funcionarios del país confirmaran lo que él ya sabía desde antes: que Son Espases era el paraíso sanitario. Aun más, de forma maravillosa la tasación técnica sobre el valor de la finca coincidió hasta en los céntimos con lo que querían cobrar sus dueños. Hubo una princesa que habitaba una residencia cerca del Palau Reial que puso algunas trampas, pero los poderes d´en Jaumet -y otros- lograron convencerla de que lo mejor para el orbe era retirarlas.

Ya estaba todo preparado para dar a conocer qué ilustre corporación sacaría el mejor provecho para los ciudadanos de los 1.850 millones de doblones de oro que el Tesoro iba a dedicar mejorar la salud de la plebe en los siguientes 35 años. Los probos y dilectos funcionarios ya había decidido que una compañía llamada PIM era la que mejor satisfaría las necesidades del pueblo. Pero, ¡sorpresa!, la Gaceta de Madriz, que siempre había loado a en Jaumet como el mejor y más guapo de los dirigentes, se levantó escandalizada. "¡PIM, no. PIM, no! -aulló- es que nadie ha visto que la luz sale por GDD" (Nota del narrador: este juego con las siglas se ha copiado a Stanley Kubrick). En Jaumet, que en su época en la capital del reino se había codeado con los mejores ciudadanos y había acudido a los grandes coliseos, tuvo una revelación. Nuevamente utilizó sus poderes para encontrar a otras probas y dilectas personalidades del país que cambiaran el veredicto inicial. Todo por el bien del pueblo, todo sin cargar ni un doblón más a las arcas públicas ni desviarlo hacia fines distintos a los convenientes.

Jaumet perdió los poderes de tanto usarlos. Y las elecciones. Pero algo debió seguir flotando en el ambiente porque su sucesor, en Xesc d´Al-Gaida, no pudo -o no quiso- combatir el embrujo de Son Espases. Y así las obras acabaron y el pueblo fue feliz al descubrir los pasillos kilométricos, el aparcamiento de pago y el no jardín que lo rodea. I qui no ho cregui que ho vagi a cercar, que diría mossèn Alcover.

Y hasta aquí la rondalla d´en Jaumet de Son Espases para niños y crédulos en general. El problema es que no todo el mundo se traga todo el tiempo los cuentos infantiles. Más complicado aún: un grupo de fiscales tampoco se cree que todo los relacionado con Son Espases ocurriera en una Arcadia feliz. Y, peor todavía para los protagonistas, han encontrado a otros narradores que cuentan la historia de otra forma que, presuntamente, es delictiva.