Un auditorio variado escuchó ayer entre silencios y risas intercaladas el repaso de la infancia de Siegfried Meir. Y es que pese a lo dramático de su testimonio, este superviviente del Holocausto nazi se toma la vida con buen humor. También con esperanza. A él le salvó la resiliencia, esa capacidad humana de sobreponerse a las peores situaciones, y enderezar el rumbo personal.

Previamente tuvo que sufrir mucho, desde que el 23 de abril de 1943 llegó al campo de concentración de Auschwitz con sus padres. Meir guarda un recuerdo agridulce de su progenitor. Ayer en el Club de este diario, donde presentó su libro Ma Résilience, sus primeras palabras fueron: "No creo en Dios, y tengo que explicar por qué". Y lo explicó: "He nacido en Alemania, la desgracia es que nací judío, y eso, en 1934 era lo peor que te podía pasar". El padre de Meir, muy religioso como su madre, le repetía "´tú tranquilo, no te pasará nada´. Me machacaba con esta frase, ´Dios nos protege, nada nos va a pasar´. Y es evidente que nos pasó, cuando nos obligaron a bajar con una maleta, coger un autobús, y llegar a Auschwitz".

Con todo, Meir repite que en su caso tuvo mucha suerte: "Cuando llegabas allí, los niños iban directamente a la cámara de gas", recuerda a sus 80 años, una edad en la que, se sorprende, su memoria "vuelve mucho más que antes". Por un cúmulo de circunstancias, Siegfried no tuvo ese macabro final, y pudo pasar varios meses escondido en el barracón de mujeres, primero, y en otras dependencias de Auschwitz después. Incluso sobrevivió al terrible barracón del conocido doctor nazi Josef Mengele, que "experimentaba con los gemelos".

La madre de Meir murió de tifus a los dos meses, y él se quedó "un poco a la deriva". Por suerte, reitera, cree "en el destino; el destino ha hecho las cosas de tal manera que no tienen explicación", sentencia sobre su fortuna. "No lo he pasado tan mal", llega a aseverar, porque "después de salvar lo insalvable, ya no tuve miedo". Y fue esa actitud la que le permitió seguir. Sobrevivo también a la llamada ´marcha de la muerte´ -la evacuación de Auschwitz a marchas forzadas por la llegada de los aliados, en un tren "sin techo, donde caía nieve y con los judíos solo con una horrible manta"-, y llegó a otro campo, Mauthausen, donde conoció a su verdadero salvador, Saturnino Navazo, un preso español que le hizo de padre dentro del campo y después de la liberación del mismo.

Tras su paso por París, donde tuvo éxito como cantante, "aunque nunca llegué a ser un número uno", bromeó, en 1967 terminó recalando en Eivissa, donde todavía reside. "Una persona que ha tenido una infancia difícil, bien por maltrato de sus padres, o por la guerra... Si tiene la suerte de encontrar en su vida a una persona que la salva, puede cambiar y tener una vida digna". Meier conoció esa fortuna, y por eso hoy puede contarlo.